Título original: Смерть Ивана льича, Smert Ivana Ilichá
Traducción: Víctor Gallego
Año de publicación: 1886
Valoración: Muy recomendable
Iván Ilich es uno de esos personajes que nunca se olvidan. Es un personaje perfecto, redondo, imposible de mejorar. Tolstói le dedica toda su atención, le ve desde todos los ángulos (desde todos los ángulos importantes), sobre todo desde dentro, mima el relato de sus reacciones, lo que siente, aunque el mismo Iván no sepa lo que es, le hace moverse por su ámbito profesional, por su vida familiar o sus partidas de whist. Lo analiza, lo disecciona, con la maestría suficiente para que no nos demos cuenta de que lo está haciendo, para que todo parezca la narración simple de un tipo bastante corriente.
El libro es uno de los últimos que publicará Tolstói, y en él parece haber mucho de sus propias cavilaciones. El genio ruso había pasado por diversas etapas, y vivía una crisis personal que le haría reflexionar sobre su pasado y avanzar hacia cierto espiritualismo y posiciones muy avanzadas para su época en torno por ejemplo a la resistencia no violenta contra la injusticia. En el libro, la tormenta que sacude a Iván Ilich parece un reflejo de la que experimenta el propio autor. Pero vayamos al relato.
El tal Iván es un hombre de cierta posición, un burgués en toda regla que sigue la estela familiar encaminado hacia un puesto de funcionario de cierta relevancia. Sin mucho ruido y sin mostrar una ambición excesivamente voraz, va escalando en la judicatura, y en unos años parece alcanzar el deseado grado de confort y estatus social. Cambios de ciudad, una casa nueva y el logro de cierta estabilidad parecen culminar la trayectoria hacia la meta deseada, pero eso no evita que aparezcan grietas en la vida familiar. Un pequeño y absurdo accidente (una caída desde una escalera, algo lleno de simbolismo), que en principio pasa desapercibido, será el detonante de un extraño proceso en el que se funden el dolor físico y el malestar espiritual para los que nadie encuentra explicación.
Al parecer, esa vida siempre enfilada hacia la tranquilidad y el bienestar no resulta suficiente. Iván repasa su propia historia, se descubre como un hombre que siempre quiso hacer lo correcto, y no descubre ningún error. Pero su incomodidad aumenta, algo no funciona y los más reputados médicos no encuentran el motivo ni la solución. Buscan la causa en lesiones internas mientras el enfermo las busca en sí mismo, hasta llegar al punto de no querer siquiera encontrar un remedio, sólo un por qué, dónde estuvo el error, diríamos coloquialmente qué he hecho yo para merecer esto.
Caben aquí distintas lecturas. La desesperación del hombre en quien el dolor y la insatisfacción más íntima se retroalimentan y crecen sin freno, el agujero en el que va cayendo, a mayor profundidad cuanto más se obstina en buscar motivos. Una pesadilla sin sentido de la que es imposible salir, porque siente acercarse la muerte sin haber vivido plenamente. Y, enlazando con esto último, llegaríamos a conectar con la crisis del propio Tolstói, que a una edad ya avanzada parece haber encontrado ese peculiar camino que linda con la espiritualidad y el anarquismo, en el que una vida solo tiene sentido si se ha dedicado a una causa justa, una realización personal, todo eso que puede reconfortar cuando se acerca el final.
El libro es un modelo de perfección técnica, la obra de alguien que ha escrito mucho, libros a veces de gran complejidad y extensión, y ahora es capaz de sintetizar y centrarse en una sola vida, una mirada hacia dentro interrogándose (el protagonista y seguramente el propio autor) qué se puede o debe hacer, por qué no lo hicimos y qué balance podemos presentar cuando la muerte llama a la puerta. Apenas 150 páginas llenas de una intensidad contenida, en las que está todo lo que debe estar y solo eso, para decir mucho y sugerir mucho más. Algo que se aproxima mucho a lo que suponemos puede ser una obra maestra.
Yo, que me considero una gran rusófila (con lo difícil que resulta escribir eso en estos tiempos que corren...), conocí al gran Tolstoi en mi madurez: esperé a pasar los 40 para atreverme con la enorme, maravillosa, riquísima novela que es Anna Karénina. Y creo que esta circunstancia ha favorecido mucho mi relación con el autor. Le adoro, pero no estoy segura de que le hubiera adorado igualmente si hubiera empezado a leerle en mi (primera) juventud.
ResponderEliminarTengo muchas ganas de leer Iván Ilich, y sé que me dará pena que sea relativamente breve: lo mejor de estos rusos es que sus libros son tan largos que uno acaba conviviendo con los personajes, conociéndolos, comprendiéndolos.
Un relato con un ambiente asfixiante, angustioso. Muy recomendable, incluso diría que imprescindible. No hay manera que pongáis algún " imprescindible" a este gran escritor ( lo digo en plan broma)
ResponderEliminarYai, efectivamente es muy posible que estos autores requieran una cierta madurez para sacarles todo el partido. A qué edad se consiga esa madurez ya depende de cada uno, jeje, yo conozco algunos veteranos que todavía están en camino.
ResponderEliminarBartomeu, discúlpame, yo tiendo a ser un poco cicatero en las valoraciones. Y desde luego tampoco hubiera estado fuera de lugar colocarle un Imprescindible, me faltó poco, la verdad.
Gracias a los dos por los comentarios.
Pues si esto no es un imprescindible... Menudo libro escrito por un genio inmenso. Lo recuerdo con mucho cariño.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado, Javi. Pero como ya he dicho, afino mucho, quizá demasiado, a la hora de darle la nota top.
ResponderEliminarMuchas gracias por visitarnos y comentar.
Antonio
ResponderEliminarTengo mis libros rusos como tesoros
ResponderEliminarDosto, Bulgakov, Tostoi me han regalado tantas horas preciosas. Y van 150 años de diferencia. ¿Será que he nacido en uno tiempos equivocados?
Nada de eso. Tenemos la suerte de que se escriben libros desde hace muchos años, así que podemos disfrutar de un montón, cada uno con sus gustos.
ResponderEliminarGracias por comentar, y un saludo.