Año de publicación: 2021
Valoración: dispersa
Vamos a concluir que la situación política es inspiradora para bien y para mal. A grandes trazos: el planeta sale más o menos bien librado de una pandemia (eso nos pensábamos) y, entre el resurgimiento de ciertos movimientos extremistas, surge el conflicto en Ucrania y los miedos reaparecen.
Este último hecho, por cierto, es posterior a la publicación de esta novela. No sé si opinar que casi mejor. Porque este es un texto que va de más a menos. Organizado como si se tratara de un único original mecanografiado que se dirige a una única receptora, la historia arranca con una concreción bastante correcto. El autor del texto sufre el escarnio público a consecuencia de un hecho que se inicia como una casualidad. Su perro es agredido por otro perro, este perteneciente a un extranjero. Organiza una venganza y su vida queda condicionada cuando esta es descubierta. Ya tenemos a un profesor de Derecho que es pasto de la opinión pública y pierde su trabajo. Antes ha perdido a un hijo pequeño, víctima del COVID antes de que se iniciaran las vacunaciones. La evolución ideológica es de manual. Sintiéndose víctima de todo, se radicaliza y acepta la única ayuda que se le ofrece: el entorno de un partido político cuyo nombre tiene tres letras y acaba en X. Blanco y en botella. Ese es el pretexto de la novela; alertar del auge de la extrema derecha y cómo ésta aprovecha cualquier resquicio para predicar sus postulados. Llevar este proceso hasta un extremo quizás, perdonad que lo banalice, algo grotesco. Porque el partido de marras se alza con el poder tras unas elecciones y empieza a ejecutar pasos de un plan maestro, que incluirían procesos eugenésicos, fuerzas paramilitares e incluso su Noche de los Cristales Rotos.
Y aunque sea bueno avisar sobre esos peligros, creo que en este punto al autor la narración se le escapa de las manos. Con cierta insistencia por las citas en latín, la historia deja de tener un componente lineal y pasa a transformarse en un monólogo oscilando alrededor de lo mismo, y son casi doscientas páginas finales que se hacen eternas porque la premisa de la novela ya se ha planteado y desarrollado. En ese momento la narración amaga hacia direcciones demasiado dispares: a veces parece tomar tendencias gore y en otras ocasiones se concentra en puro devaneo ideológico sin decidirse a explotar nada a fondo. Surgen esbozos reivindicativos respecto al colectivo homosexual, al feminismo, al Big Data, a la tecnología presente en nuestra vida, incluso hay una alusión a la revisión de la memoria histórica, a los muertos en las cunetas. También tenemos un país con restricciones de libertades organizando un acontecimiento deportivo. El lector es consciente de que el autor quiere alertarnos de algo, cosa de agradecer, pero me temo que la necesidad de integrar una trama que lo justifique no ayuda sino lastra a sus finalidades. Y bueno es ponerle cara a los patanes que esperan a ponerse un uniforme para creerse alguien, y las intenciones son de lo más loable, pero su vehículo narrativo me ha resultado pesado, torpe e indigesto.
Con "El don de la fiebre" el autor dejó muy alto su listón. Le pierde tanta inventiva, pero si vuelve a escribir otra novela como la citada, doy gracias al autor y a los cielos.
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