Idioma original: francés
Título original: Le mort qu'il faut
Año de publicación: 2001
Valoración: Muy recomendable
Creo que voy a tener que repetir algunas de las ideas de mi reseña de La escritura y la vida, del mismo autor, porque en realidad son libros semejantes, pertenecientes a la misma serie, con una intención semejante: recordar las experiencias de Semprún durante su estancia en el campo de concentración de Buchenwald, pero también, casi con idéntica importancia, reflexionar sobre los propios mecanismos de la memoria, el testimonio y la creación literaria.
La anécdota que da origen al texto parece ser verídica (aunque esto importe poco, en realidad): al campo de Buchenwald llega una carta en la que la Gestapo se interesa por el destino y la situación actual del preso Jorge Semprún, lo que no parece ser, en principio, un buen indicio. Para salvarlo de un probable fusilamiento, algunos de sus compañeros de campo idean un plan kafkiano: cambiar su nombre por el de otro preso de características parecidas que está a punto de morir en la enfermería del campo.
De esta anécdota, por llamarla de alguna forma, nace el título de la novela (el original francés, más sucinto, Le mort qu'il faut, y también el español, más extenso y explícito pero menos sugerente), aunque no tanto el argumento. Porque en realidad el texto discurre (como sucedía en La escritura o la vida) con la irregularidad y las bifurcaciones propias del recuerdo, con sus asociaciones de ideas, sus vacíos, sus (auto)correcciones progresivas y, en general, su carácter de construcción a posteriori en la que es difícil distinguir la verdad, si es que ese concepto tiene aún validez.
Viviré con su nombre... es, por lo tanto, una continuación de las memorias de Semprún en Buchenwald: sobre la vida cotidiana, las complejas relaciones sociales y políticas del campo, la lucha por la supervivencia o su negación... Aunque no tengo tan fresca la lectura de La escritura o la vida, creo apreciar ciertas repeticiones, ciertas historias ya contadas, algunos aspectos que se superponen. Pero esto no quita interés a este nuevo capítulo en la narración del horror, que va más allá del puro testominio, y que ofrece una reflexión muy autoconsciente de sus propias condiciones y limitaciones, como memoria y como expresión lingüística y literaria de esa memoria.
Quizás se algo inferior a La escritura o la vida en profundidad y aliento, pero sigue siendo una obra que merece ser leída.
También de Jorge Semprún en ULAD: La escritura o la vida
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