Título original: The Songlines
Año de publicación: 1987
Traducción: Eduardo Goligorsky
Valoración: imprescindible
No puedo evitar lanzar un tweet de pre-aviso apenas leídas unas páginas. Este libro es especial, o es importante, o así, es lo que digo. Puede que apenas un par de párrafos sean suficientes para saberlo. Y no recuerdo bien cómo he dado con él. Habitual como soy de las estanterías de ficción, esta excelente narración está catalogada como literatura de viajes. Luego hay otras coincidencias: cierta persona conocida se va a vivir a Australia, aunque resulta que me entero de esto cuando el libro ya está en casa, esperando paciente el inexorable turno de lectura que he preestablecido hace semanas. Ese turno que establece alternancia de estilos, de autores, de tiempos de ubicación de acciones. Bah. Igual es una estupidez, tanta premeditación. Cuando una lectura te levanta de la silla gravitando dará igual cuales sean sus características en relación a la anterior o a la siguiente. Basta con que sea irresistible. Y sí, Chatwin escribe desde su experiencia, pero sus personajes reales son fascinantes, cómo los presenta y los describe, les hace superar a muchas ficciones. Y lo que cuenta. Veamos lo que cuenta.
Difícil es definir ya qué es Los trazos de la canción. Obviamente es la crónica de un viaje, pero su estilo y su distribución por capítulos cortos lo adaptarían incluso a la condición de relato. Y el tono es personal, confidente, lo que cuadra con lo autobiográfico y, ya puestos, atribuyamos a Chatwin la cualidad de envolverlo todo en un muy leve halo como para situarlo cerca de la ficción.
Y aún más difícil explicar de qué versa y a qué viene ese título. Los aborígenes australianos establecían las fronteras de sus territorios y la situación de algunos de sus lugares sagrados en función de canciones por las que esos territorios quedaban definidos. Una tradición secular que impone a los colonizadores ciertas restricciones. Arkadi, ruso residente en Australia y, a la sazón, cicerone de Chatwin, ha de encargarse de negociaciones relacionadas con los emplazamientos del proyecto de una línea de ferrocarril teniendo en cuenta esa condición. Dialogando con los representantes de las comunidades aborígenes e intentando comprender la necesidad de preservar lo sagrado de esos territorios. Eso es un punto de partida, solamente, aviso.
Los trazos de la canción es una colosal aventura en modo real: los lugares que sirven de escenario a esa misión, desde tabernas de mala muerte a chozas precarias, a caravanas destartaladas, sin recurrir a fácil búsqueda de lo exótico, sin hacer turismo eco-yuppie, esos lugares los vemos y los olemos. Sus personajes, tan notables y tan diversos que no sería justo nombrar a éste y olvidar a aquél. Sin el recurso de lo entrañable o lo sentimentaloide, se nos muestran en su día a día. Pero eso no es lo único: sería muy fácil tirar simplemente de solvencia como escritor para describir mundos y lugares lejanos, lo que ya a simple vista es fascinante. Chatwin no se queda (quedaba, lamentablemente Chatwin falleció con 49 años, en 1989) ahí. Los trazos de la canción desarrolla capítulos que son auténticos catálogos de citas donde tiene cabida el pensamiento humano, donde se ahonda en aspectos antropológicos, nuestro comportamiento atávico como especie, dominante o no, la agresividad, la condición carnívora, las especies que nos precedieron, nuestras costumbres, el nomadismo, el sedentarismo. Oh sí. 335 páginas de libro total. Qué es eso de restringirlo a un estante de libros de viaje. Disfruten de Chatwin (yo voy a seguir haciéndolo, claro), disfruten de su magnífica escritura y de su sentido común expectante. De su facilidad para escuchar y transcribir lo escuchado a espléndidas páginas que nos transportan tan lejos, y tan cerca.
También de Bruce Chatwin en ULAD: Utz, Colina Negra
Y aún más difícil explicar de qué versa y a qué viene ese título. Los aborígenes australianos establecían las fronteras de sus territorios y la situación de algunos de sus lugares sagrados en función de canciones por las que esos territorios quedaban definidos. Una tradición secular que impone a los colonizadores ciertas restricciones. Arkadi, ruso residente en Australia y, a la sazón, cicerone de Chatwin, ha de encargarse de negociaciones relacionadas con los emplazamientos del proyecto de una línea de ferrocarril teniendo en cuenta esa condición. Dialogando con los representantes de las comunidades aborígenes e intentando comprender la necesidad de preservar lo sagrado de esos territorios. Eso es un punto de partida, solamente, aviso.
Los trazos de la canción es una colosal aventura en modo real: los lugares que sirven de escenario a esa misión, desde tabernas de mala muerte a chozas precarias, a caravanas destartaladas, sin recurrir a fácil búsqueda de lo exótico, sin hacer turismo eco-yuppie, esos lugares los vemos y los olemos. Sus personajes, tan notables y tan diversos que no sería justo nombrar a éste y olvidar a aquél. Sin el recurso de lo entrañable o lo sentimentaloide, se nos muestran en su día a día. Pero eso no es lo único: sería muy fácil tirar simplemente de solvencia como escritor para describir mundos y lugares lejanos, lo que ya a simple vista es fascinante. Chatwin no se queda (quedaba, lamentablemente Chatwin falleció con 49 años, en 1989) ahí. Los trazos de la canción desarrolla capítulos que son auténticos catálogos de citas donde tiene cabida el pensamiento humano, donde se ahonda en aspectos antropológicos, nuestro comportamiento atávico como especie, dominante o no, la agresividad, la condición carnívora, las especies que nos precedieron, nuestras costumbres, el nomadismo, el sedentarismo. Oh sí. 335 páginas de libro total. Qué es eso de restringirlo a un estante de libros de viaje. Disfruten de Chatwin (yo voy a seguir haciéndolo, claro), disfruten de su magnífica escritura y de su sentido común expectante. De su facilidad para escuchar y transcribir lo escuchado a espléndidas páginas que nos transportan tan lejos, y tan cerca.
También de Bruce Chatwin en ULAD: Utz, Colina Negra
¡Pues lo has vendido muy bien! Siendo yo nada aficionado a esta temática, me has contagiado un deseo enorme de invitar a Chatwin a mi casa. Ya te diré cómo nos llevamos.
ResponderEliminar¿Qué es eso de "vender"? Nada de eso Mr.Io, yo, o todos nosotros, nos limitamos a leer, transcribir nuestra sensación a algo que sea más o menos comprensible (lo cual tiene su enjundia) y esperar que quienes nos lean no nos maldigan demasiado si no coincidimos. Gracias por el comentario (y que sepas que no soy todavía el más chatwinista de los que pululan por aquí.
ResponderEliminarHe leído tus líneas al comenzar mi día; lo busqué por todo Buenos Aires hasta el mediodía, y nada. Al fin, por una suma astronómica lo retiré en un volumen triple, acompañado por 'En la Patagonia' y '¿Qué hago yo aquí?'. Es el último disponible en las librerías de aquí.
ResponderEliminarEspero que me tengas la misma paciencia que con el libro de Bolaño. Cuando lo lea, te avisaré. Confío a ciegas en lo que has escrito.
Un abrazo.
Jaja Francesc Bon fue una expresión, quise decir que compré lo que dices, tus palabras me dieron ganas de hacerme con el libro. De ninguna manera pretendí aludir a una actitud deshonesta de parte tuya. ¡Saludos!
ResponderEliminarHola, Leí a Songlines y me pareció una mezcla de novela, antropología, etnología, filosofía y anécdotas de viaje. Tambien historia, mitología, geografía y lingüistica. Creo que tiene más non-fiction que ficción. Me encanta Bruce Chatwin, porque comparto su filosofía nómada, y porque me cae bien, pero pienso que en este libro se pasa, se volvió un poco obsesivo con la idea de probar sus ideas científicamente. Hacia el final del libro se dispersan las ideas en notas y recortes de sus libretas "moleskin" coleccionados en años de viaje y puestos en el libro sin mucho de conexión. (creo que ya estaba enfermo Chatwin al terminar el libro) Pierde el focus. Igual así es la literatura para viajeros y vale la pena aguantar hasta el final. Los trazos de la cancion tienen un concepto conectado con todo, la lógica cierra. Es un libro maravilloso!
ResponderEliminarA mí no voy a negar que el contenido de la parte más "antropológica" me abrumó bastante. Pero echadme la culpa: cuando lo situé en el contexto de un escritor con una intención tan frenética de no limitarse a una bitácora de viajes, me pareció un complemento ideal.
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