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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Colson Whitehead: Los chicos de la Nickel

Idioma original: inglés
Título original: The Nickel Boys
Traducción: Luis Murillo Fort (ed. en castellano) y Laia Font Mateu (ed. en catalán)
Año de publicación: 2019
Valoración: está bien

Desconcierto. Desencanto. Pinchazo. Esas son las primeras palabras que me vienen a la cabeza una vez terminado este libro de Colson Whitehead. Sinceramente, no sé qué me ha sucedido con él. Había leído ya, de este mismo autor, «El ferrocarril subterráneo» y creía conocer bien pros y contras de su estilo algo basado en un efectismo buscado, pero con una historia bien construida y con altas dosis de crítica y denuncia. Y la potencia del caso en el que se basa esta historia hacía que fuera un libro muy propicio para zambullirse en él. Y disfrutarlo, aunque sufriendo. Pero no. O al menos no del todo. Veamos el por qué.

La novela arranca, tras un breve prólogo innecesario, en 1962, con Elwood, un joven negro de familia humilde que vive en el barrio de Frenchtown (Tallahassee) a quien le regalan un disco con discursos de Martin Luther King. El disco cambia la manera del pensar del joven, quien va impregnándose de las ideas que transmite y constata a través de esos discursos las diferencias raciales existentes y la actitud que la población debería adoptar ante ellas. Porque estamos en época de segregación racial en Estados Unidos y las diferencias raciales (con sus restricciones y normas) marcan constantemente el día a día de la población negra. Elwood es consciente de ello trabajando inicialmente en un hotel, como hizo su madre antes de abandonarlo, como hace su abuela con la que convive (¡qué gran personaje, el de la abuela!). Son los inicios de los 60, una época regida por las leyes Jim Crow, época de segregación racial donde las escuelas debían estar segregadas, donde los únicos comensales y clientes del hotel que había (y que podía haber) eran blancos. Y, escuchando las cintas de Martin Luther King siente que algo cambia en él, con esos mensajes que le recuerdan que «hay gente que te engaña y que reparte un vacío con una sonrisa, mientras que otros te roban el respeto hacia ti mismo. Debes recordar quién eres». De esta manera, con el disco, con las revistas que lee en la tienda donde empieza a trabajar después de dejar el hotel, con la influencia del Sr. Hill (su profesor en el instituto) que defiende los derechos de los negros, Elwood se va introduciendo cada vez más en los movimientos de defensa de sus derechos, participando en protestas, reclamando igualdades. Hasta que una situación azarosa y accidental hace que acabe detenido y entre en el correccional de la Nickel.

Hasta aquí el libro funciona perfectamente, con un engranaje que avanza sin excesivas fricciones ni chirridos, pues Whitehead sabe crear el ambiente, sabe transmitir el entorno en el que sucede la acción, a pesar de dar la sensación que corre demasiado, que quiere introducir unas imágenes concretas en el imaginario del lector y parece a menudo que lo hace a trompicones. Eso ya ocurría especialmente en el tramo final de «El ferrocarril subterráneo», buscando un efectismo algo forzado. Aun así, esta primera parte del libro se disfruta, con Whitehead situándonos hábilmente en ese mundo y también en la piel del joven Elwood pero, a partir de aquí, con la entrada del joven en la Nickel, la novela se precipita hacia un terreno inestable, pues el autor deja de lado la parte más ficcional de la novela y donde parecía que se encontraba más a gusto (en ese espíritu de superación, en esa denuncia racial, en esa fragilidad social) para pasar a otra parte del libro (su mayor parte) donde quiere acercarse al relato basado en hechos reales. Y ahí todo empieza a diluirse: se diluye el retrato del protagonista al desplazar el foco hacia los aspectos que lo rodean y se desdibuja el entorno, la atracción narrativa, a pesar del acierto en contraponer la visión idealista de Elwood con la visión más pragmática de su amigo Turner (uno de los puntos fuertes del libro). Pero, aun así, da la sensación que uno puede leer cincuenta páginas, cien o si el autor hubiera querido cuatrocientas, y no se habría movido mucho de ese sitio mental. La historia no avanza, es casi inamovible. Parece atrapada dentro de la Nickel, como lo están esos niños.

Así, el grueso de la historia se ubica en el internado, un correccional ideado para jóvenes blancos y negros con el propósito de corregir su conducta, formarlos académicamente y educarlos. Supuestamente. Pero no, la Nickel no es eso. O si lo es, es lo de menos. La Nickel es un lugar donde los adolescentes son maltratados, sometidos; un lugar siniestro gobernado con mano de hierro donde se abusa y se castiga a esos adolescentes, con motivo o sin él. Y en ese escenario es donde sucede la acción, donde el autor quiere transmitir unos hechos que realmente sucedieron, para narrar las injusticias, los abusos, los crímenes de odio, la deshumanización y las atrocidades que se cometían en una época en el que las instituciones miraban hacia otro lado mientras incurrían en una permisividad que rompía vidas, no únicamente a nivel mental, sino también física, en la que incluso se llegaba al extremo de asesinar a esos adolescentes que, por una mala acción o simplemente por azar, acababan en esos centros.

El propósito del relato es muy loable, y totalmente necesario, pues es una parte de la reciente historia que no debe olvidarse. Es más, debe recordarse para entender muchas cosas y situaciones actuales. Y es indudable que Whitehead es bueno buscando historias reales a partir de las cuales escribir un libro de ficción para reivindicar derechos o denunciar actitudes. Lo vimos ya en su anterior libro «El ferrocarril subterráneo» y lo vemos también en esta novela. Aun así, a pesar de esa actitud y esa loable determinación, al libro le falta algo. Le falta lograr una conexión, le falta transmitir empatía, le falta propagar al lector esa angustia, ese desespero, el sentimiento de tanta injusticia. Porque a menudo la historia no basta por sí sola, hay que saber transmitirla e impulsar al lector a adentrarse en ella, a sentirla con sus protagonistas. Y en este relato hay cierta frialdad o distancia que se palpa al leer la novela, por muy desgarradora que sea en su planteamiento o en su origen. Esta segunda parte es más ligera de lo que apunta, y no transmite, no llega, no profundiza. Tiene un aire ligeramente superficial, casi como de literatura juvenil donde no se quiere entrar muy a fondo para no herir. La historia pedía más, bastante más. Pedía contundencia, pedía profundidad, pedía entrar en la historia y ponerse en la piel de esos niños, pero la narración es distante, no llega, no impacta. Cuando uno ha leído bastante literatura sobre racismo, sobre abusos contra los negros, sobre atentados contra sus derechos, es cuando se ve la tibieza de este libro. Puedes leer a Morrison con «Volver», a Yaa Gyasi con «Volver a casa», a Jesmyn Ward con su «La canción de los vivos y los muertos» o incluso al propio Whitehead con su anterior libro y transmiten mucho más. O incluso se puede leer «En estado salvaje», de Charlotte Wood, sobre centros correccionales (y también basado en hechos reales) para ser consciente como se crea un impacto en la mente del lector.

Por todo ello, se trata de un libro que va claramente de más a menos, en el que el estilo del autor encaja mejor al narrar la vida de un joven que pretende ser alguien en la vida y luchar contra las desventajas y las desigualdades y que hubiera podido ser un buen bildungsroman que cuando pretende narrar las atrocidades y crímenes en un correccional a través de la mirada de un adolescente que, aun y siendo protagonista, parece que es algo dejado de lado. Da la sensación que Whitehead intenta introducir piezas de una historia real en una ficción y no encuentra el tono adecuado. Así, una narración que prometía ser muy interesante, impactante, punzante, dolorosa y devastadora, termina por volverse bastante plana. No tengo ninguna duda de que Whitehead sabe encontrar buen material sobre el que desplegar la voluntad de hacer llegar a un público amplio una denuncia siempre necesaria, contra las atrocidades, contra los abusos y contra la violencia ejercida sobre el pueblo negro. Pero quizás el público al que pretender llegar es tan amplio que le impide profundizar o incluso mostrar toda su crudeza sin ataduras.

Puede que la intención del autor sea no profundizaren en las atrocidades ocurridas en esos centros para no herir en exceso al lector y dejar simplemente que sus posibles imágenes sobrevuelen en su mente confiando en que así le sea suficiente, pero uno esperaba mucho más de una novela que ha recibido elogios por doquier, que la han encumbrado a límites insospechables y que incluso ha ganado el Pulitzer por este libro, y no únicamente este año, sino por segunda vez de manera casi consecutiva. A mi entender, de manera incomprensible. Habrá que empezar a cuestionar seriamente los premios, o a dejar de hacer caso a este reseñista que pide que, de una vez, Whitehead se atreva a ir con todo, sin filtros ni tapujos y ver así finalmente reflejado en un libro ese clamor interior que parece buscar una salida a voces libro tras libro. O puede que yo me equivoque y no sea necesario ir más allá. Estaré expectante para ver si da ese paso definitivo.

También de Colson Whitehead en ULAD: El ferrocarril subterráneo, El coloso de Nueva York

4 comentarios:

  1. Estupenda reseña marc... Kempes 19

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  2. Muchas gracias, Kempes 19, por tus elogios y tu fiel participación en los comentarios.
    Un saludo
    Marc

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  3. Todo el mundo tiene una opinión: a mí me ha gustado muchísimo. Me supuso cierta desilusión la anterior y esta creo que está más lograda, bien escrita, bien estructurada y haciendo de la escritura algo fácil en situaciones complejas. Un saludo.

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  4. Hola, sal, buenos días.
    Ciertamente, es un libro que ha gustado mucho a muchos lectores, lo cuál me deja una sensación un tanto rara, y es cierto que muchos de vosotros indicáis que es más redondo que el anterior. Pero, como dices, es cuestión de gustos. Y, como siempre, me alegro que alguien haya disfrutado de la lectura más que yo, pues de eso se trata, de disfrutar y aprender.
    Gracias por tu comentario y por la discrepancia argumentada.
    Saludos
    Marc

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