Año de publicación: 2012
Valoración: muy recomendable, a pesar de (*)
Captar el momento: la inmediatez que, por ejemplo, otorga Twitter, o los blogs, como posibilidad en la comunicación actual requiere sus tiempos en lo literario. Qué más quisiera Ferré que haber podido publicar Karnaval mientras Dominique Strauss-Kahn aún estaba retenido en NY por el affaire con la empleada del hotel, antes de llegar a ese, a mi entender, nauseabundo acuerdo permutando dinero por silencio e impunidad. Más que nada, porque el asunto no hubiera quedado sepultado en nuestra pila mental por otras decenas de escándalos locales y globales. Visto con esa perspectiva, la del año largo transcurrido, el que esa situación sea el punto de partida de una extensa novela galardonada con el influyente premio Herralde (en la misma edición cuyo finalista reseñamos aquí y otro destacado participante aquí ), nos parece algo no anticuado, pero ya algo alejado de la primera plana de la actualidad. Más teniendo en cuenta como el señor Strauss-Kahn, billetera en mano, se ha salido de rositas.
Por lo tanto, es el oficio de Ferré como narrador el que se ve obligado a acallar el escepticismo y ponernos en situación: Karnaval es ficción partiendo de un hecho real. Es un personaje al que se le otorgan unas iniciales como nombre, tanto para poder darle cara (pues las iniciales coinciden) como para deshumanizarlo, robotizarlo. Ese personaje central, hombre brillante y poderoso en lo profesional, expuesto a sus debilidades carnales, y el devenir del juicio, cuyo veredicto es juzgado por todo un gotha de iconos culturales contemporáneos.
Me queda una fuerte sensación respecto a Karnaval, que es que Ferré ha decidido echar el resto y publicar una novela definitiva. La selección del tema, la estructura, la extensión y sus referencias, todo eso nos da a entender que Ferré ha apostado fuerte. Esa sensación, la de escritor enfrentado a la obra que debe definirle, resulta algo forzada, posiblemente sea la que no pudo evitar, parece, en Providence que, no hace mucho, no mereció muy buen juicio aquí. El caso es que la lectura de esta novela dista mucho de ser sencilla: hay párrafos extensos, casi interminables, diálogos interiores de los personajes, situaciones, reflexiones que, en el más puro estilo DFW, agarran una idea y no la dejan hasta haberle sacado todo el partido, desde todas las facetas. Cualquiera con poca paciencia lo dejaría justo ahí. Sería un error. Este es un libro valioso porque se nota que el autor lo ha elaborado con intensidad y rigor. También lo es porque esa temática (el poder, sobre todo el económico, como antídoto ante la justicia, como escudo para garantizarse la impunidad) se nos presenta cada día, solo cambian los nombres y las situaciones, y la gravedad de éstas. Y, perdónenme los partidarios del minimalismo y las tramas apenas esbozadas, a veces uno ha de reconocer el trabajo del escritor meticuloso, ambicioso, con expectativas de grandeza. No de crear obras magnas, sino más bien de intentar, literariamente hablando, hacer algo que cale en el lector.
Con lo cual, con sus errores, su agotadora extensión, sus derivas algo dogmáticas, he de inclinarme por decirlo claro: esta es literatura y esta es creación y esta es una novela que el jurado premiaría a sabiendas de que, en la competencia de la ligereza y la tibieza no tendría nada, nada absolutamente que hacer. Pero que sería una gran lástima ignorar, por pereza, por comodidad, por falta de fuerzas o de paciencia para superar sus cuestas, algunas, bastante pronunciadas.
(*)Y ¿por qué reseña interruptus?. Pues porque, una vez alcanzada la página 200 o así, con casi otras 300 páginas por delante, he dejado de otorgarle una prioridad al hecho de acabar de leerlo: más bien parecía que ya no necesitaba hacerlo. En ese momento, consideraba que el libro ya me había dicho todo y que lo que restaba eran apéndices y disertaciones sobre su idea principal, que era, además, conocida de sobras. El dinero compra demasiadas cosas, y una de ellas es el silencio de una boca que debería pedir justicia.
Voy a permitirme un pequeño alegato final. La copia que he leído de este libro es de una Biblioteca de Barcelona. Lo he tenido más de un año, pues es posible renovar el préstamo siempre que ningún otro usuario del servicio solicite el libro. O sea, un libro que gana un prestigioso premio, en una ciudad de más de un millón y medio de habitantes, y nadie se interesa por leerlo. Claro que podrá ser que muchos lo hayan adquirido directamente. Claro que habrá más copias circulando en bibliotecas. No sé a vosotros, pero a mí esto me ha dado mucho que pensar.
También de Juan Francisco Ferré en ULAD: Providence
Me queda una fuerte sensación respecto a Karnaval, que es que Ferré ha decidido echar el resto y publicar una novela definitiva. La selección del tema, la estructura, la extensión y sus referencias, todo eso nos da a entender que Ferré ha apostado fuerte. Esa sensación, la de escritor enfrentado a la obra que debe definirle, resulta algo forzada, posiblemente sea la que no pudo evitar, parece, en Providence que, no hace mucho, no mereció muy buen juicio aquí. El caso es que la lectura de esta novela dista mucho de ser sencilla: hay párrafos extensos, casi interminables, diálogos interiores de los personajes, situaciones, reflexiones que, en el más puro estilo DFW, agarran una idea y no la dejan hasta haberle sacado todo el partido, desde todas las facetas. Cualquiera con poca paciencia lo dejaría justo ahí. Sería un error. Este es un libro valioso porque se nota que el autor lo ha elaborado con intensidad y rigor. También lo es porque esa temática (el poder, sobre todo el económico, como antídoto ante la justicia, como escudo para garantizarse la impunidad) se nos presenta cada día, solo cambian los nombres y las situaciones, y la gravedad de éstas. Y, perdónenme los partidarios del minimalismo y las tramas apenas esbozadas, a veces uno ha de reconocer el trabajo del escritor meticuloso, ambicioso, con expectativas de grandeza. No de crear obras magnas, sino más bien de intentar, literariamente hablando, hacer algo que cale en el lector.
Con lo cual, con sus errores, su agotadora extensión, sus derivas algo dogmáticas, he de inclinarme por decirlo claro: esta es literatura y esta es creación y esta es una novela que el jurado premiaría a sabiendas de que, en la competencia de la ligereza y la tibieza no tendría nada, nada absolutamente que hacer. Pero que sería una gran lástima ignorar, por pereza, por comodidad, por falta de fuerzas o de paciencia para superar sus cuestas, algunas, bastante pronunciadas.
(*)Y ¿por qué reseña interruptus?. Pues porque, una vez alcanzada la página 200 o así, con casi otras 300 páginas por delante, he dejado de otorgarle una prioridad al hecho de acabar de leerlo: más bien parecía que ya no necesitaba hacerlo. En ese momento, consideraba que el libro ya me había dicho todo y que lo que restaba eran apéndices y disertaciones sobre su idea principal, que era, además, conocida de sobras. El dinero compra demasiadas cosas, y una de ellas es el silencio de una boca que debería pedir justicia.
Voy a permitirme un pequeño alegato final. La copia que he leído de este libro es de una Biblioteca de Barcelona. Lo he tenido más de un año, pues es posible renovar el préstamo siempre que ningún otro usuario del servicio solicite el libro. O sea, un libro que gana un prestigioso premio, en una ciudad de más de un millón y medio de habitantes, y nadie se interesa por leerlo. Claro que podrá ser que muchos lo hayan adquirido directamente. Claro que habrá más copias circulando en bibliotecas. No sé a vosotros, pero a mí esto me ha dado mucho que pensar.
También de Juan Francisco Ferré en ULAD: Providence
Perdón por el comentario, pero no acabo de entender como se califica de muy recomendable un libro sin leer ni la mitad del mismo y tardando un año para hacerlo.
ResponderEliminarYo me leí en su momento Providence y me pareció muy malo. Por eso mi impresión de esta reseña es que este libro es cualquier cosa menos recomendable, más bien da la impresión de ser un ladrillo.
El límite de prórrogas en las bibliotecas de la diputación de Barcelona es de tres. Supongo que, en este caso, han dado prórrogas adicionales a petición presencial o telefónica por parte del autor de la reseña al que no debería sorprender que un libro que no está físicamente en la biblioteca no sea requerido por los usuarios de la misma porque, en la mayoría de los casos, la decisión de préstamo se toma sobre los libros que están disponibles y si alguien tiene capricho de un libro no disponible siempre queda el recurso del préstamo interbibliotecario que funciona muy bien. Lo de que el premio Heralde de novela es prestigioso lo tomo como una apología de la risoterapia de Francesc al que emplazo a un estudio a pie de mostrador, con ayuda de los bibliotecarios, del rating de préstamo de libros galardonados con so-called renowned awards. Avanzo muchas risas.
ResponderEliminarGracias por los dos comentarios. La verdad es que meditaba hace tiempo si esta reseña debía o no publicarse. Y os recuerdo (lamentablemente, va a haber más por mi parte) que es una Reseña Interruptus.
ResponderEliminar1. Califico de muy recomendable porque hasta las 200 páginas me pareció impecable, tanto que, por el camino que avanzaba el libro, sabía que empezaba a descender de nivel. Si pensáramos en términos más prosaicos, es como si un grupo publica en disco compuesto por cinco extraordinarias canciones iniciales seguidas de ocho temas de relleno. ¿Renunciaremos al disco? La cuestión del tiempo empleado es algo irrelevante: si supieran algunos el tiempo que me está costando alguno, simplemente porque entiendo que requiere su ritmo, y porque, usando otra analogía cochambrosa, a veces los grandes amigos no los consideras aquellos que ves cada día sino los que ves de uvas a peras...
Lo que me lleva a la cuestión del segundo comentario. Sí: los préstamos en BCN son por tres meses y al cuarto has de presentarte con el libro y te vuelven a renovar... si nadie se ha interesado por el libro como para reservarlo, cosa que se puede hacer cómodamente si uno se interesa por su lectura. Que yo también paseo entre estanterías, pero a veces tengo claro lo que quiero. Respecto a los bibliotecarios, confiando en su oficio y su profesionalidad, reconozco haberme llevado más de una decepción no en criterio, sino directamente en conocimientos. Si hay risas, por eso, probaremos.
Salut.
No sé si me vale el ejemplo del disco, si fuera un libro de cuentos quizás. Yo te digo mi percepción, que seguramente está equivocada, pero mi sensación es más bien como el ejemplo siguiente: ¿Te gustó la tarta que te compraste? Sí, estaba estupenda. Tardé un mes en comérmela y tiré un poco más de la mitad, pero excelente.
ResponderEliminarRepito: mi impresión :)
Karnaval es una novela mala, pedante, pretenciosa a la vez que vacía... pero muuuuy posmoderna.
ResponderEliminarPalimp: disfruté de la tarta, pero sabía que me iba a sentar mal si me la comía toda entera. Un placer meterse en estas discusiones llenas de analogías.
ResponderEliminarVaya, Pablo, el pero significa que el ser postmoderna la aleja de clasificaciones y valoraciones al uso. Pues claro que sí. Que se lo digan a Mallo; llaménlo y digánselo, ya.
ResponderEliminarGracias por el comentario.
Francesc Bon
ResponderEliminarSe trata de lo siguiente:Hay autores que dan más importancia a la forma que al contenido. Véase Ferré, Mallo... y el resultado a la vista está.
Un placer comentar por aquí.
Un saludo.
Yo tampoco lo pude terminar. La 2 parte es muy buena pero para la 3 el lector está exhausto. Y eso que me ha parecido una gran novela, pero le sobran 200 págs. Un abrazo.
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