Idioma original: Español
Así están las cosas. Para escribir esta reseña he necesitado realizar un ejercicio de abstracción de la realidad: Intemperie es una novela publicada a comienzos de 2013 de la que se lleva hablando desde septiembre de 2012, debido a su enorme éxito en la Feria de Frankfurt, cuando apenas era -suponemos- un texto en pruebas; más aún: solamente aquellos lectores que hayan estado de vacaciones en, por decir un sitio, Marte, no se habrán topado con alguna de las innumerables -y elogiosas- reseñas que sobre ella se han escrito durante las últimas semanas en periódicos, suplementos culturales, revistas especializadas y blogs. Esto ha provocado dos reacciones, de las que he sido testigo por diversas conversaciones privadas y, también, por los comentarios de algunas páginas web: están los que, por un lado, han aceptado sin remedio elevar a la categoría de obra maestra la novela, como proclaman entre fuegos artificiales una gran cantidad de críticos, y están los que, por otro, se han negado por principio a acercarse a un texto que, a la vista de la heroica campaña publicitaria llevada a cabo por la editorial, es necesario leer cueste lo que cueste. Nada más humano: cuanto más te repiten que tienes que hacer algo, menos quieres hacerlo. Es por esa facilidad para posicionarse ante la obra (incluso sin haberla leído) que, repito, creo necesario un ejercicio de abstracción para acercarse a ella de una forma objetiva, así que vamos a evitar los lugares comunes: primera novela del autor, 40 años, personajes arquetípicos, relato de supervivencia, vendida a tropecientas lenguas antes de su publicación, éxito rotundo, etc.
Al grano. La historia que cuenta Intemperie es la de un niño que huye de su pueblo por alguna razón y a quien persigue un siniestro personaje, el alguacil. En su huida, el niño se encontrará con un cabrero que lo acompañará y ayudará en la medida de sus posibilidades. La causa de la escapada del chaval forma parte de la intriga de la novela, pero tampoco demasiado, ya que el autor nos sugiere unos motivos en las primeras páginas que luego, en efecto, se concretan; tampoco el destino final del muchacho tiene misterio: hay varios momentos del texto en los que el autor nos adelanta un futuro que, previsiblemente, el lector no encontrará cuando cierre la obra. Así pues, la trama mantiene cierta tensión narrativa -sobre todo en dos capítulos, maravillosamente escritos, potentísimos-, pero sin llegar a ser significativa; lo que realmente destaca en esta novela es la prosa del autor, que ha sido capaz de construir, en doscientas páginas, una bestia literaria a medio camino entre un poema épico y un diccionario de términos del campo. No se enfaden: por ahí van los tiros.
La novela tiene, como digo, apenas 200 páginas y no es hasta la 95 que sucede algo (esto no es necesariamente malo, por supuesto: la ausencia de acontecimientos que hagan girar la trama, en muchos libros, permite al autor explorar otros caminos, darse a la reflexión, poner ideas en orden, etc.). Hasta entonces, Carrasco relata, con prosa impecable, diríamos perfecta, los primeros días de la huida del protagonista con una precisión obsesiva. En el término "precisión" está la clave. Carrasco es descriptivo hasta el agotamiento y hace gala de un repertorio infinito de términos perdidos en la memoria de nuestra lengua, por desuso o lejanía; durante las primeras páginas uno piensa que esta peculiar forma de narrar obedece a una lograda intentona de situar al lector en un ambiente, en una atmósfera concreta; pasadas esas primeras páginas, el lector comprende que no, que toda la novela seguirá en esa dirección, y que cualquier mínima acción (por inventarme algo: coger una manzana de un árbol) terminará negro sobre blanco en un par de páginas de minuciosa exposición (por seguir con el invento: la posición de los dedos, la postura del pie, el nombre de árbol y de los árboles de alrededor, el color de la manzana y el número de boquetes que tiene, las palabras exactas que definen cada una de las capas de su piel, los nudos de las ramas, las puntas de las hojas, y más). Es ahí donde Carrasco se excede, en mi opinión. Una cosa es la precisión y otra, distinta, regodearse. Y creo que el autor se regodea, atraviesa la línea que separa una prosa exquisita de una prosa exagerada, por momentos cansina: abusa de la descripción, de la terminología, de la yuxtaposición, del inventario. Como cuando enumera los distintos objetos que descansan en el altar cuando el cura oficia la misa; hombre, la metáfora ya estaba entendida: es innecesario que nos ponga en línea cada una de las herramientas (con la búsqueda, como sucede durante casi toda la lectura, de una serie de términos en el diccionario). O como cuando, en mítico párrafo, nos describe el proceso de atadura del aparejo del burro: casi una página demoledora, en términos de continuidad de lectura, para decirnos lo que ya sabíamos al comenzar ese párrafo: cargaron las cosas en el burro. Llega un momento en el que te lo ves venir y te entra miedo: da la impresión de que, si cada una de las tetillas de las cabras tuviera un nombre, Carrasco encontraría la forma de escribir todo un párrafo -resumido en "el cabrero ordeña la cabra"- en el que daría cuenta de esos nombres que, casi seguro, conocen él y Nemesio el del llano.
Carrasco escribe muy bien, seria absurdo decir lo contrario: marca el ritmo, enfatiza los acentos justos, sugiere y propone, lleva al lector de la mano, tiene enorme talento para componer imágenes y moverse en las maneras poéticas (para mí, la vena que más me ha gustado). Quizá repite algunos esquemas en ocasiones ("como Looconte...", "como Lázaro...", "como la mujer de Lot...", "como Jesús..."), hecho que llega a advertirse en una novela con esta extensión y en la que, como hemos dicho, todo la narración se sostiene, especialmente, en la prosa y su aparato lingüístico. También cae en construcciones inevitablemente redundantes, fruto de ese prolijo afán descriptivo (por ejemplo: "como un [objeto cualquiera] invertido...", fórmula que aparece varias veces). El español es una lengua rica, pero pareciera que al autor se le llega a quedar corta. Y es que, independientemente de que se pueda o no se pueda contar todo lo que hace un personaje, habría que pararse a pensar cuándo esa descripción es necesaria y cuándo no, si hablamos de perseguir unos objetivos narrativos. En el caso de Intemperie, son bastantes los episodios en los que me sobran explicaciones y me faltan emociones, a pesar de que al relato lo acompañe una imagen deslumbrante con sobrecarga poética.
Por todo esto he valorado la novela, de acuerdo con los criterios habituales del blog, con un tibio "está bien", quizá forzando la cuerda entre lo que el autor parece capaz de hacer y lo que ha llevado a cabo. Volviendo al primer párrafo, y ya enfrentando esta reseña al noventa y nueve por ciento de las reseñas que han aparecido en otros medios, debo decir que yo no he leído, o no he sabido leer, ese libro magistral y prácticamente definitivo que sí han leído otras personas. Sí que es un buen relato sobre la supervivencia y la solidaridad, pero no mucho más, y creo que la honestidad del autor no está en entredicho. Es una novela que está bien, sólida, que cuenta una historia interesante y que, durante páginas, se me hizo pesada de leer, por exceso y abuso; pesadez que se compensa con algunos momentos líricos particularmente brillantes, pero son destellos, hallazgos. Desde luego, que la comparen con Delibes me hace recordar lo que sentí la primera vez que leí Los santos inocentes y se me para el corazón: no es lo mismo. Porque, si bien ambos autores nos cuentan algo, Delibes además nos decía algo sobre la inocencia, la culpa, el dolor y el miedo en términos universales, sobre una España que abruma, sobre la muerte. No niego la capacidad de Carrasco para escribir una pieza semejante, pues apunta temas en los que ha rascado, un libro que se aferre a la memoria a pesar de las lecturas posteriores, pero, en mi opinión, esta ópera prima adolece justo de eso: ser el relato de una anécdota, interesante en su ejecución, técnicamente impresionante, por momentos lúcida, quizá fácilmente olvidable.
Año de publicación: 2013
Valoración: está bienAsí están las cosas. Para escribir esta reseña he necesitado realizar un ejercicio de abstracción de la realidad: Intemperie es una novela publicada a comienzos de 2013 de la que se lleva hablando desde septiembre de 2012, debido a su enorme éxito en la Feria de Frankfurt, cuando apenas era -suponemos- un texto en pruebas; más aún: solamente aquellos lectores que hayan estado de vacaciones en, por decir un sitio, Marte, no se habrán topado con alguna de las innumerables -y elogiosas- reseñas que sobre ella se han escrito durante las últimas semanas en periódicos, suplementos culturales, revistas especializadas y blogs. Esto ha provocado dos reacciones, de las que he sido testigo por diversas conversaciones privadas y, también, por los comentarios de algunas páginas web: están los que, por un lado, han aceptado sin remedio elevar a la categoría de obra maestra la novela, como proclaman entre fuegos artificiales una gran cantidad de críticos, y están los que, por otro, se han negado por principio a acercarse a un texto que, a la vista de la heroica campaña publicitaria llevada a cabo por la editorial, es necesario leer cueste lo que cueste. Nada más humano: cuanto más te repiten que tienes que hacer algo, menos quieres hacerlo. Es por esa facilidad para posicionarse ante la obra (incluso sin haberla leído) que, repito, creo necesario un ejercicio de abstracción para acercarse a ella de una forma objetiva, así que vamos a evitar los lugares comunes: primera novela del autor, 40 años, personajes arquetípicos, relato de supervivencia, vendida a tropecientas lenguas antes de su publicación, éxito rotundo, etc.
Al grano. La historia que cuenta Intemperie es la de un niño que huye de su pueblo por alguna razón y a quien persigue un siniestro personaje, el alguacil. En su huida, el niño se encontrará con un cabrero que lo acompañará y ayudará en la medida de sus posibilidades. La causa de la escapada del chaval forma parte de la intriga de la novela, pero tampoco demasiado, ya que el autor nos sugiere unos motivos en las primeras páginas que luego, en efecto, se concretan; tampoco el destino final del muchacho tiene misterio: hay varios momentos del texto en los que el autor nos adelanta un futuro que, previsiblemente, el lector no encontrará cuando cierre la obra. Así pues, la trama mantiene cierta tensión narrativa -sobre todo en dos capítulos, maravillosamente escritos, potentísimos-, pero sin llegar a ser significativa; lo que realmente destaca en esta novela es la prosa del autor, que ha sido capaz de construir, en doscientas páginas, una bestia literaria a medio camino entre un poema épico y un diccionario de términos del campo. No se enfaden: por ahí van los tiros.
La novela tiene, como digo, apenas 200 páginas y no es hasta la 95 que sucede algo (esto no es necesariamente malo, por supuesto: la ausencia de acontecimientos que hagan girar la trama, en muchos libros, permite al autor explorar otros caminos, darse a la reflexión, poner ideas en orden, etc.). Hasta entonces, Carrasco relata, con prosa impecable, diríamos perfecta, los primeros días de la huida del protagonista con una precisión obsesiva. En el término "precisión" está la clave. Carrasco es descriptivo hasta el agotamiento y hace gala de un repertorio infinito de términos perdidos en la memoria de nuestra lengua, por desuso o lejanía; durante las primeras páginas uno piensa que esta peculiar forma de narrar obedece a una lograda intentona de situar al lector en un ambiente, en una atmósfera concreta; pasadas esas primeras páginas, el lector comprende que no, que toda la novela seguirá en esa dirección, y que cualquier mínima acción (por inventarme algo: coger una manzana de un árbol) terminará negro sobre blanco en un par de páginas de minuciosa exposición (por seguir con el invento: la posición de los dedos, la postura del pie, el nombre de árbol y de los árboles de alrededor, el color de la manzana y el número de boquetes que tiene, las palabras exactas que definen cada una de las capas de su piel, los nudos de las ramas, las puntas de las hojas, y más). Es ahí donde Carrasco se excede, en mi opinión. Una cosa es la precisión y otra, distinta, regodearse. Y creo que el autor se regodea, atraviesa la línea que separa una prosa exquisita de una prosa exagerada, por momentos cansina: abusa de la descripción, de la terminología, de la yuxtaposición, del inventario. Como cuando enumera los distintos objetos que descansan en el altar cuando el cura oficia la misa; hombre, la metáfora ya estaba entendida: es innecesario que nos ponga en línea cada una de las herramientas (con la búsqueda, como sucede durante casi toda la lectura, de una serie de términos en el diccionario). O como cuando, en mítico párrafo, nos describe el proceso de atadura del aparejo del burro: casi una página demoledora, en términos de continuidad de lectura, para decirnos lo que ya sabíamos al comenzar ese párrafo: cargaron las cosas en el burro. Llega un momento en el que te lo ves venir y te entra miedo: da la impresión de que, si cada una de las tetillas de las cabras tuviera un nombre, Carrasco encontraría la forma de escribir todo un párrafo -resumido en "el cabrero ordeña la cabra"- en el que daría cuenta de esos nombres que, casi seguro, conocen él y Nemesio el del llano.
Carrasco escribe muy bien, seria absurdo decir lo contrario: marca el ritmo, enfatiza los acentos justos, sugiere y propone, lleva al lector de la mano, tiene enorme talento para componer imágenes y moverse en las maneras poéticas (para mí, la vena que más me ha gustado). Quizá repite algunos esquemas en ocasiones ("como Looconte...", "como Lázaro...", "como la mujer de Lot...", "como Jesús..."), hecho que llega a advertirse en una novela con esta extensión y en la que, como hemos dicho, todo la narración se sostiene, especialmente, en la prosa y su aparato lingüístico. También cae en construcciones inevitablemente redundantes, fruto de ese prolijo afán descriptivo (por ejemplo: "como un [objeto cualquiera] invertido...", fórmula que aparece varias veces). El español es una lengua rica, pero pareciera que al autor se le llega a quedar corta. Y es que, independientemente de que se pueda o no se pueda contar todo lo que hace un personaje, habría que pararse a pensar cuándo esa descripción es necesaria y cuándo no, si hablamos de perseguir unos objetivos narrativos. En el caso de Intemperie, son bastantes los episodios en los que me sobran explicaciones y me faltan emociones, a pesar de que al relato lo acompañe una imagen deslumbrante con sobrecarga poética.
Por todo esto he valorado la novela, de acuerdo con los criterios habituales del blog, con un tibio "está bien", quizá forzando la cuerda entre lo que el autor parece capaz de hacer y lo que ha llevado a cabo. Volviendo al primer párrafo, y ya enfrentando esta reseña al noventa y nueve por ciento de las reseñas que han aparecido en otros medios, debo decir que yo no he leído, o no he sabido leer, ese libro magistral y prácticamente definitivo que sí han leído otras personas. Sí que es un buen relato sobre la supervivencia y la solidaridad, pero no mucho más, y creo que la honestidad del autor no está en entredicho. Es una novela que está bien, sólida, que cuenta una historia interesante y que, durante páginas, se me hizo pesada de leer, por exceso y abuso; pesadez que se compensa con algunos momentos líricos particularmente brillantes, pero son destellos, hallazgos. Desde luego, que la comparen con Delibes me hace recordar lo que sentí la primera vez que leí Los santos inocentes y se me para el corazón: no es lo mismo. Porque, si bien ambos autores nos cuentan algo, Delibes además nos decía algo sobre la inocencia, la culpa, el dolor y el miedo en términos universales, sobre una España que abruma, sobre la muerte. No niego la capacidad de Carrasco para escribir una pieza semejante, pues apunta temas en los que ha rascado, un libro que se aferre a la memoria a pesar de las lecturas posteriores, pero, en mi opinión, esta ópera prima adolece justo de eso: ser el relato de una anécdota, interesante en su ejecución, técnicamente impresionante, por momentos lúcida, quizá fácilmente olvidable.
Primera noticia. Y os puedo asegurar que no me he ido de vacas fuera del planeta...
ResponderEliminarEsto es lo que se llama una crítica con fundamento.
ResponderEliminarAparte, lo has dicho muy bien: cuando oyes hablar de un libro hasta en la ducha da mucha pereza y mucha rabia leerlo. ¿Cómo que tengo que hacerlo? Será si quiero.
Yo debo de vivir en Babia porque no me había enterado de la existencia de esta novela -y mira que leo periódicos y escucho la radio-, pero desde luego tu reseña no me ha dado ganas de leerla.
Para acabar, pequeño apunte pedante: *huida, sin tilde. (Es que aparece un par de veces).
¡Y otras dos erratas! Corregido. Una de esas palabras-vicio, buf...
ResponderEliminarSé de lo que hablas: a mí me costó mucho renunciar a la "n" de "carnincería"...
ResponderEliminarYo no había oido hablar de este libro. Le echaré un vistazo.
ResponderEliminarA mí, lo siento mucho, pero al único que le permito excesos es al DiFuntoW.
ResponderEliminarMuy bien argumentado el porqué de tu "Está bien".
ResponderEliminarCuando lea el libro os daré mi opinión. La verdad es que tengo mucha curiosidad y me gustó la entrevista que le hicieron al escritor
en "Página2".
Se admiten contrarreseñas
ResponderEliminarEs buenísimo, es diferente, desgarra, huele a campo, a sebo,a leche de oveja. Produce temor, angustia. Es distinto. Léanlo y, si quieren, critíquenme.
ResponderEliminarPues lo de siempre: se nos caerá de aquí a final de año. ¿Milagro publicar en Barral siendo novel? Vamos, vamos, con la escasez de obras decentes que les llegan a las editoriales (de postín o medio pelo). Eso ya no lo cree nadie, con que no tengan faltas de ortografía, salga un niño angustiado (puede o no llevar pijama, eh) y tenga formato cinemascope o así, vale. Y ya huele lo de prosa desnuda, pureza léxica y demás. ¡Obras con ángulos, desiguales, irregulares y excesivas, coño, que no está el chocho literario pa farolillos!
ResponderEliminarA mi este libro me ha parecido un ejercicio brillante. Como el que presenta un escolar bien preparado, demasiado medido, demasiados términos sacados de diccionario, rebuscado incluso. Te deslumbra al principio en las formas pero poco a poco se vuelve artificial en su lectura.
ResponderEliminarTal vez por sobreexposición mediática seamos más duros, pero no me parece el mejor libro de 2013 (término usado en enero!, más que nada, porque los he leído mejores en 2012 y espero encontrarlos también este año. Un buen libro, sin más.
Y pasada una semana van y comparan tu libro y el de Carrasco...
ResponderEliminarYo acabo de leer el libro y es cierto que el autor ha rebuscado mucho en el diccionario y sobre todo al principio resulta casi fuego de artificio, pero, a pesar de eso -nadie es perfecto- me ha parecido un gran libro; es Literatura y eso, hoy en día es decir mucho de una novela.
ResponderEliminarTampoco veo la similitud con Delibes, pero es una gran novela.
Yo sí que recomendaría su lectura, de hecho tengo ya apuntados tres o cuatro amigos lectores a quienes voy a recomerdarlo.
A mi no me ha gustado nada. he cogido el libro con ganas a pesar de toda la publicidad realizada por la editorial, que tan pronto lo "compró" en Frankfurt puso toda la maquinaria en marcha. Pero el resultado es una novela sin sentido, aunque muy bien decorada, eso sí. Le falta ritmo, la trama es previsible y el paisaje acapara todo el protagonismo, dejando a los personajes en lugar secundario. Fijaros en el texto de contra. Dice que "la presencia de la naturaleza inclemente hilvana toda la historia hasta confundirse con ella". Eso significa que lo han dejado todo en manos de la estética. Pero una estética sin contenido, es como una palomita envuelta en una funda de oro.
ResponderEliminarHe publicado una pequeña crítica que coincide plenamente con lo que planteas en otros términos y algo más reducida, pero muy parecidos en elcriticonlector.blogspot.com. Me alegro por la sintonía, al texto le falta humanidad, pese al innegable poderío verbal del autor. El criticón
ResponderEliminarEs la lectura de esta semana en nuestro Club de Lectura UCO.
ResponderEliminarA mí sí me ha gustado. Por supuesto no es la novela del año, pero ¿cuál lo es? Hay que dejar pasar el tiempo para tener un poco de perspectiva. De todas formas, se agradece una dosis de buena literatura sobre todo en un autor novel
Hola, yo lo leí hace unas semanas, no sabía que era un libro que se había publicitado tanto, sino seguramente también me habría dado alergia leerlo, simplemente me hice socia del círculo de lectores, no se cómo me dejé enredar, y me pareció el mejor que ofrecía la revista.
ResponderEliminarPues bien a mi me ha parecido un libro muy bueno por varias razones. La primera de ellas es que simplemente me ha encantado, así pura subjetividad, describe el mundo rural y pobre de hace unos años, aunque no especifique el tiempo en el que pasa la novela, de una forma ruda y violenta, tal como debía ser para los niños en esa época, sin artificios, sólo obedecer a los mayores, vivir el día a día y el contacto con la naturaleza, por muy inhóspita que sea. Y, ya no me enrollo más, otros aspectos a destacar, para mí,son por una parte la soledad del personaje, y extrapolando, la soledad de todos nosotros y la validez de los principios propios, de la dignidad, por encima de todo.
Me sorprenden algunos comentarios que leo por aquí. ¿De verdad no habíais escuchado nada de este libro? Puf, si ha salido hasta en la sopa!!! A mí me lo "recomendaron" hace bastantes meses, y yo, que soy también de las que voy a contracorriente, lo dejé pasar y ahora que lo acabo de terminar, sólo me pregunto porqué no lo había leído antes. Literatura con mayúsculas, prosa inigualable, una historia dura y que te llega mucho más precisamente por las descripciones detalladas que se hacen. De lo mejorcito que he leído este año, la verdad. Y os aseguro que llevo una buena racha. :)
ResponderEliminarAunque, oye, eso está claro. Para gustos, los colores. Faltaría más! además, ¿¿de qué si no, íbamos a polemizar??
¿Por qué no leéis "La Gaznápira", de Andrés Berlanga?.
ResponderEliminarA mí me gustó la novela, pero no me resisto a dejar una nota pedante. Abusa, y mucho, de una incorrección lingüística muy extendida: el uso del gerundio como complemento de nombre.
ResponderEliminarYo no entiendo nada, una colección de "lugares comunes" por donde desfilan desde las hormigas de García Marquez hasta las arideces de Rulfo y pasando como no, por Padre Padrone, y por si fuera poco: escenas repetidas casi con las mismas palabras,(si queréis doy las páginas) errores imperdonables como serones y albardas que se queman y reaparecen otra vez a renglón seguido y en el absurdo de los absurdos y suma y sigue. Mezcolanza de ambientes y de épocas sin sentido (retratos de monarcas, poster de nitratos, etc...) Fallos que un corrector de word detectaría en cinco minutos, incomprensibles en un novelista-realista y fallos argumentales que demuestran que el autor no ha visto nunca escenas que describe (el disparo entre otras). Oportunista eso si. Calidad aceptable para un relato largo, pero no para una novela. Relato frío que no conecta con el lector. Lo siento mucho pero yo lo veo así. No consigo entender que quienes leyeron las pruebas no hayan detectado esos errores tan groseros y fuera de lugar. Incomprensible. Llevo cincuenta años leyendo cosas y aún me asombro ante tamañas argucias de las editoriales para sacar adelante sus productos.
ResponderEliminarLo siento de veras, pero me he sentido estafado por los comentaristas.
Yo lo leí y me partía el culo de la risa. Para mí es un librito,sencillamente.
ResponderEliminarEs una tortura de libro.200 páginas para 4 cosas que pasan. Acabas hasta los mismos del niño y sus vueltas por el campo.Aburrido.
Para mí es un puro ejercicio de estilo. Jesús Carrasco debería aprender de la sobriedad verbal de Delibes en Los santos inocentes, novela, por cierto, de similar extensión en la que ocurren muchas más cosas.
ResponderEliminarA mí el libro me ha calado profundamente. Me parece que consigue transmitir la idea del desamparo en que, como seres humanos, nos vemos sumidos antes o después en la vida. El desamparo que el ser humano siente a pesar de estar rodeado de otros seres humanos, e incluso agudizado por esa compañía que nos hiere (como en esta historia) y nos deja "a la intemperie" solos ante la vida y la muerte.
ResponderEliminarY creo que para conseguirlo es un acierto el hecho de haber situado la acción en un contexto atemporal y una ubicación indefinida. De esa manera, consigue aislar el concepto, desligándose de lo puramente "local", de una concreción realista.
Hay, desde mi punto de vista, descripciones y fragmentos de una poesía indiscutible, rotunda, certera, que consiguen "traspasar" al lector con sentimientos de enorme crudezaa. Con la autenticidad de quien mira la vida en profundidad,sin evitar la negrura, y se reconoce en ella. Y de quien en el fondo, junto a las miserias, halla en algunos momentos, pocos,un atisbo de esperanza.
La manera en que describe todo, me parece magnífica. A base de pinceladas sobrias, certeras de una gran fuerza evocadora. A través de las cuales el lector puede captar el sentimiento o la sensación que el autor trata de transmitir con absoluta precisión, sin necesidad de enunciarlos.
Así pues, para cerrar esta valoración, diré que me parece una obra de gran valor que sabe engranar de manera exquisita la idea que quiere transmitir (la soledad del ser humano ante la vida) con una forma de escribir rica y poderosa.
Si he de señalar algún defecto, diré que coincido en parte con la opinión dada en la entrada inicial en lo referente a un exceso de terminología rebuscada y un tanto excesiva en cuanto a cantidad. Sin llegar a considerar para nada que llegue a perjudicar de manera sensible al relato final. Simplemente, en algún momento creo que sobra un poco.