Al hilo de mi última reseña, (porque quizás un día hubiera de establecerse - posible guion para una eventual serie abocada a una segura cancelación- una especie de hilo argumental por el que uno transita de una lectura a otra), he de decir que no hay nada más alejado a los escritores relativamente mediáticos que escritores como Patricio Pron. Que se limita a ir publicando sus novelas y continuar con una sólida carrera. Que tiene un nivel notable, de hecho ninguno de sus libros reseñados ha estado por debajo del recomendable y ya empieza a acumular un cierto número, esta sería su décima novela y que, hasta ahora, en todas las que he leído consigue mantener una cierta esencia y cuesta pocos párrafos reconocer su estilo y establecer una confortable y cierta familiaridad.
Para empezar, sus títulos se convierten en una marca de la casa. Hace unos días, tuve una relativa decepción al leer un artículo de la muy brillante Begoña Gómez Urzaiz sobre títulos de libros, en el que no se le mencionaba. Supondré que esa omisión fue un tácito reconocimiento de que en estas lides Pron merece un capítulo aparte. Con esta novela, Pron se incorpora al catálogo de Anagrama, proveniente de Random House, y he decir que, aunque sus portadas con la maquetación de su anterior editorial siempre me resultarán reconocibles, resulta un cambio nada discordante o traumático, casi un paso lógico, una secuencia natural. Me da que a Pron le sienta perfecto ese traje ya vestido por Bolaño, por Zambra, Villoro o Vila-Matas, todos ellos compañeros en intenciones y, lo suelto ya, en firmeza y seguridad a la hora de afirmar su narrativa. Permitid que reivindique por enésima vez a Bolaño como escritor de temeraria convicción en su obra y que se limitó (aunque los cálculos temporales le fallaron - él perdonaría esta broma) a esperar el reconocimiento.
Entonces, Pron no necesita epatar con la trama para noquear al lector. Le sería suficiente con la prosa y cómo esta serpentea y seduce. La historia está dividida en dos bloques. En el primero Olivia Byrne, joven actriz británica, reproduce a toda prisa su existencia, que ha quedado marcada y condicionada por la desaparición de su padre siendo ella una niña. En la segunda parte Edward Byrne, padre, narra su desaparición y su vida, dejadas atrás esposa e hija. Las dos narraciones tienen confluencias muy puntuales y evitan mencionar explícitamente causas y consecuencias, ya no juzgarlas o valorarlas, la figura del narrador está configurada con una extrema frialdad, reforzada por la práctica ausencia de diálogos y la propia composición narrativa, frases y párrafos extensos sin apenas pausas, Pron se extiende y retuerce hasta la extenuación, puede que hasta la veintena de páginas o así el lector pueda mostrarse hasta incómodo, pero, volvamos a mi modesto texto introductorio, Pron no escribe para ser gustado o interpretado o desentrañado sino para entregar una obra redonda, coherente y sin una sola grieta. Y esta novela puede interpretarse como una alusión a la huida como parte del tránsito vital o como ruptura que representa liberación, al reencuentro como cierre de círculo o como actualización de sistema. Pero nos queda una cierta sensación de expectativa de continuidad, de flujo. De hecho la novela menciona en sus agradecimientos no poco material en internet que puede usarse para complementarla y enriquecerla.
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