Año de publicación: 2022
Valoración: Muy Recomendable
Vista la cubierta y el título, sobre todo el título, no
parece lógico andarse por las ramas, no?, así que vamos al lío. Este es un
libro sobre la teoría queer, y contra la teoría queer. Y aunque seguramente es
innecesario a estas alturas, diré que la teoría queer, simplificando mucho o
muchísimo, sostiene que la diferenciación entre hombre y mujer carece de
sentido, es lo que se llama un constructo social, una convención artificial o
al menos irrelevante. El sexo masculino y femenino no son más que los extremos
de un continuo, una especie de amplio abanico de posibilidades entre las que
uno puede libremente elegir, de ahí la muy actual etiqueta de no binario. En
definitiva, el sexo debe dejar de fijar nuestra atención en favor del género,
es decir, la opción subjetiva del individuo por alguna de las que componen aquel
repertorio de posibilidades, o tal vez por ninguna de ellas, o hasta en contra de
todas. A la carta.
Tampoco quiero enredarme en matizaciones que no domino y que
son poco menos que infinitas, que para eso están los filósofos, psicólogos y
demás eruditos que polemizan en sus textos (y polemizan bastante más de lo que
se nos hace ver). Intentaré limitarme a transmitir algunas ideas básicas de las
muchas que se explican en el libro, dejando fuera en lo posible mis opiniones
personales, y la impresión que me ha producido la lectura. Vaya, que se trata
sobre todo de escribir una reseña, y quien quiera que se anime después al
debate.
El libro empieza por refutar la ideología queer en primer
lugar desde el punto de vista biológico y anatómico. Al nacer, el sexo no se
asigna a partir de la nada, como aseguran sus defensores, sino que simplemente
se constata y, salvo casos muy extraños y bien delimitados por la ciencia, cerca del 100% de esas constataciones resultan ser exactas, porque en
el ser humano no hay más que dos alternativas físicas, establecidas según su
funcionalidad reproductiva. Que en el mundo que conocemos sexo y reproducción
hayan quedado en buena parte disociados no quiere decir que esa identificación
haya dejado de existir.
Aunque como decía hay distintas variantes, el enfoque queer
mayoritario apunta a que esa realidad biológica, aparte de ser cuestionada,
debe ceder ante la experiencia subjetiva de cada individuo, eso que se denomina
identidad de género. Es decir, uno es hombre o mujer no en función de su
fisionomía, sino en razón de lo que sienta. Es el epítome del posmodernismo, el
triunfo de la subjetividad, de lo fluido e inconsistente; lo que
entendemos como realidad, incluso física, puede ser directamente negado a
partir de la opinión, el sentimiento o las sensaciones de cada individuo. El
resto no cuenta, y no solo eso, sino que nadie puede poner en tela de juicio
esa decisión, ni tan siquiera opinar. Tiempos líquidos donde decaen todas las
certezas y prevalece sobre todo la voluntad individual. Otra victoria, contra pronóstico,
del neoliberalismo.
Es básicamente uno de los aspectos más llamativos de la
famosa Ley trans, aquello de que uno puede ir mañana al Registro civil y pedir
sin más trámite que le cambien el sexo con el que aparece inscrito. Nada de
extraño, porque es algo que en los últimos años ha permeado de forma espectacular en campos tan diversos como la política, el
marketing y, obviamente, internet. Entiendo que todos conocemos casos (‘con qué
género te identificas más ?'), así que me ahorro los ejemplos.
Alegan los autores que, al margen de otras consideraciones,
la identidad de género tiene una esencia claramente reaccionaria, porque la
idea de pertenecer a un género distinto del que define la anatomía no puede
tener otro origen que la comparación con los estereotipos sociales, casi
siempre rancios, de lo masculino o lo femenino. No puede resumirse mejor que en
el título de uno de los apartados del libro: ‘María juega mucho al fútbol ¿Será
un chico?’ Posiblemente este sea uno de los motivos, entre otros quizá de mayor
peso, por el que una parte significativa del feminismo se enfrenta sin remilgos
con la teoría queer.
Sin embargo, el aluvión no cesa, vía mensajes políticos,
medios de comunicación convencionales y, cómo no, redes sociales. Y, una vez
asentado con firmeza en la Universidad, llega finalmente a las escuelas. Aquí
se encuentra en mi opinión el núcleo del problema. Que un adulto opte por
considerarse hombre o mujer al margen de lo que muestre su cuerpo, o que se
decida a cambiarlo, es algo que pertenece a su esfera individual aunque pueda
ser cuestionable (ojo, casi todo es cuestionable, incluso el alcance de esa
esfera individual). Pero otra cosa es que teorías semejantes se introduzcan en
el ámbito educativo y en definitiva en la cabeza de niños y adolescentes que
pueden tener multitud de motivos para no encontrarse cómodos con su cuerpo, su
personalidad o su rol en el colectivo. Y parece obvio que no todos ellos, ni
mucho menos, tienen un verdadero problema de identidad de género.
Siempre según el texto, teniendo en cuenta la tendencia de
muchos padres a la sobreprotección y la satisfacción a corto plazo de las
apetencias del niño, y bajo el poderoso influjo del activismo queer, buena
parte de los psicólogos se inclina por el enfoque afirmativo, es decir, no
cuestionar la opinión infantil sino directamente acompañar en el camino hacia
la transición, primero farmacológica, después quirúrgica. Es algo que por lo
visto en Estados Unidos constituye ya un problema de considerables
proporciones, sobre todo en chicas, como también cuenta Abigail Shrier en su libro, descriptivamente
titulado Un daño irreversible (y que no traeré al blog por no repetir con el
mismo asunto.) En el texto que ahora comento hay varios testimonios bastante
escalofriantes, entre los que solo dejo el más breve:
‘Por todas las adolescentes a las que nos metieron en la
cabeza que éramos trans simplemente por no seguir los roles machistas que se
nos imponen. Por todas aquellas que no pudieron dar marcha atrás a tiempo. Yo,
por suerte, pude’
Por no alargarme más, solo diré que el libro se extiende
también rebatiendo la raíz filosófica del movimiento generista (Judith Butler y
Paul B. Preciado), o haciendo alusión a la intransigencia que, como estamos
acostumbrados a ver, reina en muchos ámbitos cercanos a reivindicaciones
sociales vinculadas a determinados colectivos (el libro las agrupa bajo el
nombre de Justicia Social, otros lo citan como la Causa, siempre con
mayúsculas), y que no deja el mínimo espacio para un debate racional. Los autores se
esfuerzan por mostrar, faltaría más, el respeto y la necesidad de atender las
necesidades de quienes realmente sufren disforia de género y, pese a todo,
reconocen a la teoría queer el mérito de haber hecho visible el problema
social de un colectivo que parece resultar incómodo para casi todos. Y aunque
en ocasiones hay que decir que tiran de ironía un poquito más de lo debido, el
libro se mantiene siempre dentro de los límites del respeto y de un saludable
cruce de ideas.
Que es algo que nunca deberíamos consentir que se pierda,
enterrado bajo el insulto o los calificativos terminados en –fobia.
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