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domingo, 13 de febrero de 2011

Ferenc Karinthy: Metrópolis


Idioma original: húngaro
Título original: Épépé
Año de publicación: 1970
Valoración: Imprescindible

Muy bien, muy bien, cuento mi historia. Resulta que voy en el avión a Helsinki y me duermo y no me entero del viaje. Aterrizamos, me suben a un autobús, me llevan a un hotel y me doy cuenta de que no estoy en Helsinki. ¿Y esto? ¿Me habré equivocado de avión? Imposible. Habrá habido algún problema y se habrán desviado. Sí, claro, eso habrá sido. Pues qué bien. A dos días de comenzar el congreso de lingüística y yo en otra ciudad. Joder, Budai, esta vez te has lucido. Pues nada, a arreglar el entuerto. Intento hablar con el chico de recepción para que me manden un taxi o haga las gestiones necesarias para conseguir llegar al congreso y resulta que no habla mi idioma. Bueno, pues pruebo con inglés. Alemán. Francés. Ruso. Español. Turco. Árabe. Demontre. ¿Es que no dominan ninguna lengua extranjera en este sitio?

¿Qué idioma es ése en el que hablan? Parece un galimatías: blabliblú bobliblá. Tranquilidad, tranquilidad, Budai, que eres lingüista y políglota. A ti se te va a atragantar un idioma. Pues vaya. Pues parece que sí, que se me atraganta. Ni siquiera reconozco las letras de su alfabeto. Si es que tiene alfabeto. Porque... ¿es silábico, acaso? ¿Y si es como el chino o el japonés y utiliza sinogramas? Bueno, pero éste es un país civilizado, conseguiré entenderme con la gente, a base de señas, dibujos, ruidos... Pues no.

Bien, pues si no me dan soluciones, me las busco yo. No puede ser tan difícil salir de esta ciudad. Tiene un metro. Lógicamente, llevará a una estación de tren o al aeropuerto o a una estación de autobuses. Pues no. Y además, ¿termina realmente esta ciudad donde termina la línea de metro? Porque salgo y sólo veo edificios y más edificios y la misma gente gris que avanza a empujones. Intentaría determinar qué país es éste por los rasgos de sus habitantes, pero aquí hay gente de todas las razas. Aunque todos hablan la misma lengua extraña y me empujan y me clavan los codos al caminar. La única que me hace algo de caso es la ascensorista, Epepé (o Diedié o Bebé o Yiedié o Piepie o vete a saber cómo rábanos se llama esta chica, si cada vez que me dice su nombre parece que pronuncia una palabra distinta), pero nuestra relación es tan corta que casi dan ganas de mandarlo todo al cuerno. Además, tampoco he conseguido gran cosa.

Han pasado las semanas, me he quedado sin dinero y no sólo no he conseguido volver a mi casa o comunicarme con mi familia, sino que ni siquiera puedo entender una sola palabra del idioma que hablan en este maldito sitio.

¿Es realmente posible que no pueda salir de aquí?

También de Ferenc Karinthy en ULAD: La edad de oro

2 comentarios:

  1. Gracias, gracias, gracias, por descubrirme esta joya. Tú lo has dicho: Imprescindible.

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  2. Sin duda un libro maravilloso como mucha de la narrativa húngara

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