Título original: Одноэтажная Америка
Idioma original: ruso
Año de publicación: 1937 (En España: 2009)
Valoración: Muy recomendable
“Aún no se veía la costa, pero los rascacielos neoyorquinos se alzaban de las aguas como serenas columnas de humo. (…) En medio de la polvorienta luz del sol centelleaban vagamente las facetas de acero de las ciento dos plantas del Empire State Building. (;,,) A babor surgió la pequeña y verdosa estatua de la Libertad: luego, vaya usted a saber por qué, apareció a estribor. El barco viraba y la ciudad giraba alrededor de nosotros, hasta que, por fin, se detuvo, desmesurada, retumbante, aún completamente incomprensible.”
Pequeña América de oro es la traducción literal
del título de este volumen de viajes y hace referencia a El becerro de oro, una de las tres novelas nacidas de la fructífera
colaboración entre sus autores: Iliá Ilf y Evgeni Petrov. Ambos habían nacido
en Odessa, pero fue en Moscú donde se conocieron y comenzaron su trabajo
conjunto.
Alexandra Ilf, hija del primero, en prólogo
titulado Stalin envía a Ilf y a Petrov al
país de la Coca-Cola, señala que el tándem había producido desde 1932 folletines
para Pravda, publicación para la que harían
de corresponsales durante los tres meses y medio que emplearon en atravesar el
país de punta a punta. También recoge detalles de la estancia, que comenzaría
en octubre de 1935, tras un viaje por el océano de cinco días, así como algunas
particularidades de la obra.
Durante el viaje, además de escribir,
Ilf produjo una colección de más de mil fotografías (algunas de las cuales se
hallan incluidas en esta edición) que la revista Ogoniok publicaría periódicamente más tarde y que acabaría
convirtiéndose en un ensayo fotográfico.
Ilf fallecería poco después, en 1937,
víctima de una tuberculosis contraída precisamente en América. En plena guerra
mundial, mientras trabajaba como corresponsal de la contienda, Petrov sufrió un
fatal accidente de aviación.
Obviamente, encerrar en un cliché un
país entero, menos aún uno tan vasto y diverso como Estados Unidos, es una
tarea irrealizable. Pero cuando se cuenta con un tiempo limitado, dependiendo
además de la aceptación del público, es preciso simplificar. ¿Qué es América
realmente? ¿En qué parte del territorio se encuentra su verdadera esencia?
Milagrosamente, a los escritores les cae del cielo alguien con paciencia
suficiente para ponerles en situación de contestar estas preguntas. Se llamaba
mister Tron, aunque en el libro aparece como Adams, y fue quien, junto con su
mujer, les asesoró y sirvió de guía durante la mayor parte del tiempo. El
matrimonio Adams se convierte así en la pareja literaria de esta crónica y
responsable de su aspecto más tierno, en el aglutinador de todos los relatos,
el contrapunto de los autores y, en gran parte, el destinatario de la gran ironía
que manifiestan.
Acompañamos a Ilf y Petrov a lo largo de
quinientas páginas en su fascinación por la tecnología y la insuperable
organización de un país que había conseguido ser pionero en muchos aspectos,
escuchamos sus reproches ante cuestiones éticas como el racismo imperante en
los estados del sur, la segregación constatada en su visita a una reserva
india, el fomento de la frivolidad y el materialismo de la gente, la desigual
distribución de la riqueza o la precariedad de un trabajo que además les parece
agotador. Voluntariamente objetivos, expresan su deseo de que la URSS imite a Estados
Unidos en unos campos y no disimulan su orgullo por los logros alcanzados en otros.
A través de sus ojos, contemplamos el aspecto de las numerosas ciudades que
atraviesan, la suntuosidad de sus rascacielos y puentes, la inmensidad de los
precipicios, notamos la aridez de los desiertos, percibimos el bullicio
atronador de las fábricas, nos convertimos en testigos de su insaciable interés
por las personas desde el individuo más humilde a la personalidad más influyente
–hasta asisten en la Casa Blanca a una rueda de prensa de Roosevelt–, nos
divierte su fastidio ante el acoso publicitario, nos inquieta su explícita y
angustiosa descripción de una corrida mejicana, comprendemos su curiosidad por
los entresijos de Hollywood.
Todo ello en un estilo desenfadado que
intercala reflexión con ironía, lo anecdótico con lo general, el humor con el
disgusto, la sorpresa constante con el bagaje que arrastran.
De los mismos autores: Las doce sillas
De los mismos autores: Las doce sillas
Montuenga, que le parecen los libros de estos autores? Son grandes obras? Cual me recomienda para empezar? Gracias!
ResponderEliminarHola. Yo disfruté mucho este libro de viajes por Estados Unidos porque, como digo, me puse en la piel de dos rusos que tienen ilusión con su proyecto de Gobierno pero a la vez se sorprenden con las novedades, mentalidad y técnica del capitalismo americano. Su visión de las diferencias y sus intentos por ser objetivos componen un buen testimonio histórico.
ResponderEliminarLas siete sillas, en cambio, no me pareció tan satírico ni tan divertido. Y es que a estas alturas ese tipo de novela está ya muy vista. Además, tampoco podían hacer una sátira auténtica.
Las doce sillas quería decir.
EliminarNo está tan libre de ideología como quiere dar a entender el prólogo. Sin embargo Ilf y Petrov se hacen perdonar fácilmente gracias al humor, la inteligencia y la curiosidad genuina por América. Por otra parte habría que ser muy fanático para no conceder que tienen su buena parte de razón en algunos puntos. Lo más ideológico del libro está concentrado en los dos o tres capítulos del final del libro, y quizá un poco en las conversaciones con "creyentes" del comunismo que Ilf y Petrov van encontrando. En todo lo demás este es un maravilloso libro que siempre merece la pena leer.
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