Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable
Pensé que no podía haber mejor sitio para este libro que donde lo encontré, una pequeña pero muy interesante librería bastante cercana a un famoso museo. Sí, también estaba en la elegante tienda del propio museo, por cierto luciendo (el libro) en una pequeña pila bien visible, lo que me sorprendió hasta cierto punto porque, como verán, 20 toneladas tiene un tanto bastante elevado de contestatario, de provocador, y algunos de sus pasajes pueden resultar un poco incómodos para el modelo de arte-espectáculo que el propio museo representa en alguna medida. Empezando por el mismo subtítulo, Arte contemporáneo para Turistas, porque sí, aquí se habla de arte contemporáneo, y el título de Turista lo adjudica el autor al espectador-consumidor que, incluido él mismo y cualquiera de nosotros, visita hoy en día museos ávido de imágenes y sobre todo experiencias.
Así que lo de Turista, así con mayúscula, viene con cierta coña, como viene empapada en ironía buena parte del texto, el libro entero podríamos decir, muestra de lo cual son las numerosas páginas con ilustraciones en las que se combinan imágenes de obras de arte auténticas con otras que pudieron haber existido pero no lo hicieron, o parodias de museos improbables dedicados a cosas extravagantes, o no tanto. Para eso el autor, Luis Izquierdo-Mosso (por cierto, medio vecino mío por parte de padre), es él también artista gráfico y sobre todo fotógrafo. Con ese tono burlón, aunque siempre medido, aborda la realidad del arte actual, ligado de forma insoluble a un mercado enloquecido en el que en muchas ocasiones es difícil distinguir la figura del artista y del inversor.
El mercado, sí, el sistema que todo lo fagocita para regenerarse y crecer sin fin, donde todo es mercancía y las obras top acaban en colecciones especulativas, despachos de grandes multinacionales y casoplones de ricos aburridos que ya no saben en qué más gastar, porque las campañas electorales les cansan demasiado (a algunos no) y los viajes espaciales les dan miedo (a otros tampoco). Pero ojo, porque el arte, aunque no nos guste reconocerlo, siempre estuvo cerca del poder y el dinero: antes fue la Iglesia, luego la corte que encargaba retratos, o la burguesía deseosa de lucir pátina cultural. La diferencia por tanto no es tanta.
Los primeros nombres que desfilan por el libro son casi canónicos de arte actual, por supuesto Ai Weiwei y Damien Hirst, aunque también tiene su hueco Santiago Sierra, como abriendo boca a las reflexiones sobre el arte social-político-reivindicativo que más adelante ocuparán bastantes páginas. Se echa muy en falta el nombre de Jeff Koons, que es casi un abanderado de ese arte-espectáculo, pero lo que hay nos vale para ir introduciendo con ejemplos concretos esas manifestaciones que dejan admirado al Turista, aunque también perplejo, y puede que sospechando de alguna tomadura de pelo.
Tiene realmente gracia Izquierdo-Mosso porque se mete sin pudor en charcos en los que, aunque no venga mucho a cuento, mete el bisturí satírico contra la religión (la Virgen como ejemplo de gestación subrogada) o, en asuntos que parecen algo más oportunos, lanza mandobles contra el minimalismo (un poco exagerado) o el racionalismo (un tanto injusto, creo yo). Pero aparte de lo chispeante que sea su prosa o de esos fakes que salpican las imágenes, la frescura del libro proviene del desorden, un rumbo expositivo que prescinde de encorsetamientos cronológicos o estilísticos, siguiendo un guion sin la rigidez de apartados académicos, solo dependiente del hilo lógico que el autor no pierde nunca. Es un torrente de ideas con sus correspondientes ejemplos que nos obliga a seguirle sin saber muy bien a dónde va a parar.
Así, se interna en asuntos como la mujer en el arte, el feminismo y el sida, y repasa formas artísticas muy de nuestro tiempo, como el body art y el tatuaje, el bioarte, por supuesto la fotografía, que es lo suyo, al arte callejero (Banksy obviamente) y el mapping, hasta desembocar en el arte social, político y provocativo, que nunca dejó de existir, pero que es hoy en día más visible y cotidiano. Allá por los años 60 del siglo pasado, con la proliferación de las performances, el arte conceptual y otras formas de expresión que podríamos llamar alternativas, se derribaron las barreras del concepto mismo de arte, y hoy es el día en que es difícil distinguir el arte de por ejemplo el activismo social o ecológico, la cultura urbana, el teatro u otras manifestaciones. Como es también difícil delimitar la obra plástica digamos convencional del cachivache aparatoso y siempre muy llamativo que a veces transforma el museo en parque temático.
Hay que entender que esta dualidad siempre ha existido, al menos cuando algún artista ha tenido la valentía de salirse del carril académico, y un siglo después sigue habiendo gente (sinceramente, creo que mucha) a la que le parece que Picasso, por poner el ejemplo más socorrido, pinta mamarrachos que podría hacer un niño de cinco años. O que la abstracción es una simple ocurrencia porque no se parece a nada real. Por lo que apunta en algún momento, parece que Izquierdo-Mosso nos fuese a hacer luz sobre estas dudas que en algunos momentos nos asaltan hasta a los más crédulos. Pero no, la verdad es que no nos da ninguna receta, como no creo que nadie sería capaz de hacerlo. Sus ambiciones no van tan lejos, y podríamos decir que se limita a lo que debe: hacer pensar, y a lo sumo dejarnos la bucólica recomendación de simplemente disfrutar de lo que nos guste, observar con mesura, con calma y sin prejuicios, prestar atención a los detalles. Si de todo ello queda una experiencia de alguna manera placentera, eso que habremos ganado, gracias al libro y gracias al artista.
ooOoo
Por si no era suficiente con el libro, gracias a la editorial Lapislàtzuli nos hemos puesto en contacto con el autor, que ha tenido la paciencia de contestar a unas pocas preguntas. Ni qué decir tiene que se lo agradecemos un montón, y me permito recomendaros que leáis esta pequeña entrevista, que perfectamente puede ser más interesante que la reseña.
Un Libro Al Día: Por empezar por una frivolidad, ¿qué hace un tío nacido en Sestao en el mundo del arte contemporáneo? Porque, para quien no la conozca, esta localidad era hace unos cuantos años el epítome de la brutalidad industrial, el ruido, el humo y las fachadas ennegrecidas, un lugar que parecía lo más ajeno al arte que se podría imaginar ¿o quizá no es así?
Luis Izquierdo-Mosso: Es verdad que Sestao no tenía
aparente relación con el Arte, ni el contemporáneo ni el otro. En mi entorno no
conocía a nadie que se dedicara a la práctica del arte visual, ni siquiera como
afición. Aun no entiendo por qué, desde pequeño, quise ser pintor (y locutor de
radio, y periodista).
Sí, en aquellos dos kilómetros
cuadrados en que se amontonaban cuarenta mil personas rodeadas por la inmensa
siderurgia de Altos Hornos de Vizcaya y por astilleros, fábricas de tubos, de
maquinaria eléctrica, de cemento y puede que de otras cosas, no estaba muy
extendido el interés por el Arte, ni para hacerlo ni para contemplarlo.
Sin embargo, había un tipo de
Arte que sí estaba interesado por lugares como Sestao. Por la belleza del
óxido, del humo, de las fachadas ennegrecidas. Quizá ese entorno en que crecí
se manifestó como fuerza estética el día que descubrí un librito en que se
mostraban algunos cuadros de Tàpies. La fascinación que produjo en aquel chaval
de Sestao de diecisiete años fue el origen de todo.
ULAD: Y siguiendo con una pregunta original, ¿cómo surgió la idea de escribir este libro? Da toda la impresión de haber sido una idea espontánea que poco a poco va creciendo y tomando forma.
L.I-M: El libro es consecuencia de un
trabajo académico en que mostraba cómo usar imágenes de obras de Arte
contemporáneo para ilustrar temas de Filosofía de Bachillerato. Juntaba así mis dos actividades predilectas,
Arte y docencia de Filosofía. A partir de aquel material comencé a presentar
una serie de charlas-performance (una especie de monólogos ilustrados con
muchas imágenes) con títulos del tipo ¡¿de verdad eso es Arte?!. Se
trataba de aparentes conferencias divulgativas donde aprovechaba el estupor que
a mucha gente le produce buena parte del Arte contemporáneo para hablar de
temas que me importan. El libro es una traslación del espíritu de aquellas
charlas.
ULAD: Ahora más en serio, como comentaba en la reseña me ha
llamado la atención que en el libro no cites a Jeff Koons, no solo como autor
de algunas obras muy emblemáticas, sino sobre todo como paradigma del
arte-espectáculo. Pero al margen de por
qué está o no en el libro, quisiera preguntarte qué piensas cuando contemplas alguna
de sus obras.
L.I-M: La cuota de Arte-espectáculo está
ampliamente representada en el libro, dado que se ha convertido en una
tendencia metastásica en el Arte, especialmente en el que se ofrece a los Turistas
que pululamos por el Mundo. Damien Hirst es un ejemplo tratado ampliamente en
el libro. Koons está mencionado como uno de los artistas que han construido un
personaje, que, bien mirado, son la mayoría. En su obra se podría encontrar
ironía y autoparodia, aunque, al final, es un constructor de adornos caros.
ULAD: Al hilo de todo esto, iríamos a otro tema que tocas un poco de pasada: el espectador (o el Turista), quizá aún más si es aficionado al arte, parece que siempre desea un artista pobre, algo marginal, alejado de lo mercantil. Vamos, justo lo contrario de algunas de las grandes estrellas del arte actual.
L.I-M: El turista-espectador puede estar
imbuido del mito del artista que murió pobre e incomprendido, tipo Van Gogh, un
caso de superación post mortem. Mitos de artista hay para dar y tomar,
pero también funciona el del artista rico, chulo, “echao palante”. El
Arte y los artistas funcionan como espejos deformados en que nos miramos, y
normalmente, vemos lo que quisiéramos ver, no tanto lo que hay. Del artista
pobre envidiamos su libertad, la capacidad de dedicarse a cumplir su pasión
contra viento y marea. Del rico envidiamos también su libertad y, por supuesto,
la riqueza. En ambos casos la visión está distorsionada.
ULAD: Una cuestión que igual te atañe más personalmente como fotógrafo: te parece que la fotografía debería tener más espacio en estos museos donde ya circula habitualmente el video o las recreaciones de performances? ¿Es una actividad que por alguna razón queda fuera de los circuitos, o crees que su lugar no está ahí?
L.I-M: La Fotografía ya es, desde hace
tiempo, una técnica plenamente integrada en el sistema del Arte de los Museos.
Es verdad que hay momentos en que el mercado se inclina más por una técnica que
por otra. Mercados y modas marcan también lo que circula por Museos y Galerías.
La verdad es que ha habido una
cierta inflación de fotografías expuestas, a menudo en tamaños desmesurados, en
un empeño de ocupar el lugar simbólico de la pintura. Hay quien piensa que el
lugar de la Fotografía está en el Álbum, en el libro impreso, en la intimidad
que ofrecen las fotos en tamaños pequeños. Las posibilidades de exhibición de
las fotografías son tan inmensas que consiguen que consumamos fotografías en
unas cantidades que pueden ser indigestas.
El Arte, sea lo que sea, tiene el
deber de situar la Fotografía en los lugares en que sea pertinente, no como
simple ruido visual.
ULAD: En un pasaje del libro dices, en mi opinión con bastante acierto, que ‘la conducta de la persona no necesariamente invalida la obra del Artista’. Esto parece una opinión muy rotunda sobre la política de la cancelación.
L.I-M: Me parece claro que de la relación entre la conducta de una persona y la calidad de su obra como artista no se puede deducir que si la conducta es éticamente reprobable la obra vaya a convertirse en mala. De cantidad de artistas del pasado no conocemos detalles de su vida, pero eso no nos impide gozar de sus obras. Incluso podría pensar que una persona moralmente abyecta puede producir una obra artística interesante. Por tanto, no estoy de acuerdo en cancelar la obra de alguien en función de lo que se sepa de su conducta.
Otra cosa sería que, supongamos, de un cantante famoso se conozca que usa su fama y poder en su mundo profesional para ejercer, por ejemplo, acoso sexual. En este caso seria razonable cancelar su relación con ese mundo profesional del que se aprovecha. Pero eso no implica quemar sus discos ni no programar sus grabaciones. Ser un acosador no implica cantar mal.
Nosotros, como espectadores, estamos en disposición de apreciar las obras, no nos hace falta convivir con el artista, menos aún casarnos con él. Es bien conocido que es más reconfortante ser admirador de la obra de Picasso que ser su pareja y madre de sus hijos.
ULAD: Aunque en el libro no lo haces, o lo haces muy poco, puedes usar esta mini-entrevista para dejarnos alguna receta para que el Turista pueda distinguir la obra de arte del camelo o el anzuelo para llamar la atención.
L.I-M: Aquí debo hacer una pequeña
explicación de cuál es el significado de Turista que uso en el libro. Se
refiere a esas personas que en su vida cotidiana no tienen ninguna especial
afición por el Arte, la Arqueología, la Historia, la Arquitectura, ni siquiera
por la Geografía. Gente que, cuando viaja en sus merecidas vacaciones, es capaz
de contemplar en una semana dos iglesias románicas, una catedral gótica, tres
monumentos romanos, unas ruinas etruscas, dos museos de Arte clásico y alguno
más de Arte contemporáneo. Todo lo que caiga en su camino con tal de llenar el
tiempo de ocio con un barniz cultural. Después vuelven a la rutina cotidiana y
no son capaces de visitar el museo que tienen a dos calles de su casa porque su
interés por el Arte en exposición es nulo. Todos podemos ser Turistas.
Pues bien, es típica del Turista
la sensación de que algunas obras de Arte, siempre del llamado contemporáneo,
son un engaño, un camelo. Gente que se indigna ante cosas que no entiende que
pertenezcan al mundo del Arte, aunque estén en un museo. Es una situación
curiosa porque indignarse del Arte como camelo es como indignarse de la lluvia
porque moja. Todo el Arte, de cualquier tipo y época, es un inmenso engaño, es
una representación, un simulacro.
En el diccionario on line de la RAE hay tres acepciones de la palabra: Noticia falsa. Dicho o discurso intencionadamente desprovisto de sentido. Simulación, fingimiento, apariencia engañosa.
La tercera define la esencia de todas las Artes, la segunda se puede aplicar a algunas tendencias del Arte del siglo XX, la primera pertenece al ámbito de la comunicación, toca muy de refilón al Arte. Hay también una acepción coloquial: chasco, burla. Ésta es, justamente, la que menos relación tiene con el mundo del Arte y es, precisamente, la que demasiada gente aplica a su percepción del Arte contemporáneo.
Es perverso y absurdo pensar que una artista o museo decida trabajar solo para reírse del público, como si fueran esos majaderos acosadores que practican lo que actualmente llamamos bullying.
En el último apartado del libro, el payaso de las bofetadas, no doy recetas, pero prevengo al Turista para evitar esta sensación de engaño.
Cada sociedad, cada cultura, ha
marcado desde siempre unas pautas para reconocer el Arte y entender su
significado. La sociedad actual, de una complejidad y con una tecnología
multiforme, tiene un Arte complejo y multiforme, como no podría ser de otra
manera. Además, los cambios de todo tipo en nuestras sociedades dan la
impresión de acelerarse, por eso no es extraño que haya personas a las que les
cuesta adaptarse y se refugian en formas artísticas del pasado.
Estamos en tiempos líquidos, como
decía el filósofo Zygmunt Bauman, y esa corriente afecta al Arte y a todas las
estructuras sociales. No me atrevo a hacer vaticinios, pero no es difícil ver
que la práctica del Arte incorporará todo lo que aporten las tecnologías de la
información, por ejemplo, la Inteligencia Artificial, al servicio de unos
mensajes que saldrán de lo más profundo y de lo más superficial del mundo del
que el Arte es, como siempre, un simple reflejo.
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