Año de publicación: 2021
Valoración: Interesante (o Está bien, dentro de lo que cabe)
Nos mira desde la cubierta Ortega (creo que es Ortega) con esa mirada profunda, severa, como de desaprobación, como echando en cara al pobre lector que no hace las cosas bien, que es también responsable de esa España equivocada, sin alma, que él intenta comprender y también transformar desde el despacho silencioso y austero en el que imagino que rumia por qué el país es como es, y donde escribe sobre eso que cree que le falta (educación, valores, conciencia nacional) o le sobra (pintoresquismo, localismo, frivolidad). Algo más afable, quizá por la redondez de su imagen, hubiera resultado una foto de Azaña, también intelectual pero con la apariencia más humana de quien ha descendido al barro de la política real para intentar hacer realidad sus ideas. A lo mejor Ortega nos parece más inquisitivo porque rebusca en nuestro interior, pobres ciudadanos, el sentimiento nacional que no encuentra por ninguna parte, y Azaña, por su parte, en vez de taladrarnos con la mirada, la dirige a algún lugar impreciso buscando ese Estado justo y moderno que tampoco termina de saber cómo se puede construir.
Estos dos personajes con los que se inicia el libro de Juan Pablo Fusi representan algunas de las múltiples reflexiones (iba a decir respuestas, pero de esto hay más bien poco, al menos en el ámbito de lo concreto) alrededor de esa expresión algo grandilocuente que tantas veces, y sospecho que con tan poco interés, leíamos por obligación en los textos escolares de la adolescencia: España como problema. Una preocupación intelectual que se manifiesta de forma muy especial desde finales del siglo XIX, cuando se pierden los últimos reductos del viejo imperio y el 98 sirve para nombrar a toda una generación de escritores que se preguntan por qué en este extremo de Europa sigue habiendo un país atrasado, derrotado, ensimismado en su pobreza y que envuelto en sus harapos desprecia lo que ignora si se me permite citar deprisa y mal a Machado.
Esa obsesión por identificar y describir correctamente lo español se prolonga durante las primeras tres décadas del siglo XX, mientras se vive uno de los periodos de mayor creatividad e intensidad intelectual, cuando el protagonismo de los grandes nombres de la generación encabezada por Unamuno convive con la pujanza de los más jóvenes, identificados sobre todo con el grupo del 27. El corto periodo de la República es una etapa de esplendor en la literatura y las artes en general, que queda de pronto sepultada por la guerra y los años oscuros que le seguirían.
Fusi comienza, como decía, mostrando el paralelismo entre las dos visiones que de España tienen Azaña y Ortega, sin detenerse a un análisis muy profundo pero ofreciendo imágenes sugerentes, como la diferente perspectiva con la que ambos contemplaban El Escorial, una interesante reflexión que no solo sirve para contrastar sus ideas, sino también sus personalidades. Sin embargo, lo que parecía un buen comienzo para esa exposición en torno al pensamiento español en el siglo XX (subtítulo) parece transformarse rápidamente en otra cosa. Los años de la República se despachan con una síntesis histórica apresurada y más bien escuálida más una muy larga y pormenorizada bibliografía de títulos publicados en esos años. Aunque en mi opinión claramente excesiva, bien está esa enumeración como indicativa de la exuberante producción intelectual y artística del momento. Pero es que estas dos características (apretada sinopsis histórica de cosas de sobra conocidas, y amplísima relación de obras de la época correspondiente) van a ser definitorias de todo el libro. Así, vamos saltando de una velocísima descripción de la guerra (¿con alguna vocación de equidistancia?) a la bibliografía del despertar intelectual de los años 60; una nueva crónica, tan acelerada como detalladísima, de la Transición y la incorporación a Europa; y otra enumeración interminable (y a veces repetitiva) de la producción artística y literaria de los primeros tiempos de la democracia. A todo ello se adosa un capítulo, que me atrevería a calificar como atropellado y superficial, pero también el más sorprendente, donde se nos calza (sea Fusi o su editor) una breve historia de ETA que encaja en este libro como podría hacerlo un recetario de cocina. Fusi ha escrito multitud de artículos sobre el asunto, casi siempre muy atinados pero, oiga, no es necesario hablar de lo mismo en cualquier lugar o circunstancia.
Lo más salvable del libro lo encontramos cuando, de tanto en tanto, parece volver a circunscribirse a lo que se suponía que era su objeto: la evolución del pensamiento en torno a España, qué es o qué debería ser. Describe el autor el ‘campo de ruinas’ que dejan, también en el terreno intelectual, la guerra y la posguerra dominada por la represión y el aislamiento, dando lugar a lo que muy plásticamente denomina ‘la España inmóvil’, donde introduce la figura de algunos de los más representativos hispanistas, como Gerald Brenan o Raymond Carr. El inicio de un cierto renacimiento en el ámbito del pensamiento, coincidiendo con el desarrollismo de los 60, se personifica en las figuras de Jorge Semprún y Julián Marías que, aunque con perspectivas vitales e ideológicas bastante alejadas, plantean la idea de una España muy diferente, liberada de los lastres del atraso, la incultura y el folklorismo, muchas veces dramático, de décadas anteriores.
Como a veces ocurre, las sensaciones que deja el libro una vez terminado son algo mejores que las que se experimentan durante la lectura. Queda un poso, el reflujo de haber repasado aspectos interesantes del último siglo de vida intelectual y de reflexiones sobre la identidad del país, su historia y su futuro. Pero aun así, nada puede evitar una cierta frustración por un texto con un propósito ambicioso que se diluye en fragmentos, a veces inconexos, perdidos entre interminables enumeraciones, resúmenes abigarrados de cosas ya sabidas y semblanzas no siempre justificadas, excesivas en contenido e insuficientes en el contexto general. No sé si esto es enteramente voluntad del autor o el producto de una mera recopilación de artículos sueltos, cosidos sin mucha coherencia, pero sea como sea, objetivamente supone una cierta decepción.
Mi sensación al leer algunos de los últimos trabajos del profesor Fusi es muy parecida. La erudición y la precisión de los datos es siempre bienvenida es un historiador de merecido prestigio como Fusi. Pero hacer historia implica narrar, analizar y establecer un juicio personal sobre el tema objeto de estudio. Pretender que la asepsia suprema del dato escueto, sin más elaboración, es la forma sublime de la objetividad me parece un error (o una ingenuidad). Por eso creo que enumerar es una cosa y narrar otra. Además, la narración histórica exige interpretación y análisis (mojarse). Eso significa subjetividad, valorar y entrar en el terreno de las opiniones fundamentadas. Fusi acarrea materiales, los amontona en forma de listas interminables y ya está: toma el libro. Pero falta la labor de cocinado. Ningún cocinero pone encima de la mesa el pavo desplumado pero crudo. Un historiador no es un mero recopilador. Claro que la objetividad de las fuentes es esencial, aunque eso ya se presupone en un profesional. La segunda parte es ir más allá del dato. En fin, no resulta demasiado satisfactoria tanta desnudez fáctica.
ResponderEliminarPues la verdad, yo pensaba que el problema era del libro, quizá una recopilación algo apresurada de fragmentos, pero por lo que dices parece que no es una excepción. Efectivamente da la sensación de que falta trabajo, sacar conclusiones, elaborar un itinerario coherente de datos y sintetizar buscando prioridades. Entonces, como intentaba explicar en la reseña, al terminar la lectura queda un poso con la información recibida, pero se echa en falta la profundidad que le puede dar el historiador a los datos, y más aún en un tema como el que se propone, que se refiere por encima de todo a ideas y a evolución.
ResponderEliminarAsí que dobles gracias, por el comentario en sí y por habernos ilustrado un poco más sobre el autor.