Título original: Constance
Año de publicación: 2013
Valoración: se deja leer
Ya son dos las novelas de Mondadori publicitadas mediante una faja que muestra una cita del escritor John Banville elogiando la calidad de la obra. Constance es una de ellas; la otra es La parte inventada (2014) de Rodrigo Fresán. Sin haber leído la obra de Fresán, espero que aquello que bendice Banville no siempre sea tan carente de calidad como Constance.
La novela no es todo desperdicio. Patrick McGrath demuestra un gran oficio a la hora de perfilar a sus personajes y al construir el discurso de la psique de estos, algo importante cuando se trata de una persona con problemas psicológicos como Constance, la protagonista. La obra se beneficia de ello al estar estructurada su narración mediante el relato paralelo de dos narradores: Constance y su marido Sidney. Es así como el gran acierto de la novela se encuentra en las divergentes interpretaciones que en base de sus condicionantes (edad, problemas psicológicos, ambiciones y comportamiento sexual) hacen ambos personajes de los mismos hechos. Desde el principio se indica una pulsión en Constance por romper con lo antiguo (debido a una infancia traumática a manos de su insensible padre); mientras que Sidney, por ser más mayor, se muestra más conservador hacia los cambios, una diferencia que será determinante en la narración.
Pero llegado el meridiano del texto el lector se da cuenta de que el ambiente de claustrofobia creado por el autor pronto se revela en una sucesión de tópicos como el piano-bar de un hotel decadente en Manhattan, la mansión gótica en estado decrépito, el estanque de agua negra... Solo falta Roderick Usher. Del mismo modo, la trama deriva en una secuencia de giros más propios de las telenovelas: separaciones, incomprensión de pareja, fallecimientos, etc., todo recubierto de la consabida exageración dramática. Para cuando se alcanza el cénit de la novela, el melodrama ha horadado toda admiración por McGrath y su capacidad de construir la voz de los personajes. Aunque al menos el lector se divertirá de la torpeza del autor en lo erótico, con frases como: "Me atormentaba la posibilidad de que le hubiera permitido tener relaciones sexuales anales" o "Empezaba a soltársele el pelo. La trucha codiciosa ascendió".
Firmado: Paulo Kortazar
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