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domingo, 15 de diciembre de 2013

Ismaíl Kadaré: Réquiem por Linda B.

Idioma original: albanés
Año de publicación: 2012
Título original: E Penguara, requiem për Linda B.
Traducción: Ramón Sánchez y María Roces
Valoración: recomendable

Si, por recurrir a un tópico muy baqueteado, una de las misiones de la literatura es la de abrirnos ventanas a otras realidades, he aquí una de esas novelas paradigmáticas.
Albania en la época de la guerra fría. Otro tópico la definía con adjetivos extremos, incluso dentro del totalitarismo: maoísta, estalinista. Si todo siguiera igual, hoy hablaríamos de la Corea del Norte europea. Pero los bloques políticos, en Europa, forman ya parte de la historia. Para ser sustituídos vaya Usted a saber por qué, pero eso no toca juzgarlo aquí.
En cualquier caso, es el totalitarismo, o mejor dicho su paranoica maquinaria de información y autodefensa, el que aturde a Rudian Stefa, dramaturgo que es citado por uno de esos comités de vigilancia albergados en oscuros y grises edificios llenos de pasillos y puertas con carteles crípticos en Tirana (premonitorio nombre de la capital de Albania). Allí es interpelado por la dedicatoria manuscrita en una de sus obras, en poder de una mujer deportada que se ha suicidado. Por el sentido de su presencia. Stefa no pensaba que eso fuera un problema para esos censores disfrazados de guardianes de la revolución, de preservadores de la dictadura del proletariado. Todo le parece descabellado, y él indaga en su obra, en un pasaje concreto que, en otro negociado, está siendo puesto en tela de juicio.
El estado como ente monolítico e implacable, el ideal político convertido en apisonadora que aplasta cualquier brote de disidencia. Esa es la asfixiante sensación, junto a ese viejo paradigma del creador como parte necesaria para que la propaganda obre su finalidad, pero también como incómodo compañero de viaje del gobernante, como elemento desestabilizador. Todos los totalitarismos acaban pareciéndose: control del acceso a la información, manipulación de la realidad, negación de los hechos que minan la moral del ciudadano. Stefa, en una imagen clásica pero kafkiana, sufre la angustia y la inseguridad. Intenta ver más allá y se reune y busca complicidad (esos diálogos tensos, que parecen inacabables tanteos en busca de lo oculto) en los funcionarios. Misterio y suspense e incerteza. Y, por encima de todo, desconfianza. Sospecha, fundada, de que cualquiera que se acerca a uno puede estar al servicio de esa maquinaria absurda pero eficaz.
Todo esto Kadaré nos lo explica con un lenguaje triste y resignado. Como queriendo traspasar al papel ese gris turbio y huérfano en que el estado totalitario convierte la vida de sus súbditos. Hasta el punto de que alguno de ellos crea que una enfermedad puede representar un paso a la liberación. Hasta el punto de que cada individuo lo sea porque le es muy difícil encontrar seres a los que pueda mostrarse sin miedos.

También de Ismaíl Kadaré en UnLibroAlDía: Aquí

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