Título original: Il libro delle case
Traducción: Juan
Manuel Salmerón Arjona
Año de publicación: 2022
Valoración: Muy recomendable
Como lector siempre agradezco cuando un autor se esfuerza
por buscar un camino propio para construir una narración. Cada vez es más
difícil, porque al menos desde el último siglo y medio se han probado muchas
fórmulas con distinto grado de intrepidez y desde luego con resultados también
muy dispares. Porque, claro, experimentar o innovar, que para mí es ya algo
apreciable en sí mismo, no garantiza sin embargo el éxito de la fórmula. Muchos
han sido los intentos fallidos, las malas imitaciones o las buenas ideas
echadas a perder por falta de talento o de capacidad para desarrollarlas.
A Andrea Bajani le conocíamos por Mapa de una ausencia, novela muy notable en la que se podían distinguir un par de rasgos definitorios de su prosa. Por una parte, una aparente falta de emotividad que es solo superficial, porque es casi imposible no entender que por debajo fluyen sentimientos sumamente humanos, quizá incluso intensos, formando un extraño pero muy atractivo contraste entre el frío visible y una calidez profunda e inevitable. Y se apreciaba también el gusto por alternar escenarios en aparente desorden, algo que, sin llegar a ser rompedor, iba un poco más allá de los muy usuales saltos temporales o cambios de localización. Bajani parece haber descubierto un camino que explorar, y en El libro de las casas avanza otro trecho profundizando en el uso de estos recursos. Desde niño hasta adulto, estudiante, casado, amante o solitario, con la abuela, el padre irascible, la madre plegada en sí misma y en su matrimonio, la hermana borrada y los parientes excluidos, entre Roma, Turín, la playa y los Alpes nevados, transcurre una vida en la que lo único estable es la vieja tortuga que vive en el patio de la casa familiar. Una vida, que es también la historia reciente de Italia, en la que han quedado cosidas como cicatrices permanentes las imágenes de cuerpos asesinados en los años de plomo, cadáveres que identificamos con Pier Paolo Pasolini y Aldo Moro.
De nuevo presenta Bajani, con crudeza y se diría que con
resignación, lo que parece insalvable complejidad de las relaciones familiares.
Apenas hay algún destello de ternura o de complicidad, enseguida aniquiladas
por la violencia (física, verbal o muda), por la enfermedad o por el simple
paso del tiempo que todo lo altera. El hilo conductor son las casas donde
ocurrieron los hechos o donde no ocurrió nada, casas que son simples
habitáculos donde se representan cuadros tan breves que parecen casi
instantáneas, paredes en las que solo quedan los ecos de lo que se oyó y que,
una vez abandonadas, vuelven a sumirse en el silencio. La casa, que a veces es
también un coche, una habitación de hospital o una nave, no tiene vida propia,
pero sus muebles hablan su propio lenguaje o forman vestigios en los que está
grabada la historia que vivieron.
Tenemos por tanto una creciente fragmentación (que, de
acuerdo, a veces puede jugar demasiado al despiste) que forma una colección de
imágenes aleatorias donde lo que importa es el conjunto, y la objetividad casi
obsesiva con que se maneja Bajani provoca que, habituados a la descripción y a
episodios inocuos, bajemos la guardia y nos veamos sorprendidos por esas
puñaladas que van generando incomodidad hasta convencernos de que están
ocurriendo cosas terribles.
La enfermedad, la violencia, la sumisión, la soledad, el desapego, se
van filtrando en ese mosaico de escenas casi siempre inofensivas, a veces
incluso amables, generando el malestar en el lector que creía estar asistiendo a una
historia más corriente o, aún peor, mostrando cómo una vida en apariencia
normal presenta (¿siempre?) puntos negros que en el mejor de los casos la
memoria, en modo defensivo, se puede encargar de borrar.
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