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domingo, 14 de noviembre de 2021

Alfonso Sastre: La taberna fantástica

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1966

Valoración: Bastante recomendable

 

Hace poco más de un mes murió Alfonso Sastre. Por lo que yo sé, su pérdida ha pasado más bien desapercibida en la mayoría de medios, y que aparezca ahora en el blog es una simple casualidad. En ULAD solo había una reseña de este autor (ver enlace abajo), por lo demás bastante prolífico (y longevo), lo que me parece una pequeña injusticia, quizá explicable porque el teatro, que ocupa la mayor parte de su obra, es un género que por lo que sea tiene aquí un hueco bastante reducido. Pero tengo que decir que, aun sin conocerlo con mucha profundidad, me parece un autor interesante, alguien que desde los lejanísimos, y difíciles, años 50 del siglo pasado se ha movido por diferentes corrientes y ha contribuido a dinamizar el teatro desde la base promoviendo iniciativas sin descanso. Activo luchador antifranquista, puede que su prestigio se viera lastrado, al menos a ciertos niveles, por sus relaciones poco claras con el entorno del terrorismo de ETA. Pero centrémonos en el libro.

La taberna fantástica, escrita en 1966 pero no estrenada hasta 1985, supuso un cierto éxito de público, y tiene los ingredientes para ello. En un bar de mala muerte de los arrabales de Madrid coinciden varios personajes de los bajos fondos. Rogelio, perseguido quizá sin razón por el asesinato de un policía, aparece con intención de acudir al entierro de su madre, y se encuentra en el bar algunos parroquianos habituales, Paco y Caco, dos jóvenes del lumpen que parecen mostrarle un respeto reverencial, y el Carburo, un gallo que dice tener alguna cuenta pendiente con él. Todo presidido por el tabernero Luis, bregado en la relación con este tipo de clientes y cuyo principal interés es mantener cierto equilibrio entre todos para poder seguir sirviendo alcohol a mansalva.

Porque, señores, no encontraremos muchos libros en los que la priva corra con mayor caudal que en este. Exceptuando obviamente al dueño del bar, todos los personajes llevan una cogorza de campeonato a nada que pasemos un par de páginas. Rogelio la lleva puesta desde mucho antes, y ninguno de ellos hace una mínima pausa hasta que cae el telón. Se pueden imaginar los derroteros que toma el asunto. El conflicto, alimentado por el ego y exacerbado por el estímulo espirituoso, se mueve en el campo del amago intermitente (esa bravuconada tan española), y se incendia con la posterior llegada de otros personajes… que se suman, cómo no, al festival etílico. Y ya no puedo contar más.


Podemos verlo desde perspectivas muy diferentes. Si nos contentamos con el lado cómico de unos cuantos quinquis borrachos en un bar, la obra resulta realmente divertida, incorporando un lenguaje barriobajero convincente que acerca los diálogos a cierto tipo de sátira costumbrista. Este punto de vista es seguramente el dominante para explicar el relativo éxito que obtuvo en su estreno, ya bien entrados los años 80, es decir, cerca de veinte años después de escrita.

La parte más seria de la crítica pone de relieve el probable mensaje social, con la representación de los estratos más degradados de los arrabales, delincuentes de poca monta, macarras manejando chuscos códigos de honor, desplazados de la sociedad sometidos sin escapatoria posible a la violencia y el alcohol (por esa época la droga todavía no había triunfado como años más tarde, y además, de haber estado presente le hubiera dado al texto, digo yo, un tono muy diferente).

Desde el punto de vista literario La taberna se inscribe en una zona mixta, diríamos intermedia entre el teatro de Brecht y el esperpento de Valle-Inclán, ambos con una fuerte distorsión en el dibujo de los personajes, aquél más escorado (decisivamente escorado) hacia la crítica social, el gallego más próximo al alma humana y al absurdo. Personalmente me parece que el cuadro de Sastre es algo más cercano a Valle, aunque sin su profundidad y su fuerte corriente poética. En cualquier caso, el retrato de los personajes es afilado y certero sin perder la comicidad: Luis el tabernero podría ser una caricatura del burgués, serio, contemporizador pero afianzado en la defensa del negocio; los secundarios, más jóvenes, temerosos de entrar en disputas, chicos sin expectativas de ningún tipo, se dejan llevar por el ambiente marginal siempre a las órdenes de los capos. Y estos, en especial Rogelio (llamado el Rojo, no sé si con alguna intención), ejercen su supremacía incluso desde lo más profundo de su intoxicación alcohólica. Personajes que permiten cualquiera de esas lecturas que apuntaba antes, o todas ellas a la vez.

Es esta fotografía de lo más bajo de la delincuencia pasado por el tamiz del humor lo que me parece más atractivo del libro, porque resulta realmente convincente, y consigue captar al lector-espectador mediante la risa para hacerle partícipe de una forma de vida miserable que de alguna manera replica las relaciones de poder y sometimiento más o menos inconscientes, imperantes en la sociedad. Todo ello visto desde el casi tópico espejo distorsionado (hoy hablaríamos de un filtro), que muestra la degradación mediante el siempre eficaz vehículo de lo cómico.


También de Alfonso Sastre en ULAD: Escuadra hacia la muerte


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