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miércoles, 13 de mayo de 2015

Carlos Fuentes: La cabeza de la hidra

Resultado de imagen de la cabeza de la hidraIdioma original: español
Año de publicación: 1978
Valoración: Recomendable




No es tarea fácil aproximar esta novela a los lectores. En parte, porque todavía estoy asimilando alguna de sus muchas facetas, pero sobre todo porque estas, de alguna forma, se anulan entre sí en un juego constante de guiños y espejos con los que Fuentes engaña al lector, mientras el protagonista (Félix Maldonado ¿o era Diego Velázquez?) aparece engañado a su vez por un personaje/narrador que, ejerciendo de omnipotente demiurgo, se sitúa por encima de todos ellos –y hasta  por encima del bien y del mal– tal como hace el propio novelista.

Igual que en el mundo real, los personajes se encuentran entre dos aguas la mayor parte de las veces, la ambigüedad no desaparece nunca del todo, el amor no se conforma con un solo destinatario, el absurdo aumenta cuando se busca una explicación a lo que ocurre y, entre toda esa serie de despropósitos, cada uno intenta jugar sus bazas para obtener el mayor beneficio posible. O salvar el pellejo pues, en el peor de los casos, con eso basta.

En un lugar que se describe como

“Era lo malo de caminar a pie por la ciudad de México. Mendigos, desempleados, quizás criminales, por todos lados. Por eso era indispensable tener un auto, para ir directamente de las casas privadas bien protegidas a las oficinas altas sitiadas por los ejércitos del hambre.”
y, en una realidad que se desintegra, no hay anclajes. Todos compiten en la carrera para obtener el botín o, con mayor empeño aún, para que no se lo lleven los demás. La hidra bicéfala es el poder de la guerra fría, compuesta de dos cabezas a cual más imbatible, hipócrita y despiadada.

Tenemos el contexto, todo lo demás es pura demencia. Desde las arbitrarias citas de párrafos de Shakespeare, que completan unos diálogos exageradamente banales, hasta inverosímiles transformaciones de aspecto, las entradas y salidas del escenario de lo posible o esos demenciales comparsas convertidos en unos espías tan excéntricos como ineficientes.

Pero algunas reflexiones son irrebatibles:
“… que todos los desplazamientos jamás nos alejan del hospedaje de nosotros mismos y que ningún enemigo externo es peor que el que ya nos habita?”
“… el Presidente se acostumbra a oír solo lo que desea escuchar y los demás a decírselo. De allí al reino del capricho, solo hay un paso.”

Algunas muestras de cinismo arrojan verdades como puños y todo empieza a cobrar sentido cuando en ese teatrillo del mundo se nos muestran cuestiones tan candentes como el conflicto palestino-israelí, la lucha por la posesión del petróleo, las crisis periódicas como estrategia a rentabilizar, el espionaje, las contradicciones del poder etc. formando un rompecabezas imposible de resolver. Y es en ese aspecto donde, quizá, resulte fallido parcialmente el proyecto inicial del novelista. Los hilos sueltos no acaban nunca de anudarse, quizá no importe mucho, pero resulta molesto que se utilicen recursos tan burdos como que el enemigo se avenga a explicar sus tretas al héroe del relato para ayudar a atar cabos al lector. Y es que, seamos sinceros, después de armar un tinglado de esas características nadie puede salir airoso del todo, ni siquiera alguien con una trayectoria como esta.


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