Título original: Postille a "Il nome de la rosa"
Idioma original: italiano
Fecha de publicación: 1983
Valoración: muy recomendable
"Tenía ganas de envenenar a un monje." Así confiesa Umberto Eco en este libro el afán homicida que le llevó a escribir su más célebre novela: El nombre de la rosa. Es un alivio esto de que la cultura sirva para canalizar los anhelos más torcidos que nos tientan. En este caso, al menos, debió de ser un alivio para varias comunidades benedictinas del norte de Italia...
Estas y otras confesiones dan a este librito un aire como de strip-tease intelectual. Sí, ya sé que la imagen de Umberto Eco contorsionándose en torno a una barra en pelota picada no es algo precisamente atractivo, pero es que en realidad el libro tiene poco que ver con Eco-el hombre, y todo con Eco-el autor. Quiero decir que tiene el sentido común de dejar atrás todas las anécdotas personales que pudieron llevarle a la novela, o sucederle mientras la escribía, y centrarse en lo que podríamos denominar, trucos del oficio. Y esto no deja de tener su interés (incluso su morbo, si me perdonais la perversión).
Por ejemplo. Resulta que una de las cosas que estuvieron claras desde al principio fue el vínculo entre la trama de crímenes y el Apocalipsis (¿os acordáis? las siete trompetas, etc.). Bueno, pues por eso mismo necesitaba zambullir a uno de los monjes muertos en una tina de sangre (porque al toque de la segunda trompeta el mar se convertirá en sangre). ¿Cómo hacer verosímil la presencia de una tina de sangre? Fácil: la época de la matanza. Ahora bien, los cerdos se matan cuando hace frío, y Eco no podía ir más allá de noviembre, porque en diciembre del año elegido, 1327, uno de sus personajes (Michele da Cesena) se hallaba ya fuera de Italia, en Aviñón. ¿Solución? Instalar la abadía en una montaña, para que en noviembre haya ya nieve y frío suficientes como para proceder a la matanza.
Lo interesante de todo este tipo de pequeñas revelaciones es que Eco sabe unirlas con una sabia reflexión sobre la creatividad, mucho más artesanal y menos extática de lo que suele pretenderse. Son muy interesantes también sus opiniones sobre la relación entre obra y lector. Las grandes obras, dice, son aquellas que pretenden crear sus propios lectores, y no las que se conforman de antemano a los hipotéticos gustos del público. Eco aquí reflexiona con el sentido común que suele usar, pero además sobre la base de su propia experiencia. Esto convierte a una obra claramente menor e incidental en toda una lección de teoría de la literatura.
(Nota: Claramente este libro es un "libro sobre libros" (como aclara la etiqueta de abajo), porque Eco habla de cómo escribió una novela. Pero es que, si habéis pinchado en el vínculo de arriba, veréis que en su día Sonia publicó su reseña de El nombre de la rosa dentro de la serie "libros sobre libros", puesto que, en efecto, toda la trama gira en torno a un libro prohibido de Aristóteles. Así que en puridad éste del que yo hablo es un "libro sobre libros sobre libros". Todo se complica aún más si recordamos que en su novela Eco utiliza el recurso del manuscrito hallado: para llegar desde el narrador -Adso de Melk- al autor -Eco-, hay otras dos figuras interpuestas -filólogos que estudian el manuscrito-. A esos cuatro planos se añade el quinto en Apostillas, que es Eco reflexionando sobre su escritura. Yo añado con la reseña el sexto, y el séptimo con esta nota, que es en realidad una apostilla a la reseña sobre Apostillas a El nombre de la rosa.)
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Jajajaja, me encanta el último párrafo. Genial, Jaime!
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