Idioma original: alemán
Título original: Der Fuchs war damals schon der Jäger
Año de publicación: 1992
Valoración:Recomendable
No es Herta Müller una autora de fácil lectura. Tampoco es fácil el contexto en el que su obra se inscribe. Herta Müller nació en 1953 en el seno de la minoría germanoparlante de los suevos del Banato rumano. Esta comunidad, originalmente parte del Imperio Austrohúngaro, quedó, tras el desmembramiento de este, dentro de Rumania. Durante siete siglos, los suevos conservaron su idioma y sus costumbres del sur de Alemania en una Rumania multiétnica en la que convivían con búlgaros, gitanos, judíos y los propios rumanos. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad sueva se alió con el Reich, abriéndose una brecha definitiva. En 1945, con el territorio bajo control soviético, llegó la represalia y todos los hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 17 y los 45 años fueron enviados como castigo a campos de trabajo en la Unión Soviética. La madre de Herta Müller pasó cinco años en un campo donde muchos de sus compatriotas murieron por las condiciones inhumanas a las que fueron sometidos. Volvió traumatizada y avergonzada, sin querer nunca hablar de su experiencia. Un silencio original que Herta Müller incorpora probablemente a su poética.
Finalizado el exilio, los suevos pudieron volver a su territorio pero, al haber perdido en numerosos casos sus medios de sustento, muchos decidieron emigrar, principalmente a Alemania. El régimen totalitario de Ceaucescu, cada vez más nacionalista y opuesto a las minorías étnicas, no hizo sino agravar la situación y los suevos, por lo demás como el resto de la población, quedaron sometidos a la vigilancia constante de la Securitate, obligados a ocultar sus opiniones, sentimientos o deseos. De nuevo, el silencio.
Ese extrañamiento tanto vital como lingüístico moldea probablemente la escritura de Herta Müller. Como las vidas de los suevos, su prosa es entrecortada, las frases están cuajadas de silencios. Nos encontramos en el libro personajes ensimismados, descripciones incoherentes, paisajes donde lo inanimado se anima y lo animado se descompone. En la imagen que abre La piel del zorro, una hormiga viva arrastra a una araña muerta y es precisamente la hormiga la que parece muerta mientras que la araña, al desplazarse, parece cobrar vida. La autora recrea a partir de ahí un mundo donde los términos se invierten y el individuo, habitualmente el centro de toda narración, se desdibuja frente a una acumulación de personajes minúsculos, estereotipados, autómatas que podrían ser barridos de un plumazo sin que nadie los echase de menos. Muchos de esos personajes ni siquiera tienen nombre: “la hija de la criada”, “la maestra”, “el niño”, “el oficial”, “el hombre de la corbata de lunares rojos y azules”, por ejemplo. La cosificación de los personajes resulta aún más evidente cuando precisamente los animales y objetos son personificados y encontramos la hierba ahogada en el río, las llaves que susurran ante la puerta de la casa o el corte en la barbilla que habla.
Esa ausencia de narración centrada en un individuo hace, sin embargo, que el libro se nos caiga a veces de las manos. Solo al llegar a la mitad, Adina parece tomar las riendas de la narración y cobra relevancia la anécdota de la piel del zorro. Cuentan que la anécdota es real y que le ocurrió a la propia Herta Müller. En la novela, Adina tiene una piel de zorro a modo de alfombra en su apartamento hasta que un día observa que le han cortado la cola. Primero piensa que es un accidente, pero semanas después alguien corta una pata, luego otra, hasta que la piel aparece con la cabeza cortada. Esa anécdota estremecedora, que muestra la vulnerabilidad del individuo y la constante amenaza del régimen de Ceaucescu, sirve de hilo conductor para narrarnos las peripecias de una joven durante los años previos a la caída del dictador. Es curioso, sin embargo, que ese hilo conductor no aparezca hasta prácticamente la mitad de la novela, como si no fuera en realidad tan importante. Parece como si lo que quisiera retratar la autora fuera más bien el entorno y la anécdota de la piel del zorro hubiera adquirido inadvertidamente mayor relevancia de la prevista. Podría ser que Müller hubiera ido escribiendo sin un proyecto inicial, pero es probable que lo que le interese no sea tanto narrar una peripecia vital como mostrar el caldo de cultivo, el entorno de corrupción y desconfianza que impregna todo el sistema. Burócratas, empleados, policías, amigos, todos forman parte de esa realidad gangrenada. La metáfora inicial, la hormiga viva que parece muerta y la araña muerta que parece viva, cobra sentido en un mundo en el que los individuos, tan pequeños, parecen muertos, mientras la gran máquina burocrática cobra vida.
En cierto sentido, se echa de menos un mayor sentido de la narratividad, una ilación, una secuenciación lógica de las escenas, pero es a la vez esa extrañeza lo que hace de La piel del zorro un libro tan descorazonador, helador y corrosivo como la maquinaria del régimen soviético. En un sistema en el que los valores se invierten y la causalidad pierde su eficacia a la hora de explicar los hechos, es probable que las formas narrativas deban también reinventarse. Y eso es lo que hace Herta Müller, crear un lenguaje y un espacio literario acordes.
Herta Müller recibió en 2009 el Premio Nobel de Literatura, destacando el Jurado las cualidades singulares de su obra. «Si el mundo es ambiguo y opaco, la literatura debe dejar de ofrecernos una imagen engañosa».
Firma invitada: Maite
También de Herta Müller en ULAD: Todo lo que tengo lo llevo conmigo, El hombre es un gran faisán en el mundo, Los pálidos señores con las tazas de moca
Muchas gracias por esta reseña, me encuentro leyendo el libra en este momento y debo coincidir en la complejidad de la trama. Continuarè en la aventura de pasear por escenarios tan discontinuous.
ResponderEliminarSol
Es un libro que uno no sabe cuándo va a empezar la historia....raro pero muy buena narrativa.
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