Fecha de publicación de Chapeau el Esmirriau: 1971
Fecha de publicación de El antídoto: 1973
Valoración: Imprescindibles
Aprendí a leer con Mortadelo y Filemón. No es una fantasmada, es de verdad: mi tío Carlos era un gran fan de las aventuras de los dos agentes de la T.I.A. y, cuando yo era pequeño, siempre había "tebeos" en casa. No me acuerdo muy bien, pero mi madre cuenta que yo solía mirar los dibujos y, cada dos por tres, le preguntaba "¿qué dice aquí?", a lo que ella, solícita, respondía leyéndome los bocadillos. Supongo que la guardería ayudó, pero sin duda pude practicar mucho con ellos... Debió ser un gran éxito personal terminar mi primer volumen solo, sin ayuda.
Dicho esto, y para hacerlo breve, debo decir que Francisco Ibáñez me acompañó durante muchos, muchísimos años. Mortadelo y Filemón son una parte fundamental de mi infancia, y todavía hoy, si tengo un día tonto, me atrevo a comprar alguno de los últimos libros. Ya no es lo mismo, claro: el mundo del comic ha cambiado, yo he cambiado, el humor no es igual que en los ochenta, pero hay un "algo" mágico, una sensación de bienestar inexplicable, que siento cuando abro cualquiera de estos "tebeos" y le dedico un ratito a su lectura. Incluso me viene a la boca una memoria de galletas de chocolate, a mis casi 33 años... Supongo que la infancia era eso: jugar y comer galletas. La parte buena, al menos.
Como todo el mundo sabe, o casi todo el mundo, Mortadelo y Filemón son dos agentes de la T.I.A. que se dedican a resolver crímenes e investigar lo que sea que el jefe de ambos, el Súper, les encargue. Normalmente también aparecen dos secundarios imprescindibles: Ofelia, la secretaria, y el Profesor Bacterio, genio de los inventos. Y punto. No hay más misterio.
He seleccionado estos dos libros porque mi memoria es como es. Cuando pensé en escribir una breve reseñar sobre el libro de mi infancia, automáticamente concluí que no podía elegir TODOS los libros de Mortadelo y Filemón, por mucho que me gustara hacerlo. Así que me dije: ¿cuáles recuerdas vivamente? Y fueron estos dos. El primero, Chapeau el Esmirriau, cuenta la historia de un tipo pequeño con un sombrero alucinante, del que saca todo tipo de objetos, que roba una moneda valiosísima que los dos agentes deben recuperar. En el segundo, El antídoto, Mortadelo y Filemón deben viajar a la República de Bestiolandia para encontrar una hoja de Hierbajus Apestosus Repelentus, con la que podrán curar al Súper de un problemilla físico (careto de cerdo) causado por un invento del Profesor Bacterio.
Las aventuras de Mortadelo y Filemón siempre son iguales: 44 páginas de gags absurdos, Mortadelo disfrazándose de cosas, Filemón echándole la bronca, explosiones, equivocaciones, destrucción, gamberradas, peleas... Un festival del humor en toda regla, inolvidable, siempre con guiños a la situación política o cultural del momento, parodiando las series de televisión, el mundo del espionaje, los personajes públicos... Gracias a ellos, creo, descubrí en mí la afición por la lectura, y aunque no eran más que "tebeos" (en aquellos tiempos no se llamaban comics, y estaban considerados lectura para público infantil y juvenil), fueron cientos las horas que dediqué a revisar cada una de las viñetas, cada frase, cada pequeño chiste. Leí cada volumen con voracidad muchísimas veces, y guardo un cristalino recuerdo de la excitación con que llegaba a mis manos uno que no había leído. Ay, qué tiempos...
En fin. Gracias, Ibáñez, por todo lo que me enseñaste. Especialmente a mirar el mundo siempre, siempre, bajo el prisma del humor. En estos tiempos chungos que vivimos, hacen falta cosas así.
También de Francisco Ibáñez en ULAD: 13, Rue del Percebe
Creo que somos muchos los que podemos decir que Ibáñez nos enseñó a leer.
ResponderEliminarEso sí, cada uno elegiría una historia diferente. En mi caso, 'Moscú 80', 'El Caso del Bacalao' y 'El Sulfato Atómico'.
No puedo estar más de acuerdo con usted. Yo me apunto a ¡A las armas!, Chapeau y El otroyo del profesor Bacterio (mi favorito).
ResponderEliminarIbáñez es de esas personas que no deberían morir jamás.