Idioma original: español
Fecha de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable
Ésta es una de mis eternas polémicas con Santi (que tampoco son tantas, no os imaginéis), pero juro que no traigo aquí esta novela por fastidiar: él no la traga, de acuerdo, pero a mí me encanta, qué se le va a hacer. Precisamente eso es algo que uno aprende al embarcarse en un compromiso como este: a relativizar sus propios juicios y los de los demás. Está claro que en las críticas literarias hay una buena parte (no digo todo) que se debe a razones difícilmente explicables o, incluso, poco comunicables. Intentémoslo, al menos.
El otoño del patriarca narra la historia de un tirano imaginario, por lo que se encuadra en ese subgénero tan latinoamericano que se llama novela de dictadores (y del que espero hablaros pronto algo más extensamente). Se especula con los tiranos reales que pudieron inspirar a Márquez (Rojas Pinilla, de Colombia, o Franco, de España), pero a poco que se lea queda bien claro que esa cuestión es secundaria en la novela. Lo que Márquez pretende es construir un tipo ideal que encarne el poder absoluto, y para ello no duda en introducir todos los elementos fantásticos que le parece.
Así, por ejemplo, el mismo tiempo narrativo se desdibuja bastante, contribuyendo a una atmósfera de irrealidad. La perspectiva se centra siempre en el propio dictador que, prácticamente solo ya en el palacio presidencial, recuerda su mandato. Si bien se puede situar aproximadamente el momento en que se narra como contemporáneo de la publicación del libro, al lector le resulta imposible calcular cuánto tiempo transcurre entre los acontecimientos que dan comienzo y final a la novela: la simulación de la muerte del dictador y su muerte verdadera. Además, los continuos flash-backs contribuyen a la confusión. Muchas veces, no respetan ningún criterio de verosimilitud, como cuando se dice que el dictador tiene una edad indefinida entre los 107 y los 232 años. Se trata de transmitir la idea de que el poder ha estado desde siempre en las mismas manos. Hasta el punto de que se narra cómo algunos indios le comunican el avistamiento de las carabelas de Colón.
La figura del dictador se mitifica, dándole un poder absoluto sobre las gentes y los elementos. Se dice que las vacas de sus rebaños nacen ya marcadas por el hierro presidencial; en un momento el dictador pregunta la hora y le responden "La que Vd. ordene, Su Excelencia"; en otra ocasión se asegura que ha vendido el mar a los gringos. Esta omnipotencia, expresada mediante el uso magistral de la hipérbole, se muestra sin embargo asentada sobre la mentira. En varios pasajes se muestra al propio tirano envuelto en la confusión, sin saber qué corresponde a la verdad y qué a las falsedades urdidas por su propio régimen. Un caso flagrante es el de la canonización por decreto de su madre, Bendición Alvarado, tras una serie de milagros post mortem amañados por los secuaces del dictador para agradarle. Él mismo acaba creyendo la mentira, y sólo el instructor de la causa se atreve a desilusionar su fervor filial.
En momentos como ese, Márquez logra incluso llevar al lector a empatizar con un tirano del que se narran las mayores barbaridades (como servir asado y en bandeja de plata al jefe de su guardia). Ese poder infinito que todos le atribuyen, y que él mismo ha construido sobre la mentira, le aleja del afecto de todos, incluido el suyo propio. Sus súbditos lo aceptan como una fatalidad natural, casi ya sin temor. García Márquez ha cifrado de forma inmejorable la esencia de un poder desnaturalizado cuando dice del tirano que "llegó sin asombro a la ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad".
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Pues lo siento, Jaime, pero no trago. Tres o cuatro veces he intentado leerme esta novela, y nunca he llegado, creo, ni a la mitad. Que se trate de una original presentación del género de "novela de dictador" está muy bien, pero que con tanto juego de narrativa vanguardista la lectura se hace difícil y aburrida -para mí por lo menos- también.
ResponderEliminarY mira que he leído y disfrutado novelas experimentales, desde el Ulises hasta La casa de citas, pero con esta novela no puedo, y ya he decidido no volver a intentarlo.
Por cierto que algo parecido me pasa con Yo, el Supremo, que tampoco creo que vuelva a intentar leer en la vida.
Pues a mí me ha pasado algo parecido, Santi. He leído casi todo lo que ha publicado este prolífico escritor y esta es la única novela suya que no pude terminar. La cogí con muchas ganas y no pude con ella. Quién sabe, puede que la retome por si acaso al leerla completa me encaje un poco mejor;-)
ResponderEliminarDesde luego creo que hay algo que colabora en hacer difícil la lectura de esta novela -al menos comparada con las demás de Márquez- y son las larguísimas frases. No sé muy bien por qué, Márquez opta aquí por no utilizar casi puntos, y elaborar unos laberintos sintácticos que duran páginas y páginas. Pero, no sé, en cuanto acepté ese estilo, a mí no se me hizo nada aburrida. Ahora, Yo, el supremo tampoco pude acabarla.
ResponderEliminarCoincido con Jaime, la terminé de leer en estos días y quedé fascinada: el estilo, la historia narrada y renarrada, los puntos de vista, me atrapó desde el comienzo. Lo mejor que he leído del maestro. Nada aburrida.Y lo que más me sorprendió, es la similitud de este tirano con tantos otros que podemos encontrar a lo largo de la historia, particularmente la latinoamericana reciente: cómo llegan al poder y se instalan con la anuencia de los poderosos, cómo perduran y cómo eliminan al que piensa distinto, las atrocidades cometidas, el manejo de la información y cómo se desvirtúa la realidad...Maravillosa.
ResponderEliminarCoincido con anónimo, es la mejor de sus novelas. Patricio Aragonés, aunque es una suma de dictadores, se inspira en Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano de principios del 20. Apuleyo lo cuenta en "El Olor de la Guayaba".
ResponderEliminar...Recibiendo de los gringos una frase que jamás pudo olvidar "Ahí te dejamos con tu burdel de negros" La frase la escuchó posiblemente en Maracaibo a finales de los cincuenta. Al fin y al cabo era lo que decían los americanos...
Genial, yo me pongo a escribir y esto no me sale. Un diez.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBlogger Octavio Bobadilla dijo...
ResponderEliminarPersonalmente encontré la historia ridícula y carente de dirección. Mezclar la vida de un dictador corrupto (aunque ficticio)con elementos fantasiosos parece contrastar muy mal y cuesta tomarse la narración en serio. Hay algunos párrafos que se distraen del foco central (o sea la vida del dictador) y comienzan a describir muy detalladamente cosas y paisajes innecesarios que no enriquecen ni aportan nada a la historia y vuelven tediosa la lectura. También siento como que el autor intenta sonar profundo o poético a veces con frases tontas y cursis, bastante pretencioso. No recomendaría a nadies esta novela, a no ser que sea una gran seguidor de Gargìa Marquéz y ya este acostumbrado a su narrativa. Pero sinceramente es una pésima novela y podría ser la peor del autor.
Magnifica trama de un hijo ilegitimo llamado Sacarías Alvarado .Hijo de la vendedora de pájaros y déspota perfecto. faves61@yahoo.es
ResponderEliminarEs la mejor de García. No es una novela solamente, es una pintura: un frasquito de perfumes;un ciclón tropical de imágenes. La leí ya unas seis veces y junto con los Funerales de la mamá Grnde son puntos altos de Gabo. Cien años...esta un escalón abajo. Me pasa con el colombiano lo que no me pasa con con Vargas Ll: puedo releerlo; al otro no, pese a que algunas de sus novelas son de las mejores que he leído.A Yo el Supremo tampoco pude leerla. Saludos.
ResponderEliminarImpresionante novela. Esa forma de escribir puedo entender que a mucha gente no le guste o le cueste... Pero a mí me ha parecido arrolladora, te atrapa, no puedes parar. Me encanta la mezcla de la fantasía para elevar al absurdo el poder absoluto incluso vendiendo el mar.
ResponderEliminarUn 10. Pero no apta para todos los lectores.
Me gustó mucho leer este libro, sin una lógica sistemática sino con una entrega a la lectura y el disfrute de una obra escrita así, con muchísima fluidez y como sin ataduras lógicas.
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