Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
No leo ninguna adaptación a novela gráfica sin leer antes la novela original. Y en este caso no iba a ser diferente, a pesar de que Francesc ya había publicado en el blog la reseña de Caballos salvajes. Poco que añadir a lo que dijo el compa en su momento, solo remarcar lo mucho que me ha impresionado el virtuosismo con el que el autor maneja el lenguaje (en mi caso sí pude hacerme con un ejemplar en catalán) para ponerlo al servicio de la obra: un vocabulario riquísimo, un estilo fresco y desenfadado que no renuncia al rigor y la técnica, coloquialismos, juegos de palabras, versos… un festín de texturas y sabores literarios puestos ahí únicamente para el goce del lector. Pero ¿Cómo se traduce eso con los recursos de la novela gráfica?
Resumen resumido: Finales de los 70. Alexandre Oscà «Lex» abandona su pueblo de la Catalunya central para exprimir su juventud en un antro de Ibiza donde ejerce de DJ mientras tontea con los estupefacientes; allí conoce a la jovencísima y precoz Lluïsa «Llisa-Lluca». Al dúo se unirá un tercero no menos trasnochado y sagaz Fermín «Min». El devenir de este singular triángulo de yonquis socios-amigos-amantes, irá descubriéndole al lector todo un universo de personajes y situaciones intrínsecos al consumo de caballo y sus trágicas derivadas.
Jordi Cussà es autor del guion de esta adaptación y aunque desgraciadamente falleció pocos meses antes de la publicación, fue capaz de trasladar la personalidad de la obra y su propio sello a esta novela gráfica. Más allá de eso, es inevitable que en un proceso de adaptación se pierdan y se ganen cosas:
- El lenguaje, con toda su riqueza y matices, siempre queda mermado cuando tiene que compartir protagonismo con la expresión gráfica.
- El alcance en cuanto a universo caleidoscópico: el número de personajes y sus vicisitudes han sido necesariamente reducidos.
- Por otra parte, lo visual facilita la comprensión en aspectos en los que la novela original resultaba compleja, como los saltos de narrador (el «yo» va de un personaje a otro sin previo aviso).
- El ejercicio de síntesis que tuvo que hacer el autor veinte años después de escribir la novela para trasladar la trama con —me aventuro— la mitad de la información, debió ser muy intenso y gratificante. Sin duda era un ejercicio imprescindible que, a mí que he leído ambas obras prácticamente en paralelo, me ha parecido impecable. La novela original se detiene, se recrea, explica anécdotas al margen de las acciones principales, dibuja una atmósfera para sus personajes y lo que les sucede. La novela gráfica, sin embargo, delega muchos de esos aspectos al dibujo y el guion contiene únicamente los elementos más esenciales de la trama.
En base a lo dicho, el trabajo de Jaume Capdevila (Kap) resulta absolutamente decisivo. Además de hacer gala de un estilo muy definido —que ya se anuncia en la portada con ese blanco-negro sobre fondo rojo— consigue transmitir toda la intensidad de la novela original. Algunos de los elementos más destacables son:
- La eficacia narrativa. Cuatro frases en cuatro viñetas son capaces de transmitir varias páginas del texto original.
- La caracterización de los personajes. A través de un estilo de trazo rápido pero intencionado (y sin más gama que el negro sobre blanco), Kap define una gran cantidad de personajes con personalidad propia. Especialmente, el trío protagonista resulta reconocible en cualquiera de las situaciones y facetas vitales en las que la historia lo va situando.
- Kap recrea con gran habilidad algunos grandes momentos de la trama, así como aquellos que contribuyen a la belleza y sensorialidad de la historia.
Lo sensorial es un elemento fundamental tanto en la forma como en el contenido —y tanto en la novela original como en la novela gráfica—. El lenguaje juega un papel muy sensorial, el color rojo aparece normalmente en escenas donde lo sensorial o lo emocional juegan un papel importante. Los personajes son adictos al fruto de los sentidos (sobre todo al injustamente denostado olfato) y a la sensualidad en todas sus formas. El consumo de drogas, en primera instancia y cuando aún no responde a una necesidad, no se percibe como una huida de la realidad si no como un amplificador de la misma, una vía para experimentar hasta el último átomo que nos rodea.
El humor en sus facetas menos directas —lo cáustico, lo irónico— también es un elemento conductor imprescindible para llevar a cabo esta narración que lleva implícita una buena carga de tragedia.
La espiritualidad, sobre todo al final de la historia, cuando Lex se da a sí mismo el espacio para la introspección y para explotar su sensibilidad. Cabe añadir que Lex es un alter-ego del autor y que el último cuarto de la trama sirve para que el protagonista se sitúe en relación a los acontecimientos y se enfrente de alguna manera a sus demonios.
Las obras de ficción —y no tan ficción— que se centran en historias de toxicómanos son, desde mi punto de vista, novelas de aprendizaje y auténticos muestrarios de la naturaleza humana. Más aún cuando son tan honestas. Siempre me pregunto qué lleva a alguien que ha salido de ese infierno a revivirlo exponiendo sus miserias sobre el papel. En este caso me parece un ejercicio de auto exorcismo e intento de auto perdón sin olvidar la persona que fue y que forma parte indisoluble de su persona. También es una manera de perpetuar la memoria de los que se quedaron en el camino y el dolor de cuya pérdida siempre le acompañará. Leí en un artículo que Jordi Cussà no era un ex yonqui que había escrito un libro, si no un escritor que había sido yonqui. Efectivamente, en veinte años ha producido novelas, poesía e incluso teatro, pero no ha sido hasta recientemente (poco antes de su muerte) que se ha empezado a reconocer la solidez de su obra y su valía como autor.
No quiero acabar esta reseña sin añadir algo que ha llamado muchísimo mi atención. Es habitual que cuando leemos obras escritas hace diez años (incluso menos) les justifiquemos los tics (¡oh, no!) machistas (¡oh, sí!) con aquello de que «antes esto era lo normal». Sin embargo, Cavalls salvatges, publicada por primera vez en el año 2.000, le sacaría los colores a más de una novedad del estante de las grandes cadenas de librerías. Ni tan siquiera la sordidez implícita en el universo de Cavalls salvatges fue excusa para denigrar a los personajes femeninos que aparecen, ni el hecho de que sean yonquis o prostitutas o ambas cosas. Todas ellas hacen gala de una sexualidad empoderada, son luchadoras, tienen carácter y se permiten equivocarse igual que sus compañeros masculinos. Los personajes masculinos (y especialmente el protagonista, Lex) jamás se refieren a ellas de forma despectiva por el hecho de ser mujeres y las tratan con el mismo afecto o violencia o condescendencia que al resto de personajes, y siempre al servicio de lo que necesita la trama.
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