Traducción: Jorge Ferrer
Valoración: Bastante recomendable
El viaje como motivo central de un texto es algo casi tan antiguo como la propia literatura. No creo que haga falta dar ejemplos, pero sí que citaré dos de ellos para situar este Tren a Samarcanda: el Miguel Strogoff de Julio Verne y el Éxodo de la Biblia.
El Miguel Strogoff sirve como marco de referencia espacial (lo que era un viaje de Moscú a Irkutsk se convierte en un viaje de Moscú a Samarcanda) y como vínculo con las novelas clásicas de aventuras, que es una de las múltiples lecturas posibles de la novela; la referencia bíblica viene a cuento porque el viaje a Samarcanda tiene mucho de búsqueda de una Tierra Prometida, aunque también de camino de redención personal y, en cierto modo, colectivo.
El argumento de la novela en el traslado de un convoy con 500 huérfanos desde Moscú a Samarcanda. Corre el año 1923 y la pobreza, la escasez y la enfermedad campan por sus anchas en la URSS de posguerra. En ese contexto, el jefe de convoy Deyev, la comisaría Belaya y el enfermero Bug (junto a múltiples secundarios) deberán hacer frente al cólera, a la falta de víveres y combustible, a bandidos y burócratas que a veces coinciden en la misma persona, etc en un viaje en el que los demonios interiores son casi tan peligrosos como los riesgos externos.
A lo largo del camino se cruzarán con personajes y situaciones que reflejan la situación política y social de la URSS de la época, tiempos duros como una picadora de carne, en lo que sería una lectura mas de corte histórico de la novela. Además de esta y de las ya citadas, Tren a Samarcanda tiene también una lectura más cercana a la picaresca y otra más próxima al cuento gótico, sobre todo en fragmentos en los que la autora cambia el paso y salta de una narración mas o menos convencional al monólogo interior en el que brilla la poetica del horror.
Por lo tanto, Tren a Samarcanda es una historia sobre la bondad que puede encontrarse en medio de horror, una novela que mezcla lo íntimo y lo terrible, con personajes bien construidos y que avanza con buen y sostenido ritmo a lo largo de sus casi 600 páginas. Una novela muy muy rusa que, pese a ciertos pasajes en los que la autora tira de recursos más "modernos", tiene un fuerte aroma a clásico. Que lo acabe siendo o no solo lo dirá el tiempo.
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