Título original: Il formagio e i vermi
Año de publicación: 1976
Traducción: Francisco Martín
Valoración: bastante recomendable (aunque quizá algo ríspido para quien no sea lector habitual de Historia)
Pese a lo que tal vez alguien pueda pensar, debido a su curioso título (enseguida voy con eso), éste es un libro de Historia comme il faut, con su excelente contextualización, sus -muchas- notas a pie de página y su abundante bibliografía. Es más, se trata de la obra señera de la corriente historiográfica conocida como "microhistoria", escrita por su más conspicuo practicante, el prestigioso historiador italiano Carlo Ginzburg. Tal microhistoria es una tendencia o rama de la Historia social que consiste en centrarse en algún acontecimiento o personaje del pasado, en principio secundario o incluso marginal y analizarlo, como si se estudiars con una lupa o microscopio, hasta poder extraer conclusiones y generalizaciones que se puedan relacionar con los grandes procesos y cambios históricos; de esta forma, el estudio de los sucesos individuales ayudan a entender la verdadera dimensión del desarrollo de los sucesos históricos. Es una tendencia que ha tenido (aunque no sólo y en esta semana en la que ULAD hace Historia os vamos a mostrar más de un ejemplo), especial predicamento en Italia,hasta el punto de que incluso la cultivaron, en cierto modo, escritores de narrativa o ensayo, como Leonardo Sciascia en La bruja y el capitán.
En el caso de este célebre estudio, quizás el más emblemático de esta modalidad historiográfica, Carlo Ginzburg se centró en la figura de Domenico Scandella, alias Menocchio, un molinero del pueblo friulano de Montereale, que en 1584 fue procesado por el Santo Oficio debido a una denuncia -tal vez del párroco del pueblo- por haber pronunciado "palabras heréticas impías sobre Cristo". Durante este proceso y el que tuvo de nuevo lugar en 1599 , cuyas actas el historiador analiza pormenorizadamente, punto por punto, los inquisidores asistieron, atónitos, al despliegue cosmogónico y religioso que Menocchio -cuya aspiración era poder debatir con papas y emperadores, pero se conformaba con los doctos miembros del Tribunal- hacía ante ellos: una mezcla de, más que elementos luteranos, como se temía los inquisidores, anabaptistas, más panteísmo, universalismo, lecturas religiosas -o no- interpretadas según su libre albedrío, razonamientos propios más o menos coherentes y, al fondo del todo, según código Ginzburg, la presencia de una religión secular campesina, fuertemente materialist y transmitida por medio de la tradición oral, al menos hasta la aparición de la Contrarreforma, en los países católicos. Sirva como ejemplo del resultado -ya llego, por fin-, la imagen del queso y los gusanos: según Menocchio, Dios no había creado el mundo, sino que éste se habría generado a partir deun caos primigenio, semejante a la leche cuajada que da lugar al queso y del que habrían surgido el propio Dios y los ángeles, como los gusanos que aparecen en este queso. Imaginemos por un momento la cara que pusieron los señores inquisidores...
Quizás lo más interesante para nosotros, amigos y amigas bibliófilos y hasta bibliómanos, sea que buena parte de estas ideas, de su "corpus teológico", por así decirlo, proviniera de sus, si no abundantes, sí recurrentes lecturas, pues resulta que Menocchio era un lector voraz de los libros que caían en sus manos; sobre todo, el muy cristianó Florilegio de la Biblia, pero también el medieval libro de los Viajes de John Mandeville y el Decamerón. Y, probablemente, según Ginzburg, puede que también la Divina Comedia, De Trinitatus erroribus de Serveto (es decir, Miguel Servet) y hasta el Corán. De esta heterogénea lista de lecturas y otras ( es notable, por cierto, la relativa abundancia de libros que circulaban por esa zona rural en aquella época si bien se encuentra cercana a Venecia), según el bueno de Menocchio había extraído sus ideas,"que habían nacido del aislamiento, por el solo contacto con los libros". Es decir lo mismo que le pasó a un famoso personaje de ficción contemporáneo suyo, sólo que a don Alonso Quijano sus lecturas le impelieron a convertirse en caballero andante, mientras que al molinero friulano las suyas le sugirieron la aspiración de ser un profeta, nada menos.
De todas formas, el autor de este libro le resta importancia a la influencia de esas lecturas en el pensamiento de Menocchio, y considera que "(...) como hemos visto, él proyectaba sobre la página impresa elementos extraídos de la tradición oral"; es decir, de ese sustrato de creencias populares a las que Ginzburg concede la mayor importancia: "Es esa tradición, profundamente enraizada en la campiña europea, lo que explica la tenaz persistencia de una religión campesina intolerante ante dogmas y ceremonias, vinculada a los ritmos de la naturaleza, fundamentalmente precristiana. Era frecuentemente un auténtico extrañamiento del cristianismo (...)". Es más, para ilustrar esta tesis, también nos presenta dos casos contemporáneos al de Menocchio y más o menos análogos de otras regiones de Italia: el del poeta popular de Lucca llamado Scolio y el de otro molinero, Pighino Baroni, de la Romaña.
En cualquier caso y también independientemente de lo delirantes que nos puedan parecer estas u otras ideas religiosas (o todas), Menocchio no deja de ser un mártir de la libertad de pensamiento y expresión. Porque -y lamento si alguien considera esto como spoiler, pero, después de todo, hablamos de un caso que es Historia- y pese a haberse retratado y pasar unos años en prisión, nuestro molinero volvió a las andadas, expresando de nuevo en público sus heréticas opiniones, de forma que volvió a ser detenido y procesado por la Inquisición en 1599. Con la mala fortuna, esta vez, de ser condenado a muerte y ejecutado, casi a la vez que otro pensador heterodoxo mucho más conocido, Giordano Bruno, lo era en Roma. Y todo por tener unas ideas más o menos extravagantes, pero propias, consideradas heréticas y peligrosas por el poder, pero que hoy no llamarían la atención en las redes sociales entre tanto terraplanista, conspiranoico e illuminati varios (e incluso serían consideradas un ejemplo de mesura). Por suerte, en nuestra sociedad occidental ya no existe el peligro de ser procesado ni encarcelado por leer libros y sacar nuestras propias conclusiones es sobre la religión, por ejemplo, y expresarlas en público, y es es algo que ya no va a volver a pasar, ¿verdad? ¿VERDAD?
Una reseña muy divertida y completa, Juan. Carlo es, según veo en Wikipedia, hijo de mi admirada Natalia Ginzburg, y me pregunto si la narrativa de su madre, tan volcada en lo cotidiano y los personajes "insignificantes" tuvo que ver con este interés por la microhistoria.
ResponderEliminarDe casta le viene al galgo: Carlo Ginzburg es hijo de la maravillosa Natalia y su primer marido, el malogrado Leone Ginzburg, ambos grandes intelectuales.
ResponderEliminarAh, pues yo pensaba que Ginzburg era un apellido de lo más habitual en Italia... No en serio, ya imaginé que había alguna relación, pero no sabía que tan directa. Gracias a los dos por comentarlo.
ResponderEliminarDe hecho Ginzburg era el apellido del primer marido de Natalia, que tenía orígenes rusos y acabó en Italia por cosas de la vida. Natalia era Levi. Ambos son apellidos judíos, en todo caso.
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