Título original: Fundamentals. Ten Keys to Reality
Traducción: Joan Lluís Riera
Año de publicación: 2021
Valoración: Recomendable para interesados
Habrá quien piense, con bastante razón, que ya está otra vez el pesado este con sus libros de divulgación científica, que ni entiende ni parece que realmente le interesan. Hombre, interesarme sí que me interesan, aunque mi formación sea de eso que se llamaba Letras puras, y la verdad es que me cuesta bastante entender muchos conceptos. Y más que eso, me es difícil visualizar todas esas cosas muy pequeñas o muy grandes que los científicos se esfuerzan en investigar y explicar a los profanos que somos casi todos los demás. Lo cierto es que, como a todos los de mi palo, me interesa el pensamiento, las ideologías, el arte, la sociedad, el lenguaje, todas esas cosas que la Humanidad ha ido modelando a partir de la reflexión, la intuición o la experiencia. Pero de vez en cuando creo que hay que mirar un poco más a la tierra (o al cielo), a las cosas materiales que tenemos alrededor, y que también deben suscitarnos curiosidad, que para eso vivimos en un planeta, rodeados de animales y minerales, reacciones químicas, colores, velocidades y todas esas cosas que también son nuestro mundo.
El caso es que Frank Wilczek es físico y premio Nobel en esta especialidad en 2004, y parece un señor bastante simpático que, una vez más entre muchas, intenta abrirnos los ojos sobre asuntos de ese mundo que nos rodea y explicarnos cosas que para él son muy básicas, algo así como el ABC de la Física. Pero que para casi todos los demás, por más esfuerzos que hagamos, empiezan a ser poco menos que ininteligibles una vez pasadas esas poquitas páginas en las que el científico-divulgador intenta seducir con conceptos muy sencillitos.
El libro me parece que está muy bien escrito, y deja ver el esfuerzo que Wilczek hace por resultar comprensible. Explica cosas como que hay mucho espacio en el universo y mucha materia en ese espacio (y también mucho vacío, o que parece vacío), pero también hay muchas, muchísimas partículas en la composición de cada uno de nuestros propios cuerpos. Si alguien recuerda aquellos viejos vídeos de Carl Sagan, es un poco al vértigo de aquellas imágenes que arrancaban de una pareja tirada en un jardín para irse alejando hasta dejar la Tierra en el famoso ‘pálido punto azul’ y aún mucho más, viajando entre galaxias y moviéndonos hacia atrás en el tiempo. Esas distancias y tiempos, fuerzas y ondas, tan extremas y descomunales que terminan por dejarle a uno un poco frío, como si nos contasen una historia de ficción un poco pasada de vueltas.
Lo mismo ocurre cuando de lo inmenso nos vamos a lo diminuto, todas esas partículas subatómicas, electrones, quarks (que los hay de varios tipos, oiga), muones, neutrinos y no sé cuántas más. Tan misteriosas y minúsculas que algunas de ellas solo han sido descubiertas de verdad en esos enormes aceleradores del CERN, sometidas a volúmenes brutales de energía y ‘visibles’ durante infinitesimales fracciones de segundo. O, vaya, incluso algunas de ellas parecen no ser más que hipótesis matemáticas de cosas que se supone debieran existir pero que nadie hasta la fecha ha visto de verdad.
La perplejidad ante todo esto vence a cualquier otra sensación, al menos en mi caso, y resulta difícil que el interés que uno puede tener acerca de estos temas no se vaya desinflando página tras página. Como ya he comentado alguna vez, acaba uno por preguntarse hasta dónde todo esto es una realidad tangible y dónde empieza la especulación. Es el riesgo que se corre con este tipo de publicaciones, aunque en el fondo se supone que debe quedar algún sedimento de conocimientos, aunque sea muy superficiales, que uno no tenía antes de conocer el libro.
Digamos, y es verdad, que el libro es ameno dentro de lo que cabe, que Wilczek pone luz a descubrimientos y teorías clásicas que quizá nunca llegamos a entender del todo, y desfilan por las páginas nombres célebres (Newton, Einstein, Faraday, Hubble, Kepler y muchos más) cuyas aportaciones resultan de su mano algo más comprensibles. Pero hay un par de momentos en que el texto me parece mucho más atrayente, y es justamente cuando el autor se sale un poco de la objetividad de su ciencia.
El primero es cuando percibimos emociones que pocas veces nos llegan de este tipo de textos. Es sorprendente, y también gratificante, ver cómo un científico nos habla de la belleza de una ecuación (!) o del nerviosismo de haber intuido un descubrimiento, el estupor de ver cómo de pronto encajan ciertas teorías o el temor de tener que revisar otras tenidas hasta entonces como inamovibles. Empezamos entonces a vislumbrar a un tipo más humano de lo previsto, que disfruta de su trabajo y le pone alma a cosas que nos parecerían del todo áridas.
Es también interesante cuando Wilczek aparta un poco el foco del microscopio (o del telescopio, por decir algo), se sincera y mira a su alrededor, reconociendo de alguna manera la pequeñez de toda ese serie de conocimientos que nos parecía tan abrumadora. Según explica en las páginas que por su humildad me han parecido más impactantes, el hombre está todavía muy lejos de saberlo todo, sus cinco sentidos siguen siendo enormemente limitados (solo hay que compararlos con otras muchas especies animales) y su tecnología, por avanzada que nos parezca, no hace más que atisbar nuevos misterios, campos todavía inexplorados, verdades que ahora mismo no llegamos siquiera a sospechar. Y todo esto, además de una confesión en toda regla, creo que es la mejor explicación de lo que en realidad es la ciencia y por qué quienes trabajan en ella se motivan en buscar siempre la próxima frontera.
Me ha gustado mucho tu reseña, el lunes compraré el libro. Estoy leyendo De Laetoli a la luna, de Javier de Felipe, también científico y en el que el autor hace un esfuerzo para que lo entendamos los profanos. Con una ligera ayuda de internet para ver el dibujo de una neurona y mucha concentración, entré en el mundo asombroso del cerebro humano. Y puedo decir del libro que es el más fascinante que he leído.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu información, Carlos y por lo claramente que la expresas.
Gracias a ti Beatriz, nos encanta que nos visites y nos acompañes con tus comentarios.
ResponderEliminarDesde luego, si lees el libro con la dedicación que has demostrado con el anterior, seguramente lo vas a disfrutar más que yo.
Un saludo.
Gracias por la reseña. Muy buena y cercana, como siempre. Ésta en particular me recordó una gran obra: El quark y el jaguar, de Murray Gell-Mann.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Yo creo que es un buen libro si te interesan estos temas.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola. Sí, Carlos, yo leo dos veces muchos libros: los que tengo que comentar, los que me han gustado mucho, los que me ha costado entender. En la primera vuelta descargo la curiosidad de conocer la trama y el final y en la segunda disfruto del lenguaje e intento comprender lo expuesto desde el punto de vista del autor. Y muchas veces me sorprendo de cosas que me habían pasado inadvertidas en la primera lectura.
ResponderEliminarTu reseña es muy clara. Yo no sé nada de física y el libro me ha resultado difícil pero, a pesar de todas esas medidas de la luz, de la materia y de la gravedad, he conseguido no perder el hilo y avanzar en la exposición del conocimiento del Universo. Y, como a ti, me han gustado mucho las reflexiones personales del científico aunque, como enamorado de su ciencia y de los prodigiosos medios de hoy en día, muestra satisfecho lo que se conoce y ! es tanto lo que no se conoce! Sí que nombra la materia oscura y la energía oscura pero pasa un poco de soslayo, cuando la materia oscura ocupa el 69% del universo y el 31% restante es energía oscura excepto el 5% que es energía y materia conocida. Y oscura quiere decir que no se sabe qué es, no es hierro, no es hidrógeno, no son fuerzas eléctricas o gravitatorias, no es ningún elemento que se conozca en este 5% que es nuestro Universo conocido.
Y, acaso por eso, al final resulta más asombrosa la inmensidad.
A mí, la lectura me ha hecho un efecto maravilloso. Con el libro sobre el cerebro, de Laetoli a la luna, no tan difícil y mucho más ameno, y este, que leí seguidos, hice tal esfuerzo de concentración como no había hecho nunca. Con el primero quedé sorprendida de mi cerebro, al que miré como a un extraño, como algo que tenía entidad propia, que no me pertenecía. He llevado en la cabeza, toda mi vida, una inteligencia que no me ha servido para nada.
Y Las diez claves de la realidad me ha situado en una dimensión espacial en la que todo es inmenso y prodigioso, todo se mueve sabiamente y, acaso compone la música de las esferas que Pitágoras aseguraba oír. Y no es solo un hallazgo del conocimiento, es un sentimiento, una emoción. Y me veo, pobre corpúsculo efímero, cabalgando sobre la Tierra, en el espacio intemporal, mientras se produce la gran explosión.
Muchas gracias, Carlos.
Muchas gracias a ti, Beatriz, por tu comentario y por ser capaz de exprimir los libros hasta ese punto que demuestras (mucho más que yo, desde luego) y sacarles enseñanzas y reflexiones tan interesantes. Así que enhorabuena, seguro que así se disfruta de los libros mucho más de lo que los demás alcanzamos.
ResponderEliminarUn abrazo!