Título original: Métaphysique de l´apéritif
Traducción:
Laura Naranjo Gutiérrez
Año de
publicación: 2022
Valoración: Se deja leer
Tienen algo los libros escritos en segunda persona que me
resulta áspero. Es un recurso arriesgado y difícil de manejar porque, veamos ¿a
quién puede dirigirse el autor?
- A su personaje, claro, lo cual me parece una cierta forma de abuso de superioridad porque tiene un punto acusativo ante el que nada puede hacer para defenderse. El personaje es de alguna manera propiedad del autor, como un esclavo o un muñeco articulado, es y actúa como el autor le ordena, y no parece justo que se vea zarandeado o escrutado en su intimidad
- Al lector, lo cual es aún peor, porque el tono tiene una carga de interpelación que, salvo caso excepcional, no creo que ningún lector tenga por qué soportar ¿qué autoridad tiene el autor para reconvenirnos o juzgarnos, ni tan siquiera para dirigirse a quien ha tenido la generosidad de leer lo que alguien ha escrito?
- Y finalmente, a él mismo. Esto es algo así como un ejercicio de narcisismo disimulado, una exhibición de ego que presupone que a los demás nos debe interesar mucho la persona misma del autor como para asistir a su propia autoevaluación. Y además en estos casos, que los hay, es difícil evitar un sesgo de petulancia.
Entonces ¿a cuál de estos tres objetos se dirige la segunda
persona que emplea Stéphan Lévy-Kuentz en su libro? Pues en principio
aparentemente a su personaje, un individuo anónimo que se pasea por una calle
de Paris (St. Germain-des-Prés o por ahí) y se sienta en una terraza a tomar un
aperitivo, que en este caso es más bien un apéro francés, como un rato antes de
cenar, más que el piscolabis español de mediodía. Se sienta el hombre, pide la
comanda y observa, piensa, elucubra. El objeto de sus reflexiones son a veces
sus vecinos de mesa, a veces los transeúntes que circulan enfrente, ejercicios
mentales que todos hemos practicado (creo) para matar el aburrimiento. Pero
también se sumerge en divagaciones más o menos filosóficas en torno a asuntos
diversos, en muchas ocasiones apoyadas en citas de autores conocidos o no. Por
ahí aparecen por ejemplo Rousseau, Pushkin y Thoreau, cavilaciones también sobre
el amor (uno de los momentos más brillantes), San Agustín o el expresionismo
abstracto, ideas que van desfilando sin mucha lógica, de forma aleatoria, como
en una noche de insomnio.
En todo este recorrido hay cosas más o menos interesantes,
claro, pero no lo suficiente para sostener el libro, por breve que este pueda
ser. La muestra de erudición del señor Lévy-Kuentz merece un reconocimiento
pero, como ocurre con el uso de la segunda persona que decía antes, este tipo
de exhibiciones puede ser un terreno vidrioso. El resultado puede ser brillante
cuando este bagaje se pone al servicio de un relato sólido (Borges, casi
siempre Umberto Eco), pero puede también terminar siendo una simple pedantería
si no conduce a nada más que a rellenar páginas para asombro del lector
ingenuo. Adivine usted hacia cuál de los lados de la balanza se inclina nuestro
libro de hoy.
La sensación de relato fallido es inevitable, cierto, aunque
no quiere decir que el libro sea enteramente desechable. Está bien escrito,
tiene cierta espontaneidad, y en la profusión de citas (bien anotadas y
explicadas por la traductora) siempre podemos encontrar reflexiones de algún
interés. Como puede también tener cierta gracia en algunos momentos, como
cuando vemos el suave progreso del alcohol sobre el protagonista, o cuando
intuimos al escritor un poco perdido que asoma en su parte final, cuando
Lévy-Kuentz parece que, ahí sí, se dirige a sí mismo.
Pero por lo demás tampoco me parece que aporte demasiado, ni
termino de verle el sentido, parece una especie de pasatiempo, un simple
ejercicio para desplegar la erudición de la que hace gala el autor, sin un
objetivo preciso. Aunque en conjunto tenga sus picos de interés, no termina de
ser un libro divertido, ni tiene desarrollo narrativo, ni mayor profundidad más
allá de algunas reflexiones tomadas con cuentagotas. Algo que apunta
posibilidades pero que se queda casi siempre en un amago.
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