Año de publicación: 2022
Valoración: seductor
Cuando hace unos días reseñé - no sin cierto escepticismo - Membrana, no había reparado en la existencia de este libro. Puede que porque Carrión ya nos tiene acostumbrados a un ritmo de publicación intenso - no solo de publicación, también organiza exposiciones relacionadas con el ámbito literario, comenta ítems culturales, etc. - o incluso por su peculiar curso narrativo, en el que todos sus últimos libros, sobre todo desde que publica para Galaxia Gutenberg, parecen formar parte de un proyecto cohesionado. Y este Todos los museos son novelas de ciencia ficción, título algo reminiscente de DFW, se presenta, pasados unos meses - pocos - como un complemento de Membrana, uso el término compemento de forma algo forzada, pues casi diría que, aunque dispone de un cierto vuelo propio, Carrión, que sabe que su prestigio como agitador es indiscutible, se permite una especie de broma moderada a costa de su novela, aunque siempre podremos suponer que no hubiese carecido de sentido integrar este texto ahí mismo. Pero respetemos la voluntad del autor.
La cosa consiste en generar una especie de bitácora del proceso de escritura de la novela. Y así como en la novela el papel de narrador quedaba disuelto en la estructura del catálogo de un museo, aquí el autor levanta la mano y se hace ver, en un ejercicio de ciencia-auto-ficción, el escritor toma la primera persona y proyecta información complementaria a Membrana, más que explicar o matizar su contenido, retrata una realidad paralela a la creación, que Carrión, va siendo marca de la casa, aprovecha para enlazar con su galería de monstruos habitual. Que la realidad se empeña en hacer cada vez más visible, y entonces a Carrión más visionario. Si el texto no tarda en mencionar a HAL 9000 y a todos los sospechosos habituales - spyware, cámaras que captan nuestra vida, dispositivos que nos monitorizan porque no leímos la letra pequeña de los pop-ups que nos saltan al darnos de alta en servicios, en suscripciones, en redes sociales - el jugueteo de Carrión empieza pronto. Mencionando otro clásico reciente - la película HER - el escritor es contactado y, se diría, seducido por Mare, una identidad digital que le contacta desde el futuro de su novela, y que ya la ha leído, o quizás haya anticipado su contenido gracias a algún brillante algoritmo, y el proceso de intercambio parece tomar las riendas de la vida del autor, cuestión de la que este primero recela, pero a la cual acaba enganchado: de repente su existencia se ha visto interferida y no se atreve a confesarlo a su familia. Reproduce la voz de Mare, contesta sus mensajes, dialoga con ella en un juego aparentemente inofensivo, pues no teme a su contrapartida por su inmaterialidad, pero igualmente se siente cohibido y avergonzado. Solo habla de la existencia de esa interacción con los profesionales que cree que pueden comprenderle y, a medida que los contactos se suceden, su vida empieza a gravitar en torno a ellos.
Aparte, el impecable atractivo como objeto, pues el libro contiene abundante material gráfico, que lo sitúa en un claro perfil sebaldiano, y resulta curioso que su mera lectura parece mejorar el rastro que dejaba Membrana e incluso despojarlo de su pátina a veces demasiado solemne. Sin llegar a lo estrambótico o lo banal, Carrión introduce con sutileza y habilidad algunos elementos que hubieran parecido algo discordantes en una novela de ciencia ficción al uso. Y funciona, como obra separada y como proyecto conjunto.
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