Año de publicación: 1977 (en el volumen Alguien que anda por ahí)
Valoración: Imprescindible
No sabemos si Benedetti, cuando escribió aquello de que le parecía imposible "digamos indignarse contra Pinochet / durante el insomnio / y escribir cuentos diurnos / sobre la Atlántida", estaba pensando o no en Julio Cortázar específicamente; pero el caso es que esta definición le encaja como un guante. El propio Cortázar sabía que existía esta contradicción entre su compromiso político humano (de izquierdas sin duda, aunque no ortodoxamente comunista, lo que le llevó a apoyar la Revolución Cubana o la Revolución Sandinista, y a oponerse a los regímenes dictatoriales del Cono Sur, pero también a denunciar públicamente el "Caso Padilla" en 1971) y su forma de escribir, individualista, escapista e incluso calificada como críptica o elitista por sus detractores. Así lo expresó el propio Cortázar, en un alarde de autoconocimiento creativo:
"...yo opté por aceptar una situación que me parece prácticamente fatal a esta altura de la evolución geopolítica de nuestros países y comprometerme en la lucha de un futuro socialista en América Latina sin renunciar por ello lo que me es natural y conocido, un sistema de valores culturales que ha hecho de mí lo que soy como escritor, y sobre todo a un individualismo sin duda criticable en el plano de la militancia activa, pero que en el plano de la creación literaria no ha podido ser reemplazado hasta ahora por ninguna identificación colectiva, por ningún trabajo de equipo o sumisión a una línea de orientación basada en criterios políticos.” (Obras críticas 3, 1994: 121)Y sin embargo, a veces, pocas veces, el compromiso político de Cortázar traspasa de la vida a la obra, y se manifiesta en sus relatos. Es el caso de "Segunda vez", un elíptico relato sobre el poder burocratizado de los regímenes totalitarios, y su capacidad para "desaparecer" personas misteriosamente; en "Recortes de prensa", que problematiza simultáneamente el horror de las torturas y la relación entre arte y realidad; o en este "Apocalipsis en Solentiname", un relato brutal, magnífico, casi diría que perfecto en su combinación de denuncia política y técnica narrativa.
"Apocalipsis en Solentiname" juega con los límites de la autoficción: en él, un "poeta" argentino innominado (pero del que sabemos que es el autor en que se basó la película Blow-up, o sea, Cortázar mismo) viaja a Solentiname, la comunidad cristiana-artística creada por Ernesto Cardenal (comunidad real creada por un sacerdote real), donde toma fotografías y comparte la vida cotidiana de sus habitantes. Solo en la parte final del relato lo fantástico se manifiesta, transformando lo que en apariencia es un cuento inocente y casi autobiográfico en una representación de la violencia que asola el continente americano, ya sea en "una ciudad que podría ser São Paulo o Buenos Aires", o encarnada en el poeta asesinado Roque Dalton.
El estilo es el de Cortázar de siempre, con sus sorpresas casi milagrosas, como esa "maleta sapo" que escupe cosas sobre la cama; también su capacidad para percibir lo fantástico en medio de lo cotidiano (inventar por ejemplo esa cámara de fotografías instantáneas que en vez de revelar lo que sacó, revelase a Napoleón montado en su caballo); o su sensibilidad y su humor para hacer presentes los detalles, las conversaciones, los afectos. Pero a todo esto se añade, aquí, una tremenda realidad humana que necesitaba ser dicha, de la que Cortázar necesitaba hablar. El cuento habría sido narrativamente igual de brillante, pero humanamente mucho menos conmovedor, si en su desenlace el narrador se hubiera encontrado, efectivamente, con Napoleón a caballo en una de sus fotografías.
En "Apocalipsis en Solentiname", Julio Cortázar hace algo que hizo pocas veces en su obra, y que pocos autores han conseguido satisfactoriamente: ser fieles a sí mismos en su estilo y en su forma de concebir la literatura, llevarla a la perfección, o a algo que se le parece mucho, y al mismo tiempo construir un relato que retrata y denuncia la terrible realidad de nuestro mundo. Indignarse contra Pinochet durante el insomnio, y saber transmitirlo en un cuento diurno magistralmente escrito. Aunque este cuento inicialmente parezca que hable de duendes. O de pescaditos.
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