Título original: The Cost of Inequality in Latin America
Año de publicación: 2020
Año de publicación: 2020
Traducción: Joan Andreano Weyland
Valoración: Recomendable (especialmente para interesados)
Valoración: Recomendable (especialmente para interesados)
Vivimos tiempos terribles. Quizá sueno demasiado catastrofista; dejémoslo en que vivimos tiempos con un margen de mejora inmenso. Algunos se niegan a verlo porque temen afrontar la verdad, porque les conviene o porque están abducidos por una ideología miope. Sí, es cierto que «se ha reducido la pobreza en muchos países y (...) el mundo es más rico que nunca», pero en general (repito: en general) la desigualdad se ensancha a pasos agigantados, la movilidad social se ha estancado, la meritocracia brilla por su ausencia y las oportunidades escasean.
Y todo esto tiene consecuencias nefastas: la restricción de la libertad, la vulneración de los derechos del individuo, la disminución del poder adquisitivo de las clases baja y media, el descontento social, la desconfianza en instituciones y conciudadanos, el incremento de la violencia, el creciente poder e influencia político de las élites económicas, la creación de monopolios y oligopolios, el deterioro de la democracia, la erosión de lo público, los empleos de baja calidad, la carencia de innovación, el incentivo del populismo, etc...
En El coste de la desigualdad, Diego Sánchez Ancochea aborda la problemática que supone la desigualdad. Lo hace con un talante tan serio y riguroso como abierto al activismo y al optimismo. Lo hace, también, reivindicando en el proceso el papel del Estado, la socialdemocracia, los partidos políticos progresistas, los sindicatos y la movilización activa.
Llegados a este punto, dejad que liste varias de las virtudes que he encontrado en este ensayo:
- Emplea a América Latina a modo de «advertencia» sin por ello desestimar los aciertos de la región.
- Ilustra cómo la desigualdad no sólo implica un presente negativo, sino que nos sumerge en círculos viciosos de los que resultará cada vez más difícil salir en el futuro.
- Entrega soluciones razonables y plausibles, alejadas de la retórica buenista, simplista y «revolucionaria»: redistribución del capital humano y la riqueza, impuestos a las grandes fortunas, medidas macroeconómicas, regulación financiera, políticas ambiciosas, presión desde abajo a los Estados, movimientos sociales, agendas reformistas, deriva hacia un modelo solidario y comunitario, etc...
Por no alargarme, diré que el libro de Sánchez Ancochea resulta una agradecida aportación al que, a mi juicio, es un debate clave del siglo XXI: el de la desigualdad. Los datos y argumentos que el catedrático baraja en estas páginas son bastante sólidos. Asimismo, las recetas equitativas que ofrece son siempre bienintencionadas y, aunque en ocasiones su implementación práctica cae en el idealismo, a nivel abstracto me parecen loables.
Lástima que, en un clima intelectual tan polarizado como el actual, El coste de la desigualdad pasará probablemente sin pena ni gloria. Y es que este ensayo reforzará las convicciones de aquellos que ya comulgaban previamente con la inquietud igualitaria, pero provocará indiferencia o rechazo a quienes se oponen a ella. En mi caso me ha ayudado a matizar ciertas ideas, incorporar algunas herramientas analíticas y actualizar bibliografía; no obstante, admito que me ha servido para atrincherarme todavía más en la cámara de eco en la que, de por sí, ya me muevo.
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Me he permitido formular unas preguntas a Sánchez Ancochea. Aunque no todas estaban vinculadas con El coste de la desigualdad, él ha tenido a bien de contestarlas. Gracias, Diego.
ULAD: En tu libro prácticamente nunca abordas la cuestión de la desigualdad desde una óptica filosófica. ¿A qué se debe esta omisión? ¿Recomiendas alguna obra que sí lo haga y pueda complementar tu exposición?
DSA: Es cierto que el debate filosófico (y ético) sobre la desigualdad es fundamental, pero yo no me sentía como la persona más capacitada para resumirlo dado mi formación de economista político y mi concentración en América Latina. Además, a mí me parecía útil mostrar que, con independencia de la posición filosófica y la visión sobre la naturaleza humana que tenga cada cual, hay que preocuparse por la desigualdad porque tiene un impacto muy negativo en áreas importantes como el desarrollo económico o la calidad de la democracia.
Para mí hay dos autores norteamericanos muy útiles a la hora de reflexionar sobre la filosofía de la desigualdad. Una es Elizabeth Anderson de la Universidad de Michigan, que ha insistido en la importancia de ir más allá de la desigualdad de ingreso y pensar también en la valoración tan asimétrica que hacemos de distintas profesiones y distintas contribuciones a la sociedad. Recomiendo leer su artículo "What is the point of equality?" de 1999 (aunque sea un poco largo), o echar un vistazo a un perfil de ella en el New Yorker de Diciembre de 2018. El otro es Michael Sandel, que ha escrito libros útiles en contra de la meritocracia y el libre mercado.
ULAD: En determinado momento comentas escuetamente que «Somos (...) seres éticos y, por ello mismo, deberíamos rechazar la desigualdad excesiva por ser moralmente errónea.» Suscribo al cien por cien esta premisa y aprovecho para pedirte que la desarrolles un poco.
DSA: Un argumento muy popular es que la desigualdad no debería preocuparnos porque es resultado del esfuerzo de cada cual y es necesaria para que la gente trabaje, invierta y sea creativa. Así, la desigualdad se vincula a los incentivos y se la considera un motor del crecimiento y el desarrollo.
Sin embargo, este argumento resulta poco convincente cuando nos encontramos ante niveles de desigualdad muy altos. En sociedades como la chilena donde el 1% más rico de la población recibe un 30% de todo lo que se produce en un año, los incentivos funcionan en la dirección contraria. Los ricos se dedican a proteger sus intereses y el resto de la población sabe que está jugando a un juego en el que nunca ganará.
Pero más allá de ese argumento pienso que no es fácil justificar un mundo donde el precio de un reloj sea equivalente al salario recibido por muchas personas en toda una vida. Un mundo en que alguna gente gaste en un viaje en avión privado más que lo que gastarán miles de personas en viajes durante toda una vida. Me resulta imposible creer que ese tipo de sociedad sea mejor que una que se preocupa por asegurar un buen nivel de vida para toda la población como objetivo prioritario.
ULAD: Si no recuerdo mal, cuando mencionas formas de paliar la desigualdad especificas que rehuyes las soluciones simplistas y «revolucionarias». ¿Podrías explayarte sobre qué quieres decir con este último concepto?
DSA: Estamos en un mundo donde solemos buscar respuestas novedosas y simplistas ante los graves problemas a los que nos enfrentamos. Pensamos que, por ejemplo, las nuevas tecnologías revolucionarán la forma en que vivimos y que pueden resolver todas nuestras dificultades o promovemos nuestras instituciones que nada tienen que ver con las del pasado.
Yo me pregunto, sin embargo, si lo que tenemos que hacer es mejorar lo que ya tenemos, reconociendo que sabemos las soluciones a problemas como la desigualdad desde hace mucho pero no cómo ponerlas en práctica. Así, por ejemplo, me parece que la democracia juega un papel central en la lucha contra la desigualdad, pero tiene que ser una democracia más auténtica y que se apoye en partidos políticos más sólidos y más participativos. Al final, en el libro acabo con un menú de recomendaciones poco novedoso pero, ojalá, inspirador para luchar contra la desigualdad.
ULAD: Según comentas, «cada país debería concentrarse en los elementos del menú de medidas que le resulten más urgentes en función de su trayectoria histórica y su estructura económica e institucional.» ¿Qué países ves con más potencial llamémosle equitativo, y qué países crees que, al contrario, tardarían en adoptar condiciones propicias?
DSA: A pesar de sus problemas, creo que todavía tenemos mucho que aprender de los países escandinavos. Suecia o Finlandia eran bastante desiguales y no particularmente democráticos a finales del siglo XIX (como lo muestra Thomas Piketty en su libro más reciente), pero fueron capaces de crear sociedades igualitarias y con oportunidades para todos durante el último siglo. Dentro de América Latina, Uruguay es un caso interesante y del que los vecinos pueden aprender mucho.
Me temo que, por el contrario, el resto de América Latina se encuentra con grandes dificultades para reducir la desigualdad. Esto es así porque, como trato de mostrar en mi libro, se enfrenta a círculos viciosos (tanto económicos como políticos y sociales) que son difíciles de romper. Y, por desgracia, hay otros países (como Estados Unidos) que cada vez se parecen más América Latina y van a tener muchas dificultades para hacer frente a una desigualdad desbocada.
ULAD: ¿Has leído La envidia igualitaria, de Gonzalo Fernández de la Mora? En caso afirmativo, ¿qué opinas de los planteamientos allá vertidos?
DSA: Me temo que no lo he leído por lo que, quizás, no debería decir nada. ¡Pero no me resisto a hacer un comentario! Existe un argumento muy habitual que mantiene que se promueve la igualdad por envidia y que las políticas igualitarias generan poco dinamismo económico y limitan la innovación. Estos argumentos, sin embargo, no tienen mucho apoyo en la evidencia empírica. Los países escandinavos que antes mencionaba son de los más dinámicos e innovadores del mundo. Los países latinoamericanos (los más desiguales desde hace décadas), en cambio, tienen dificultades para desarrollarse. Y la envidia tiene poco que ver con los debates éticos que mencionábamos anteriormente y con el deseo de crear sociedades centradas en la promoción de todos los seres humanos por encima de todo.
ULAD: He notado cierto optimismo en tu postura. ¿Qué nos dirías a los que en líneas generales compartimos tus inquietudes igualitarias pero sospechamos que jamás las veremos materializarse de manera satisfactoria?
DSA: ¡Yo soy de talante pesimista, así que me alegro que fuera capaz de disimularlo! Entiendo, Oriol, perfectamente tu escepticismo sobre las posibilidades de cambio. Sin embargo, es importante que esas dudas no nos lleven a la parálisis o a creer que todo va a seguir como hasta ahora. Lo cierto es que el cambio social es posible, que en la misma América Latina hay países con niveles de desigualdad bastante distintos y que sabemos lo que hay que hacer. Creo que lo importante es reconocer que el cambio será lento y sólo posible si somos capaces de ir modificando las políticas y la política de forma pragmática y progresiva pero sostenida.
ULAD: ¿Crees que tu mensaje permeará en gente que hasta ahora no lo compraba? ¿Has logrado, a lo largo de tu trayectoria, hacer que alguien cambie significativamente de parecer?
DSA: ¡Esa es una gran pregunta! Yo traté (no sé con cuánto éxito) de escribir un libro ameno pero a la vez basado en evidencia. Traté, además, de traer al debate una región que no siempre se comprende suficiente y de la que hay mucho que aprender. Ojalá eso lleve a algunos lectores y lectoras a reconsiderar sus visiones sobre la desigualdad o, por lo menos, a estar más dispuestos a hablar sobre este problema y a intercambiar ideas y conversaciones con otra gente. Si logro promover algunas conversaciones entre gente que piensa distinto ya habré logrado bastante.
Hola Oriol, veo en goodreads que el libro se publicó en inglés en 2020, supongo que ahora se publica en español. Sobre las fórmulas que propone este señor... supongo que como dices todos sufrimos de nuestra propia cámara de eco, pero también me parece miopía ideológica (te copio el concepto) pretender que políticas que ya se han implementado y tienen un impacto tan negativo sobre la economía (y por tanto y en mayor grado, en los más desfavorecidos) van a producir resultados diferentes. Socialdemocracia y partidos progresistas ya están en el gobierno, no hace falta especular sobre qué pasaría si estuviesen. Sindicatos es verdad que se les oye menos, ya lo harán cuando gobierne la derecha. Un saludo
ResponderEliminarHola, Anónimo.
ResponderEliminarLo que está claro es que ningún sistema humano es infalible (quien no se lo crea, que se lea "Los desposeídos", de Le Guin). Eso sí, hay sistemas mejores que otros. También hay mucha evidencia empírica que apoya ciertas recetas económicas y políticas, pero éstas, por lo que sea, apenas se implementan.
Por otro lado, me parece peligroso perseguir cambios ciñéndonos excesivamente en el pragmatismo. ¿Qué hay de la ética? ¿Y qué más da si, como dices, determinados procedimientos perjudican, a la larga, la economía? Esto último será un problema, por ejemplo, para la gente que quiere perpetuar la especie, pero no para mí, que creo que la solución de los males de la Humanidad es nuestra extinción pacífica y voluntaria.
Sea como fuere, te recomiendo encarecidamente la lectura de "El coste de la desigualdad". Aquí se desmienten muchos prejuicios conservadores y liberales (libertarios) sobre el impacto que algunas medidas socialdemócratas tendrían en la economía.