Traducción: Carlos Gumpert
Año de publicación: 2007
Valoración: Bastante recomendable
Si las cosas fueran como tienen que ser, este sería uno de los "libros sorpresa" del año. Desgraciadamente, las cosas son como son y lo más probable es que este libro pase desapercibido y que solo reductos inexpugnables de la exquisitez literaria como este (sí, hoy hemos despertado con el ego subido) nos hagamos eco de Verdigrís.
Y si tuviera que resumir en tres palabras los motivos de la primera afirmación, estas serían ORIGINALIDAD, TERNURA y VARIEDAD DE REGISTROS. ¡Al lío!
El punto de partida de la novela me lleva directo a Miguel Delibes. Felice, viejo campesino que por momentos recuerda al Azarías de Los santos inocentes, está perdiendo la memoria y Michele, un chaval algo resabiado de unos 13 años (y nieto del patrón, para más señas) trata de ayudarle a través de una serie de reglas mnemotécnicas. Tristeza, humor y ternura se funden en una parte inicial que podría ser una especie de diálogo entre Daniel el Mochuelo de El camino y el Azarías, siempre y cuando el Azarías hable en un dialecto con un punto poético de lo más interesante.
Lo que uno no espera es que esa novela "delibesiana" gire de pronto y que las influencias pasen a ser otras bien diferentes. Lo fantástico se cuela en la novela y Delibes deja paso a lo real maravilloso, al terror gótico, al mito de Frankenstein, a la novela de intrigas y aventuras en las que hay babosas, rusos emigrados, muertos que hablan, nazis asesinados, etc.
Y así, el intento de ayuda se convierte por parte de Michele se convierte en un carrusel de preguntas, hipótesis y conjeturas que nos llevan a cuestionarnos tanto sobre el origen de Felice sobre cómo se construye una historia y una vida (y aquí me viene a la cabeza el recientemente fallecido Sergio Chejfec).
Todo ello sin que la novela salte por los aires, manteniendo el ritmo y la tensión, con dos personajes aparentemente antitéticos como Michele y Felice que nos guiarán a través de un complejo laberinto de pasiones y sentimientos de lo más humano.
Solo un "pero" se le puede poner a la novela, aunque no sea algo baladí. Ese "pero" está relacionado con la voz de Michele. Digamos que se confunde el Michele narrador, ese que narra pasados un montón de años desde los hechos, con el Michele protagonista. ¡Me pasa como con Helena o el mar de verano: que me chirría tanto leer que un niño de trece años hable como un adulto hecho y derecho!
Cosas mías, quizá. Lo importante es que este Verdigrís me ha sorprendido para bien, tanto es así que espero que sea el primero de muchos libros de Michele Mari que veamos publicados por estos lares.
Mi hija de doce años a veces dice cosas de una sensatez / madurez que me deja atónita, aunque es cierto que la mayoría de las veces habla como lo que es, una niña de doce años.
ResponderEliminarPor eso me parece tan sumamente difícil usar la voz de un niño como narradora de la historia.
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