Año
de publicación: 2000
Valoración:
Imprescindible
Sorprende que en estos tiempos
tan acelerados alguien se tome la molestia de parar para hacerse preguntas, que
se permita el lujo de ser esteta, modulando y amasando un lenguaje en el que
cada giro, cada ingrediente aparece cuidadosamente medido, desde la alternancia
de personas verbales hasta la inclusión de voces chilenas pasando por todo lo
demás. Sin olvidar ocasionales aproximaciones al esperpentismo.
Aunque Edwards utilice
como materia básica la Historia, esta es una novela pura, un juego de espejos
entre épocas diversas. Desde la última de ellas, una voz omnisciente (¿la del
novelista?) alude al Narrador (con mayúsculas), personaje situado en los
últimos ochenta y primeros noventa del pasado siglo y perteneciente a una larga
saga de ignacios, que comienza su
periplo mental con el hallazgo de unos papeles recopilados, a su vez, en época
indeterminada por un enigmático estudioso que habitó tiempo atrás la misma casa.
Cotejando esos legajos, es posible rastrear las andanzas de un tal Joaquín
Toesca, quien a finales del siglo XVIII construiría algunos de los monumentos más
emblemáticos de Chile. Como vemos, cuatro personalidades distintas empeñadas en
rastrear dos siglos completos de la vida de ese país.
Aquí el rigor y la
gramática se alían: el escritor utiliza el modo condicional para insinuar o establecer
probabilidades sin afirmar nada de forma tajante. Puede así novelar tranquilamente
sin arriesgarse a falsear la verdad histórica.
Como consecuencia de tanto
artificio, en un primer momento, nos cuesta sentirnos cómodos en el marco
propuesto y todavía más empatizar con sus gentes. Pero todos los elementos
narrativos: prosa, ritmo de la acción, convincentes escenas trazadas con la
sutileza de las pinturas al óleo, meticuloso trazado de personalidades y fidelidad
a los hechos históricos, se alían entre sí para acabar seduciendo al lector. A
partir de cierto punto, empieza a interesarnos de verdad la suerte de los dos
protagonistas, Toesca y el Narrador, entre quienes se establece un paralelismo,
relativo pero incuestionable.
Junto al contraste entre
los dos planos temporales, encontramos otro, esencial y siempre presente, el
que se da entre la vertiente humana y la política. Porque en ambas épocas, y
por encima de pormenores particulares, sobrevuela la represión. En tiempos
pasados, la ejercida por la alianza entre monarquía española e iglesia, reforzada
por la credulidad popular como evidencia el episodio de la estampita voladora
de Nuestra Señora del Carmen. En los más recientes, la de la dictadura
pinochetista, que acaba poco antes de los últimos sucesos novelísticos,
relajando tensiones. Aunque siempre de forma relativa, como suele suceder en
estos casos, porque el aliento del poder no deja de soplar en la nuca y porque se
incrementa la presión de los que temen perder sus privilegios.
“… se habían, dijo, y puso una cara extraña, de mejillas infladas, para no tener que emplear la palabra “cagado” porque no estaba bien decirla a la hora del almuerzo, en las alfombras y en los muebles de la familia, y habían matado un toro reproductor, finísimo, y se lo habían comido asado al palo, en el salón de la casa, y mientras comían y bebían, se entretenían en atravesar los retratos de sus antepasados con punzones.
-Lo mismo que hicieron –dije–, con los cuadros de la casa de un gran poeta chileno en los días que siguieron al 11 de septiembre.
La germana criolla y su marido, el de los apellidos antiguos, me miraron con una mezcla de asombro y hostilidad.
-¿Hablas de ese comunista ‘e mierda?”
Por si acaso no
nos había quedado clara la posición del novelista, en un momento dado escuchamos
sus propias palabras. Admito que no habla directamente, sino camuflado tras un
personaje que, para colmo, es anónimo y dieciochesco. Pero a mí no me engaña,
pasó como un soplo pero era él; si existiese el cameo literario, este sería un buen
ejemplo.
“Somos el país del drama, del conflicto no formulado, del cadáver escondido en el fondo del armario.”
Una obra comparable, no
a un tren que traslade a ningún sitio, sino a un hogar que nos acoge
envolviéndonos y en el que, a pesar de su crudeza, conseguimos sentirnos a
gusto.
Otras obras de Jorge Edwards en ULAD: El museo de cera
Otras obras de Jorge Edwards en ULAD: El museo de cera
Lo leí hace tiempo... la verdad es que este tipo de libros no me acaban de convencer, quizá sólo por la ambientación antigua.
ResponderEliminarHablamos de una novela que precisa de lectores con ganas de colaborar. Es mucho trabajo, lo comprendo.
ResponderEliminarProbablemente Cincuenta sombras de Grey sea más amena, por eso no la pienso leer nunca: me gusta esforzarme cuando leo, una rareza mía, ¡qué le vamos a hacer!
La literatura no es para cualquiera. Tanto escribir como leer precisan el uso de la inteligencia. A la hora de leer, es el lector quien tiene que ponerse a la altura del libro, no al contrario, como mal promueve la literatura basura, comercial y de auto ayuda que acostumbran los lectores mediocres y pseudo-intelectuales.
ResponderEliminarSi no están a la altura para la lectura, mejor desistan en aparecer luego con un comentario pueril que se traduce en un perfecto "No me gustó este libro porque no le entendí", porque en la literatura la estupidez no es uno de los fuertes.
!Genial comentario , rotundo y claro !
EliminarLa sinceridad duele...pero ayuda de verdad.
ResponderEliminar9De acuerdo, pero tampoco es preciso hacer sangre :)
ResponderEliminarGeorge Edwards y su hijo únicos chilenos nombrados y admirados por el mismísimo Charles Darwin en su estadía en chile por algo será.
ResponderEliminarPues es un notición, y deberías comunicarle al sr. Edwards (Jorge, no George) a la sazón con 88 años de edad, que el gran Darwin se ha levantado de su tumba, donde descansaba desde 1882,nada menos que para loarle.
ResponderEliminarY los de Cuarto Milenio (programa español de esoterismo) seguro que ya han tomado nota :)
No conocía este libro de Edwards. Lo buscaré porque hasta ahora todo lo que leído de él me ha gustado y mucho. Una observación, no comparto la respuesta de Montuenga a 50 sombras. El comentario de este último es absolutamente respetuoso y la respuesta de Montuenga me parece prepotente y sobre todo fuera de lugar. Las del resto de opinadores del blog también pero a Montuenga se le debe suponer más apertura de miras, mas tolerancia y más humildad, cualidades las tres que entiendo normalmente van asociadas a la gente amante de la cultura y de la diversidad.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarEntre la portada del libro (fúnebre) y las respuestas, para mi muy desafortunadas, al primer comentario (suscribo totalmente todo lo que comenta el último anónimo), la cosa no empezaba bien.
La reseña me transmitía una sensación de libro con una estructura complicada y que costaba de entrar en él. Como un reto para el lector, con el autor de la novela camuflado y con muchos artificios.
Nada más lejos de la realidad. Es un libro maravilloso, que se lee fácil, no por sencillo, sino por el altísimo nivel que para mi tiene este escritor. Con un plano actual y otro dos siglos atrás que fluyen paralelos y de vez en cuando interactúan.
Esta novela habla de muchas cosas, pero yo creo que por encima de todo destaca el amor de Toesca por Manuela, el "te amo y te perdono" de que habla la tercera parte.
Para mi Jorge Edwards es un grande, y éste es ya mi preferido de sus libros.
Mis anteriores, "la muerte de Montaigne" y la "la última hermana", ya me gustaron mucho.
Los tres con registros y lenguajes muy distintos.
Hablando de lenguajes, me sorprende que al reseñista le sorprenda que la novela incluya voces chilenas.
Es un escritor chileno y la novela está ambientada en Chile. No vamos a esperar un castellano de Valladolid, no?
Un saludo, y como siempre agradecido por vuestra labor
Gerónimo
Hola colega
ResponderEliminar¡Cómo no vas a suscribir el último comentario si lo has hecho tú mismo!
Repito lo que te dije hace sólo unos días sobre mi reseña de McCarthy, te falta comprensión lectora, no entiendes lo que lees. Mi alusión a los términos genuinamente chilenos no era de asombro sino un elogio (E-LO-GIO) a la novela, como el resto de elementos de ese párrafo.
Como sabes, se te da mejor la montaña que leer, pero si tenemos ocasión lo hablaremos.
Mientras tanto, te dejo una reseña, más facilita, del mismo libro. Seguro que la entiendes mejor.
https://orlandiana.blogspot.com/2014/11/el-sueno-de-la-historia-de-jorge-edwards.html?m=1
Y, de paso, os recomiendo este blog a todos. Tiene diez años largos y casi trescientas reseñas os gustará 😀
orlandiana.blogspot.com
Saludines
Chuossss, cuánta bordería, no? O_o
ResponderEliminarHola Montuenga,
ResponderEliminarCuando un libro me gusta mucho, me entran ganas de que lo lea todo el mundo.
Tu reseña no me transmitía lo que es el libro, o mejor dicho, lo que me pareció a mi.
Y tampoco creo que animase a su lectura.
Por otra parte, firmo siempre mis comentarios con mi nombre: Gerónimo.
Por lo tanto no soy el autor del comentario que suscribo ni sé a que te refieres con lo de McCarthy.
Mis comentarios iban dirigidos a tu reseña, no a tu persona. De todas formas, si algo te ha molestado, desde aquí mis disculpas.
Tu respuesta, desde la atalaya de miembro de ULAD, me parece como mínimo, sorprendente y muy poco del estilo de este blog.
Un saludo
Gerónimo
Coincido con la reseña y algunos comentarios. Un novelón y un autor que no conocía, y que tendré en cuenta. Siempre es enriquecedor leer a autores sudamericanos, pero hay que tener a mano el imprescindible diccionario de americanismos. No me parece que tenga una estructura complicada, se le coge el punto a las pocas páginas, pero sí, dependerá del esfuerzo que cada uno se imponga en las lecturas que escoge... y que cada uno lea lo que le venga en gana. Salud!
ResponderEliminarPues, nada que añadir, Toni. Me alegra que te haya gustado y que pienses seguir leyendo a Edwards. De paso, me lo propongo yo también
ResponderEliminarSaludos.