Emigración, exilio y literatura. Tres palabras unidas desde hace siglos. Caminos que llevan de Europa a América, de América a Europa, de África a Europa o América, de una parte de Europa a otra, de América del Sur a Norteamérica, etc. y que sirven, también, para abrir vasos comunicantes entre diferentes literaturas.
Sobran los motivos: académico-formativos, económicos, políticos... Autores de "familia bien" que a fines del XIX y comienzos de XX llegaban a Europa en viajes iniciáticos, autores que huyeron del terror (nazi, soviético, de las diferentes (o quizá son versiones de lo mismo) dictaduras latinoamericanas, de la represión franquista, etc), autores en busca de nuevas oportunidades, de nuevas experiencias o sencillamente de una vida mejor. Unos regresaron en loor de multitudes mientras que otros jamás regresaron. Algunos encontraron el éxito al tiempo que otros se contentaron con sobrevivir. Autores que encontraron la vida y autores que no pudieron huir de la muerte.
Martí, Zweig, Cortázar, Rubén Darío, Benedetti, Sarduy, Tsvetáyeva, Roth (Joseph), Kis, Assia Djebar, Kadaré, Conrad...Hay de todo, la verdad. Lo que personalmente más me interesa es la incidencia que la emigración o el exilio tienen en el autor y su obra. Para ello recurrimos a tres autores que residen fuera de su país de nacimiento y que continúan la "tradición" latinoamericana de emigración y exilio: Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela), Edmundo Paz Soldán (Bolivia) y Gerardo Fernández Fe (Cuba). Mi agradecimiento a los 3 por su amabilidad y sus jugosas respuestas. Estas son
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ULAD: A modo de introducción, ¿qué os lleva a residir fuera de vuestros respectivos países de nacimiento?
RBC: Un cansancio que se fue acumulando con los años, motivado por el conflicto político, el atasco en que estaba (y está) la batalla política. Y también porque la vida cotidiana se hacía cada vez más precaria y exigente. No me veía escribiendo y leyendo como quería hacerlo, en esa situación. Así que a mediados de 2015 me postulé para un doctorado en Francia y lo obtuve.
EPS: Cuando salí del colegio en Bolivia era 1984 y sufríamos una hiperinflación terrible. Las universidades se abrían por unos días y luego se cerraban con huelgas largas. Mis padres decidieron enviarme a estudiar a la Argentina. En 1988 me fui a estudiar a los Estados Unidos (Alabama) con una beca para jugar al fútbol. No salí con vocación de no volver, pero una vez afuera me fui quedando.
GFF: Siempre he dicho que soy un caso atípico. Muchos de mis colegas de universidad y otros tantos del gremio de las letras huyeron apenas pudieron, buena parte recién terminados los estudios o, cuando más, antes de cumplir los 30 años. Esto es algo con lo que los cubanos convivimos desde hace más de cuatro décadas, desde que se produjo la huida de 125,000 personas por el puerto del Mariel. Antes también hubo partidas, pero más bien a cuentagotas.
Soy un caso atípico, insisto. Tuve hijos siendo bastante joven; el primero con apenas 25 años y una niña tres años después, de manera que me sumergí en el trabajo que tenía, que no era malo, y en la familia. Por esa época escribí Cuerpo a diario y El último día del estornino, pero sobre todo me alejé del mundillo literario y disfruté mucho de la infancia de mis hijos. Vista desde lejos, fue un momento en el que ni leí ni escribí lo que hubiera deseado, pero, ya te digo, tengo un lindo recuerdo de la dinámica en casa y de la manera en que los niños retribuyen a diario con mucho amor.
Una aventura como la que mencionas no estaba en mis prioridades. Entonces creía que se podía hacer como Enrique Lihn o Raúl Zurita, que realizaron viajes fuera de Chile, pero nunca se exiliaron. Tampoco se me habría ocurrido volar y dejar a mis hijos y mi esposa atrás, como ha tenido que hacer tanta gente para salvarse o para no terminar en una prisión. Eso, sin contar el apego a mis padres, que siempre fue muy fuerte. Por eso digo que soy una variante atípica del emigrado, ni mejor ni peor, solo que me salgo del patrón de desespero con el que muchos cubanos han asumido ese cambio definitivo. Y aquí hay que aclarar que durante mucho tiempo irse de Cuba significaba irse para siempre, perder el legítimo derecho de regresar a vivir a tu país. Yo no quería eso.
Ahora, un día recibí una citación para una entrevista con un oficial de la Seguridad del Estado, la policía secreta, una institución creada a imagen y semejanza de la Stasi de la Alemania oriental, que siempre ha movido los hilos de la vida en Cuba. Yo trabajaba en una agencia de viajes francesa, en aquellos tiempos éramos medianamente autónomos (luego supe que los controles por parte del MINTUR arreciaron), apenas una vez al mes tenía que pasar por una de las grandes corporaciones del turismo dependientes del estado, a pagarles, por cierto, y bien caro, por el derecho a operar dentro del país. Tenía una situación estable, tranquila. Pero en paralelo llevaba un tiempo colaborando con Penúltimos días, un blog ya desaparecido, muy interesante y bien nutrido, creado desde Barcelona por el escritor Ernesto Hernández Busto. Hablo de una página que por un tiempo fue el azote de la política cultural en la isla. El ciudadano de a pie no tenía entonces acceso a internet, como ocurre hoy, pero sí los gerifaltes de la cultura y de la policía política, cuyo vínculo siempre ha sido muy estrecho. Entonces les bastaba conectarse y revisar: ahí estaban mis textos, sobre todo uno que supongo que fue el detonante. Era una crónica sobre mi viaje a Praga 40 años después de la entrada de los tanques soviéticos y donde cuestionaba además la alineación de Fidel Castro a aquella invasión. (
https://revistaelestornudo.com/praga-la-habana-numero-redondo/).
Un poco más un mes más tarde ya me estaban citando para una oficinita discreta detrás de la unidad de la policía de mi barrio… a mí, que jamás había tenido que ir a una estación de la policía para nada. En teoría querían saber sobre el desempeño de la agencia de viajes, en donde desde 1996 promovíamos alquileres en casas particulares en contra de las directrices de las autoridades del turismo. Sin embargo, yo ya me olía cuál era su trasfondo. Me decían que querían saber más sobre mi jefe francés, quien hacía años que no visitaba la isla y que —esto me daba mucha gracia— no se ajustaba para nada al modelo del europeo que viaja en busca de aventura, alcohol, fiesta, sexo y todo lo demás. Ese hombre, que además era mi amigo, más bien rechazaba todo lo que tuviera que ver con Cuba y, así me lo confesó con dolor un día, por la duplicidad de rostros y el don del murmullo con los que viven todos cubanos, obligados a callarse lo que piensan, y por el afán de beneficio material inmediato que se respira en la mayoría de los casos.
En dos palabras, en todo momento supe que el objetivo era yo, que estaba siendo objeto de un plan de “crecimiento” muy parecido al de las sectas. No había que ser muy sagaz para darse cuenta de que me querían “trabajar” a base de presiones para que colaborara de manera continuada con ellos. (Hay un mito urbano que dice que dos de cada tres cubanos colaboran de alguna manera con “El Aparato”; es muy truculento y triste todo, quien ha vivido toda su vida en democracia no lo puede entender, mi propio jefe y amigo no daba crédito).
Recuerdo que ese día regresé a casa convencido de que había llegado el momento. Por entonces ya había iniciado los trámites para obtener la ciudadanía española por la condición de mis abuelos; solo quedaba esperar. Mis hijos tenían 9 y 12 años. Y ¿sabes qué? —esto ahora me da gracia, pero es terrible— hubo personas en mi familia que cuestionaron mi decisión: no veían con malos ojos que yo conservara mi buen trabajo y que colaborara en secreto con la Seguridad. Poco después nos fuimos a Quito, la primera ciudad donde un buen amigo me ofreció amparo y hasta trabajo.
ULAD: Como autores emigrantes o exiliados (según el caso), ¿es posible construir una obra personal que no lleve esa marca?
RBC: La etiqueta «autor exiliado» ya de por sí es problemática. Aunque su primera acepción es bastante amplia, «separación de una persona de la tierra en que vive», la palabra exilio está cargada de unas connotaciones de persecución política que no aplican en mi caso. Dicho eso, veo muy difícil que lo que estoy escribiendo ahorita no pase, de una u otra forma, por ese terreno que vincula literatura y exilio. Y más en el caso del exilio venezolano, que es una experiencia tan reciente.
EPS: El lugar te marca incluso cuando no te marca. Tu lenguaje y forma de percibir las cosas van cambiando inevitablemente, se empapan del nuevo espacio. Cuando regreso a Bolivia la miro y percibo de otra manera, pero eso no significa que vea los Estados Unidos de manera “natural”. Mi mirada es extrañada, algo desarraigada, y eso creo que sirve para la escritura: que nada te parezca normal, que el mundo te parezca un lugar extraño.
GFF: Siento demasiado respeto por Gastón Baquero, por Cabrera Infante, por Celia Cruz —a quien, por cierto, no le permitieron regresar para acudir al velorio de su madre— y por cientos de miles de exiliados “sin nombre” que tuvieron que irse con una muda de ropa, perdiéndolo todo atrás, como para hablar yo con tanta contundencia de “exilio”. ¿O será que hay diferentes modalidades de exilio, una por cada experiencia? Hace 30, 40 años todo era mucho más difícil para el cubano que decidiera huir de aquel proyecto grandilocuente, aunque ahora mismo no son pocos los casos de exiliados a los que no se les permite siquiera asomarse de visita por su propio país. Son desterrados en el siglo XXI.
En fin, no creo que mi condición aparezca, al menos hasta ahora, en mi trabajo. Todavía vivía en La Habana cuando escribí El último día del estornino, y ya entonces me había propuesto una literatura lo menos apegada posible a la condición insular y lo más lejana posible de los tics, los escenarios y las demandas de buena parte de la literatura cubana, esa que tan bien se ha vendido en el mercado editorial español. Son una convicción y un método que, como sabes, apliqué a Hotel Singapur, una novela que pudo haber sido escrita por un cubano en Tasmania.
ULAD: ¿Funciona la literatura como "cicatrizante" de las heridas o sirve para hurgar más en ella?
RBC: Siguiendo esa imagen, creo que la literatura debería ser como esa uña nerviosa que rasca y rompe la costra junto cuando la herida comienza a cicatrizar. Ese gesto que todos hacemos y que nos enfrenta ante el enigma del dolor y el innegable placer estético de una gota de sangre.
EPS: Escribí una novela de la nostalgia (Río Fugitivo, 1998), que ambienté en el último año de mi vida en Bolivia (1984). Fue una forma de hacer las paces con el país que dejé atrás. Pero las paces nunca están hechas del todo, cualquier cosa reactiva el desgarro de no ser más parte activa de esa vida que dejaste atrás. Vives una vida paralela en tu cabeza, habitada por ese camino que no seguiste.
GFF: Yo entiendo la literatura como ahondamiento, como martilleo implacable en determinados temas. A partir de ahí, lo que uno escribe debería percutir no tanto en las heridas del exilio en particular, como en las de la condición humana. El paso del tiempo, el desamor, la vejez, la soledad, la traición, son situaciones que nos competen a todos. En el exiliado pudieran ahondarse, claro está, pero no creo que se le deban conferir a este sujeto atributos exclusivos. Un exiliado no está en peor situación que un perseguido en su propio país o que un sujeto carcomido por dentro y por fuera, que vive en la casa que lo vio nacer, que se cae a pedazos, y para quien no hay futuro ninguno. Dentro de Cuba hay miles, varios millones de exiliados. Alguien llamó a ese fenómeno insilio.
En realidad, tiendo más bien a aligerar lo que desde hace mucho tiempo ha sido explotado como “el drama del exilio” en sentido general. Creo que por salud mental hay que huir de las sensaciones que se desgajan de esa escena de la familia italiana en el Nueva York de los años 40 que el cine tanto ha explotado. Y para un escritor es una situación resbaladiza, si no tiene cuidado puede caer en la tontería y el lagrimeo.
ULAD: ¿Creéis que vuestra obra sería diferente de permanecer en vuestros respectivos países de nacimiento? ¿En qué puede notarse la influencia de la emigración o el exilio?
RBC: Claro, sería diferente. Pero esta es una consideración que aplica para cada aspecto de la vida en su relación con la literatura. Cada decisión, incluso la más cotidiana, modifica a futuro la obra de un escritor. Son tantas las posibilidades que no sabría decir dónde están los rasgos diferenciales.
EPS: Estando afuera mi lenguaje ha cambiado gracias a las influencias de otros latinoamericanos con los que me relaciono y de los que me presto palabras y giros idiomáticos, y también por el inglés, que está al lado e impregna la sintaxis, el vocabulario, etc. Percibo el mundo de otra manera debido a los tantos años en la distancia, escribiendo en un lenguaje que aquí no es el dominante. Todo lo que está en el aire me cambia incluso cuando conscientemente quiero resistirme a esos cambios. Si me hubiera quedado en Bolivia también habría cambiado, pero de otras formas.
GFF: Creo que esto te lo respondí antes. No, no sería muy diferente, pues ya antes de salir de Cuba pretendía atomizar mis voces y moverme a locaciones muy variadas, al menos dentro de la ficción. Si estuviera todavía en La Habana creo que mis lecturas y mi escritura seguirían tendiendo al cosmopolitismo y a la rarefacción con respecto a “lo cubano”, ese cliché tan barato. Pero, la verdad, no me veo viviendo en La Habana, y mucho menos ahora.
ULAD: ¿Puede hablarse, en el caso de vuestras literaturas nacionales, de una literatura del "interior" y una literatura del "exterior" o del "exilio" o es un cliché sin sustento alguno?
RBC: Creo que sí puede y debe hablarse de una literatura que se escribe en Venezuela y una literatura escrita por autores venezolanos que no viven en Venezuela. Negarlo es, de alguna manera, negar el mayor trauma desde nuestra independencia, que es este desgarro y fragmentación del país que ahora estamos viviendo. No obstante, es cierto que es una distinción muy poco instrumental porque no todas las novelas (por referirme al género más popular) reflejan necesariamente el lugar desde donde fueron escritas. Ahora bien, lo que me parece inútil y falso es establecer una jerarquía entre ambas modalidades, porque más bien se complementan.
EPS: Hay muchos escritores bolivianos afuera, pero todavía no encuentro las características específicas que los define. Ese estudio está por hacerse.
GFF: Creo más bien que ese es otro cliché. Hay buena y mala literatura cubana, y ambas son producidas tanto dentro como fuera de aquel estado policial. Luego habría que estudiar de qué manera se le ensancha la visión al escritor que huye y se mueve por diferentes latitudes, pero siempre teniendo en cuenta que Kant, Flaubert y Lezama Lima prácticamente no salieron de sus barrios, y mira qué obra hicieron. También habría que analizar de qué modo se relaja el escritor (y el ser humano en general) desde el momento en que deja de ser tutelado por un partido y por las normas reductoras de un estado totalitario. Eso: de qué manera “entramos en libertad”, un sintagma que no deberían banalizar quienes siempre han vivido en democracia, y sobre todo cómo uno se va despojando de sus viejos miedos. Lo que no quiere decir que no aparezcan otras angustias de diferente calado.
ULAD: ¿Alguna vez os habéis planteado escribir en vuestra lengua de "adopción" (en el caso de Rodrigo Blanco nos referimos al francés, por los años que vivió en París)?
RBC: No. Quizás, de haberme quedado a vivir en Francia, pudiera haberlo intentado como un experimento o un juego. Pero toma una vida entera aprender a escribir en el propio idioma.
EPS: No. A veces traduzco cosas mías, pero tardo mucho en hacerlo, me da pereza, y vuelvo al español.
GFF: ¡Jamás! Eso es para Conrad, Nabokov y otros pocos. Yo no tengo lengua de adopción. Vivo en Miami, una ciudad muy demonizada, por cierto, por la intelligentsia de izquierda europea, y no experimento ninguna vergüenza por ello. Hace unos años, siendo profesor, tuve un alumno adolescente, hijo de dominicanos, cuyo padre les prohibía, a él y a sus hermanitos, hablar en español en casa; decía el buen hombre que ya no les hacía falta. Imagínate, habían llegado a la Tierra Prometida y para el cabeza de familia, a quien felizmente nunca conocí, el pasado era desechable y la lengua de adquisición era superior.
Apenas llegué a Estados Unidos me empeñé en que para mis hijos el inglés fuera una herramienta perfecta para encaminarse (como para mí lo fue el francés, simplemente un utensilio), pero solo eso, y que el español no dejara de ser su lengua real, tan rica en sonidos y en matices… Y creo que lo logré.
ULAD: Puestos a elegir un autor exiliado que destacaríais, ¿quién y por qué?
RBC: Elegiría a Rubi Guerra. En primer lugar porque, aunque sigue viviendo en Venezuela, su experiencia de lucha contra enfermedades, precariedades económicas y la violencia imperante demuestra que no hace falta irse de Venezuela para sentirse desterrado. El chavismo ha hecho de los venezolanos unos extranjeros en su propia tierra. Y, en segundo lugar, porque la calidad de la obra narrativa de Rubi Guerra es incuestionable. Su obra está allí, brillando con la discreción propia de su autor, esperando que un editor español con sangre en las venas lo descubra y lo publique.
EPS: Como dice Bolaño poniendo el ejemplo de Kafka, a veces no es necesario irse a ningún lugar para sentir que el destierro está presente en una obra. César Vallejo ni siquiera había ido a ninguna parte y ya miraba todo con extrañeza en sus primeros textos. Irse a Lima lo asfixió aun más, el dolor estaba en cada una de sus líneas. París completó el gran viaje del desterrado.
GFF: Como infiero que hablas de autores del patio, me debato entre Lino Novás Calvo, escritor cubano nacido en Galicia, como mi abuelo Sixto, mira tú, que vivió al menos tres exilios; y Lorenzo García Vega, un tipo torpe que se anticipó a muchas cosas, por una parte al conservadurismo y la mojigatería del grupo de la revista Orígenes, donde creció como escritor hasta zafarse, y por la otra a la astringencia
del estado totalitario en que mutó casi al acto la revolución verde olivo. García Vega llegó a Madrid en 1968 y, el mismo día en que se conocieron, Antonio Buero Vallejo le advirtió que tuviera mucha cautela, pues no se veía bien en el mundillo literario proferir alguna crítica contra el sistema político imperante en Cuba. Poco después un editor español que recién había llegado de una visita a la isla le aseguró que las posibilidades de publicar en Madrid para un exiliado cubano eran mínimas.
Y luego, Lorenzo fue un escritor que jamás miró ni de reojo al mercado editorial y para quien no significaba nada vender cada vez más ejemplares, algo que nunca se propuso. Supo retratar además por diferentes vías lo que él mismo llamó “el destartalo cubano”.
Todo de lo que ha ocurrido en estos 70 años, desde que Fulgencio Batista ignoró la Constitución y ultrajó la República, puede resumirse en ese sintagma.
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