Año de publicación: 2023
Valoración: Entre Recomendable y Está bien
Se supone que si nos encontramos aquí, en este blog, es porque nos gustan los libros, ahí supongo que no me equivoco. Y para aquellos que tenemos esta afición los libros son algo importante, un pasatiempo, sí, pero también una forma de disfrutar de cierta belleza, de acceder al pensamiento y al talento de otros, una excusa para compartir opiniones, para pararse a reflexionar sobre cosas en las que quizá no habíamos pensado. Hay mil razones para, si se me permite la cursilada, amar los libros. Y para este colectivo que formamos, no sé si grande o pequeño, las librerías son por tanto pequeños templos de la cultura, los más cercanos, los que encontramos (o encontrábamos) a pie de calle.
En el plano más prosaico, la librería es obviamente también un negocio, la forma de vida de sus propietarios, una actividad sometida como cualquier otra a los caprichos del mercado. Ahora mismo, sin ir más lejos, bajo la sombra de lo digital merodeando, sin que tengamos la seguridad de que no terminará por eliminar del todo el viejo tochete de papel impreso.
Pero en circunstancias complicadas, donde reinan dictaduras o proliferan lo fanáticos, la librería es un centro de disidencia, de resistencia a dictados e imposiciones. En palabras del poeta Joan Margarit, ‘la libertad es una librería’. Y el libro, un objeto peligroso que hay que esconder en trastiendas y pasar de mano en mano con cautela. A los fascistas de todo pelaje no les gustan los libros, porque el libro es la expresión máxima de la libertad de pensamiento y de expresión, y eso es justamente lo que no pueden soportar.
En la última década del régimen de Franco en las librerías se fueron colando algunas avanzadillas de libertad, gracias a cierta pericia adquirida con el paso de los años, alguna pequeña relajación de la mordaza gubernamental, y la presión de una sociedad que empezaba a desbordar las costuras de un sistema intelectualmente enano. De forma más o menos disimulada empiezan a circular títulos prohibidos y las librerías, muchas de ellas, pasan de ser simples establecimientos comerciales a asumir el papel de focos de difusión cultural y de oposición al franquismo. Paralelamente, empieza a despuntar un movimiento involucionista, agitado por individuos como Blas Piñar o Girón, que ven en peligro las ‘conquistas’ del franquismo más rancio, más aún cuando empieza a barruntarse la proximidad de eso que tan graciosamente se llamó el ‘hecho biológico’, es decir, que la naturaleza terminaría por hacer lo que los españoles no habían conseguido.
Los cachorros más descerebrados de ese sector se lanzaron a lo que consideraban una nueva ‘cruzada’, y qué mejor blanco que las librerías, aquellas que más se habían significado como rebeldes o contestatarias, pacíficos establecimientos con accesibles escaparates que pintarrajear o destruir, con muchos libros (esa cosa misteriosa que seguro que trae algo malo dentro) fácilmente quemables. Basta un rumor, los colores sospechosos de una cubierta o un título que parece apartarse del canon para lanzar la pedrada o el coctel molotov.
El acoso ultra va languideciendo cuando los agresores ven su batalla perdida, y en Euskadi el protagonismo lo toma entonces la kale borroka (guerrilla urbana, siendo muy generosos). Las motivaciones son algo diferentes, aquí se trata sobre todo de machacar a quienes no se pliegan a las exigencias de estos otros fanáticos, aquellos que se significan por opciones políticas distintas a la suya, se niegan a bajar la persiana cuando se lo ordenan o se mantienen en el territorio hostil del que les quieren echar. Sin más apoyo que el de unos pocos amigos y vecinos, con la mayoría mirando para otro lado y las acciones terroristas amenazando o directamente liquidando a gente del entorno, subsistieron a duras penas las librerías Minicost de Andoain, y Lagun de Donostia-San Sebastián. Esta última aguantó heroicamente los múltiples ataques hasta la jubilación de su propietario el pasado 31 de agosto.
En estos casos el librero no era objeto de agresión por lo que exponía o vendía sino por su disidencia, por mantener su libertad de pensamiento y de expresión frente a la intimidación fascista. Pero siempre a pie de calle, dando la cara y defendiendo su medio de vida, pero también la cultura y unos pocos principios básicos a los que algunos no estuvieron dispuestos a renunciar.
Bueno, ya, el libro. Pues el libro nos cuenta todo esto con muchísimo detalle, mil datos, testimonios, información sobre el escenario y la evolución política de los diferentes grupos de quemadores de libros y sus instigadores. Un trabajo muy serio, concienzudo, profusamente anotado y con amplia bibliografía, algo que suena más bien a tesis de investigador, pero que me temo que puede no llegar a calar en el lector, al menos es lo que a mí me ha ocurrido. Quizá al circunscribirse a un ámbito geográfico y temporal tan estrecho (España, desde 1962 hasta la actualidad) no hay realmente mucho material para contar, y es necesario bajar a demasiados detalles.
Perdemos entonces una perspectiva más amplia, porque se han quemado libros en muchos lugares y momentos de la Historia y, en palabras de Heine, “allí donde se queman libros, se acaba quemando también seres humanos”, vaya que sí, aunque el poeta no llegó a ver lo bien que cumplieron el axioma sus compatriotas hitlerianos. Cada uno de todos esos episodios es un toque de atención, también una pequeña tragedia, un paso atrás para la cultura y la civilización, pero igualmente una muestra de la desesperación de los fanáticos, incapaces de exhibir otra cosa que su propia bestialidad.
Esta vez nos importa menos si el libro que traemos sea más o menos afortunado, porque lo fundamental es que nos ha servido de excusa para rendir este pequeño homenaje a las librerías y a los libreros, un bien cada vez más escaso.
También de Gaizka Fernández Soldevilla en ULAD: Héroes, heterodoxos y traidores
Hay un antecedente de la quema de libros que nunca se dice o nadie se acuerda. En el Quijote se queman libros, muchos. El barbero y el cura tiran a la hoguera los libros de caballería que a su autor, un tal Cervantes, no le gustaban.
ResponderEliminarPues sí, a lo largo de los tiempos ha sido una constante. Quemar libros es intentar destruir las ideas, y en el libro se da una pequeña muestra, pero ha ocurrido siempre.
ResponderEliminarGracias por visitarnos y comentar.
"A los fascistas de todo pelaje no les gustan los libros, porque el libro es la expresión máxima de la libertad de pensamiento y de expresión, y eso es justamente lo que no pueden soportar." Exactamente. No se puede decir mejor. Donde empiezan las fumatas de libros se termina horneando al sufrido lector. En el pensamiento (?) reaccionario, por definición anti-intelectual, siempre ha existido esa hostilidad contra las ideas "nuevas" y su vehículo, los libros. Innovar es peligroso porque rompe con el consenso tradicional heredado de nuestros mayores, más sabios (mentira). Los renovadores son subversivos. Un peligro para la sociedad. Durante el tardofranquismo las librerías estaban llenas "de basura marxista y pornográfica" según los ultras. Acción directa. Es muy típico entre los aspirantes a dictador engalanar su camino con fogatas de papel impreso (Alemania nazi, España franquista, dictaduras sudamericanas, comunismos varios). Al califa Omar (siglo VII) se le atribuye esta frase sobre la biblioteca de Alejandría: "Si estos libros son contrarios al Corán, quemadlos por heréticos; y si no lo son, quemadlos por superfluos." Sentencia espléndida de un gran lector, pero de un solo libro. Si alguien visita la universidad de Oviedo que pida que le enseñen un librito de medicina del siglo XVIII: fue claveteado de manera tan concienzuda por un celoso funcionario inquisitorial que resulta imposible abrirlo. Las ideas prisioneras dentro del libro. Para que no contagien. Todo un símbolo.
ResponderEliminarUn cordial saludo.