Idioma original: inglés
Título original: The Uses of Echantment: The meaning and Importance of Fairy Tales
Año de publicación: 1976
Valoración: Muy recomendable
¿Quién no ha crecido rodeado de cuentos de hadas? ¿Quién no conoce las historias de la Cenicienta, Pulgarcito, Aladino o Blancanieves? ¿Quién sería incapaz de resumir en un par de líneas la sinopsis de una de estas fábulas, cualquiera de ellas?
Creo yo que pocos (por no decir nadie) de los que estén leyendo esta reseña podrán contestar con un rotundo "pues yo no" a estas preguntas. Los cuentos de hadas, ya sean relatados por los propios familiares, ya sea en libros y películas animadas o en carne y hueso (véase la inolvidable serie creada por Shelley Duvall), son uno de los pilares sobre los que se levanta la educación de cualquier crío de este mundo que posea una familia y una infancia, digamos, "normales". En cambio, no todos (tanto padres como críos) saben que estos cuentos poseen una versión original mucho más cruel y menos edulcorada que el resultado final que nos ha llegado.
Bruno Bettelheim fue un psicólogo de origen austriaco que se dedicó a indagar en el significado de los cuentos populares que avispados hombres como los hermanos Grimm o Ferrault se dedicaron a recopilar y a pasar a papel y tinta. Los resultados de su trabajo han puesto una admirable pica en la historia de la psicología infantil ya que el hombre no sólo nos descubrió qué pasa "en realidad" en esos mundos de fantasía, sino que ahondó en los valores que dichas fábulas tratan de inculcar a los cachorros humanos.
Los cuentos de hadas muestran personajes estereotipados, extremistas, o muy buenos (y normalmente muy guapos) o muy malos (y casi siempre feos y viejunos). Y aunque los malos se las hagan pasar canutas a los buenos, los buenos (y macizos) al final se salen con la suya y los malos acaban...pues eso, muy malamente por ser tan rematadamente malos, hala.
Pero antaño las cosas no eran tan sencillas, y se mostraban a los niños, mediante la meritoria tradición oral, sin luz eléctrica ni comodidades post-revolución industrial, algunos "detallitos" luego omitidos, a saber: las hermanastras de Cenicienta se rebanaban los talones para que les cupiera el zapatito de cristal, el lobo de Caperucita tenía más de pérfido violador que de depredador forestal, los cuarenta ladrones de Alí-Babá no hacían ascos a descuartizar a sus víctimas, la Sirenita acababa transformada en fantasma por negarse a cometer un asesinato..., y un sinfín de barbaridades que el tío Disney no muestra en sus escenarios almibarados, plagados de princesitas de ojos almendrados, ciervos parlantes y príncipes metrosexuales.
Bettleheim (otro suicida, tengo que decirlo) estaba interesado mucho en la psicología de los críos, y decía que los padres modernos quieren educar a sus pequeños sin mostrarles el lado "cruel" de la vida como una forma de evitarles el sufrimiento que origina saberse mortal y carne de enfermedades y calamidades, lo que no es más que un grave error: el posterior shock de estos niños criados entre algodones al ver la cruda realidad no hará sino incrementar su frustración y sus padecimientos.
En resumen: el psicólogo del libro que hoy nos ocupa dejó bien claro que la función de los cuentos de hadas originales, además de transmitir a los niños valores éticos y morales para vivir decentemente en sociedad y en paz con uno mismo, era mostrar el lado menos agradable de la existencia.
Creo yo que en el presunto Estado de Bienestar en el que vivimos, alelados y bien alejados de las calamidades de ese Tercer Mundo del que nos quieren hacer ajenos, no estaría mal hacer unas ranuras de lucidez como las que estos cuentos VO contienen: porque no hay mayor embuste que el del que se autoengaña para creerse a salvo del Mal que el mundo lleva en sus entrañas.
Aceptar que el Mal existe es la forma más sensanta, valiente y humana para combatirlo y anularlo en la medida de lo posible.
Totalmente de acuerdo. Transmites estupendamente el mensaje del libro, el propósito de su autor, la naturaleza de las obras originales... Todo. Creo que ha quedado clarísimo.
ResponderEliminarMuy cierto, Ian. Casi se diría que acudiste a las lecciones del maestro Ortiz-Osés, el cual recuerda siempre, cabalmente, que el único modo de vivir una vida con sentido es asumiendo el sinsentido que le es inherente. Flaco favor nos hacen los maquilladores.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. La verdad es que lo leí con 17 años para un trabajo de literatura y me dejó gran huella. Se lo tengo que agradecer a la magnífica profesora de Literatura que tuve ese año, que fue, además, la que me descubrió a Rimbaud y a los malditos.
ResponderEliminarno sabrás dónde se puede conseguir, ¿no?
ResponderEliminares que parece muy interesante
Qué va, Izas, ya lo siento...A mí, creo que me lo prestó mi profesora. En Internet sí que lo venden, lo vi; en la biblio quizás esté...Si me entero de algo, te digo.
ResponderEliminarHe de decir que lo de que la Sirenita prefiera morir a matar al príncipe mientras se tira a otra es cosa de Andersen y sus moralejas, ya que en versiones más antiguas, acaba bien. Todo esto lo digo sin citar fuentes, pero lo leí hace poco. Haré memoria para que quede todo más serio.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de la psicología infantil, leí algo hace poco en un libro llamado "Fairy tales and the art of subversion", por Jack Zipes. Este hombre hace notar (y Tolkien ya lo decía antes) que los cuentos populares y de hadas nunca fueron para niños. La crueldad y el morbo de cuentos como el de Caperucita siempre fueron entretenimiento general de las masas, y expresaban miedos y deseos intrínsecos en esa sociedad, de la que no se aislaba a los niños. Según Zipes, eran las matronas provenientes de esos estratos las que introdujeron los cuentos de hadas a los niños burgueses, con el consiguiente control por parte de los padres y educadores.
Comento poco, pero cuando lo hago, vaya brasa os doy.
Tengo que acabármelo, por cierto. Así que me callo ya :D
Estupenda reseña.
ResponderEliminarMe encanta la bitácora, os enlazaré en la que yo participo.
Añadir que fue uno de los libros de cabecera de Kubrick cuando adaptó El resplandor, que a la postre no es más que un cuento de hadas con un ogro y un pulgarcito que huye de él en el laberinto nevado.
ResponderEliminarAñadir que fue uno de los libros de cabecera de Kubrick cuando adaptó El resplandor, que a la postre no es más que un cuento de hadas con un ogro y un pulgarcito que huye de él en el laberinto nevado.
ResponderEliminar