Idioma original: español
Año de publicación: 2020
Valoración: muy recomendable
Hacía tiempo que no leía a Zambra y, entre el marasmo de recuerdos propio de cierto tipo de lector caótico/compulsivo, me costaba recordar (aunque sí recordaba que sus libros los publicaba Anagrama, va a resultar que tengo memoria visual) si lo que había leído era novela corta o colección de relatos. Sé que eran tomos no muy voluminosos, pero no pasaba de ahí. En todo caso, cuando un autor así publica una novela de más cuatrocientas páginas, parece que se decida a presentarse a otro nivel. Ya no digamos con un título así, que, llámadme obseso, desprende bolañismo por doquier. Cuestión zanjada con elegancia, por supuesto que Bolaño es mencionado en algún punto, concretamente su novela Nocturno de Chile (incomprensiblemente no reseñada en este blog). No es que Zambra necesitara una puesta de largo, pero parece ser que esa percepción es común, y esta novela cuenta en su lanzamiento con una acogida crítica unánime y un ensalzamiento merecido al que voy a unirme.
Primero: el estilo de Zambra. Dinámico, contemporáneo, poco proclive a los devaneos líricos pero curiosamente poético en su profundidad esquemática. Las palabras precisas, incluso cuando se elucubra. Una escrupulosa elección de los términos, de las progresiones. Un elemento clave para que la novela sea a la vez ligera en su recorrido y densa en su percepción. Aunque sea una novela con enormes saltos temporales (que excita al lector, que puede preguntarse en todo momento qué ha pasado en esos intersticios), la linealidad temporal no se arrastra hacia evocaciones nostálgicas, hacia páramos donde (cuando la poesía es la protagonista constante entre bambalinas) uno pudiera simplemente sentarse a rememorar y perderse en ese recuerdo, pero de eso no se trata aquí.
Segundo: la trama. Lejos de trucos o pirotecnia, todo es normal y asequible. Gonzalo, joven adolescente, inicia relación de iniciación con Carla, compañera de conciertos, de estancias en habitaciones oyendo discos. Chile, entendemos, en los momentos tardíos de la dictadura de Pinochet, y es ahora que hace unos días que acabé el libro pienso si esas parejas ausentes no son trágicos esbozos que evocan fantasmas de distintas gradaciones (exilio, encarcelamiento, desaparición). Gonzalo vive con su madre y quiere ser poeta, está decidiendo qué va a estudiar, Carla aparece en su vida y en esa primera parte (glorioso título, Obra temprana), Gonzalo define su existencia y su terrible vocación. Pasados unos años, el reencuentro. Carla tiene un hijo de una relación, León se llama el padre y Vicente el hijo, niño al que Gonzalo, obsesionado con la fealdad de palabras como padrastro o poetrasto, acoge con dignidad, con entusiasmo, con una actitud que le eleva como persona. Pero es poeta, y eso significa precariedad, escasez de recursos. Mucho más tarde, Vicente resurge. Es un poeta de falsa segunda generación que se reencuentra con Gonzalo y que ya es un joven que tiene una aventura algo desestructurada con Pru, una periodista norteamericana que ha aparecido casi por azar para hacer un artículo, sobre nueva poesía chilena, para una revista. Prodigioso pretexto para entregar (a través de una serie de entrevistas) una divertida serie de personajes.
Suficiente para que Zambra esboce una semblanza que aglutina país, profesión, generación, una especie de perspectiva universal de ejecución sublime donde nada sobra y todo se disfruta y se degusta.
También de Alenandro Zambra en ULAD: Aquí
Por fin he conseguido leerme "Poeta chileno", y mi conclusión ha sido un "sí, pero no".
ResponderEliminarSí, está bien escrito, estructurado, con personajes tridimensionales, con algunos capítulos emocionantes, con un saludable sentido del humor, vamos, una lectura disfrutable en general.
Pero no: no ha conseguido interesarme demasiado. Las novelas meta-literarias, y mira que yo he sido su fans durante mucho tiempo, ahora mismo me cargan bastante. Y por otra parte, como tú dices, la novela es tan absolutamente bolañista, que me extraña que sus herederos no le hayan puesto una demanda por plagio, o por lo menos por apropiación indebida.
En fin, que le reconozco muchos méritos, pero no me ha dejado huella.