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domingo, 1 de enero de 2023

Fernanda Trías: Mugre rosa

Idioma original:
español
Año de publicación: 2020
Valoración: entre está bien y recomendable
 
A Fernanda Trías la (re)descubrimos en España gracias a la edición en la editorial Tránsito, casi veinte años posterior a la primera, de La azotea, su primera novela. La azotea era una novela redonda, breve, condensada, asfixiante, que extrae el máximo provecho de un número muy limitado de personajes. Así que tenía enormísimas ganas de leer esta Mugre rosa, su novela más reciente, que además pertenece a uno de mis (sub)géneros favoritos: el de la novela distópica, postapocalíptica o, en este caso, a la llamada "ficción climática" o "ficción ambiental". La lectura, desafortunadamente, ha quedado un poco por debajo de mis expectativas, aunque desde luego la novela tiene muchos elementos interesantes, y estoy seguro de que se escribirán artículos, libros y tesis sobre ella en el futuro.

Empecemos por el planteamiento de la novela: en una ciudad costera latinoamericana (que podemos identificar con Montevideo, dado que la autora es uruguaya) se suceden fenómenos inexplicables: unas algas rojizas invaden el río y matan a las especies que viven en él; una espesa niebla se adueña de la ciudad, y cuando la niebla se levanta es porque sopla un viento, el "viento rojo", que trae consigo una misteriosa enfermedad, inicialmente semejante a una infección respiratoria, más tarde a una especie de lepra que hace que se caiga la piel a tiras. Los enfermos son trasladados al Hospital de Clínicas, en algunos casos para morir y en otros, pocos, para curarse; mientras tanto, el resto de la población va trasladándose hacia el interior del país, huyendo del desastre. Poco antes de que se iniciasen todos estos fenómenos (aunque nunca se establece de forma clara y directa una relación causal entre ambas cosas) se había instalado, en esa misma ciudad, una gran planta procesadora de productos cárnicos, que transforma a los animales en una especie de pulpa proteínica, la "mugre rosa" que da título a la novela.

En medio de este escenario apocalíptico tenemos a los personajes protagonistas: la narradora, una mujer joven que se resiste a dejar la ciudad; su madre, que también aguanta los desastres como puede; Max, el antiguo compañero de la narradora, internado en el Clínicas como enfermo crónico; y Mauro, un niño con un síndrome que lo vuelve perpetuamente insaciable, y a quien la narradora cuida temporalmente a cambio de algún dinero. Y en realidad, es en las relaciones que se tejen entre estos personajes donde se desarrolla la mayor parte de la novela, que morosamente estudia las tensiones, dependencias y afectos (no muchos, en realidad) que se establecen entre ellos.

Y creo que esta última frase resume los motivos por los que no me ha acabado de gustar la novela. Primero, por ese adverbio, "morosamente": sé que a algunos críticos les parece una vulgaridad pedir acción o argumento a una novela, y no digamos ya humor, pero es que realmente a lo largo de las 280 páginas de la obra, salvo pequeños momentos de desarrollo, apenas pasa nada que no sea la protagonista yendo y viniendo de un sitio a otro, hablando con unos o con otros, esperando o haciéndose esperar. Ni siquiera las relaciones evolucionan gran cosa: están establecidas al comienzo de la novela, y se mantienen prácticamente inalteradas durante toda su duración.
 
Y después, y sobre todo, me ha decepcionado algo la novela por este foco en lo psicológico en vez de en lo ecológico, lo social, lo político; en esto es una novela que se diferencia bastante de precedentes como las novelas de Ballard o las de John Brunner, por citar solo a dos clásicos, en las que el acento se pone en las reacciones sociales o políticas, y en el caso de Brunner muy específicamente en la relación entre capitalismo y crisis climática o ecológica. Aunque Fernanda Trías, como decía antes, parece apuntar a estas cuestiones con la subtrama de la planta procesadora, no parece interesarle demasiado, y de hecho la actuación del gobierno y de la mayor parte de la población aparece bastante desdibujada, esquemática, casi caricatural. Por otra parte, como la propia autora reflexiona en varias entrevistas, quizás esté llegando el momento de abandonar las distopías y pensar en utopías: en cómo reconstruir los lazos sociales, políticos y mediambientales en este mundo arrasado que nos está quedando; y ese es otro aspecto en el que esta novela apenas ofrece ideas o propuestas.

Como decía al principio, esta cierta decepción, porque la novela no ha respondido a lo que yo esperaba, no implica que no sea una buena novela; sin duda que es admirable la forma como se mantienen abiertas a lo largo de la novela las diferentes tramas y subtramas, como se dosifica la información sobre la tragedia ambiental y sus consecuencias, o se describe la relación entre los personajes. Aun así, no puedo evitar pensar que es una oportunidad perdida para explorar muchos otros aspectos, o plantearlos de otra forma al menos, para obtener una novela tan redonda como La azotea.

(Por cierto, como curiosidad, por si alguien se lo está planteando, esta novela fue escrita antes de la pandemia, por lo que cualquier parecido con lo que hemos pasado desde el año 2020 hasta hoy es, en este caso sí, pura coincidencia).

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