Título original: Jacques le fataliste et son maître
Traducción: Fèlix de Azúa i Comell
Fecha de publicación: 1796
Valoración: Curioso, cuanto menos
El rupturismo artístico es, a estas alturas, prácticamente imposible. Creedme, casi todo está inventado. Y si no, que se lo digan a Denis Diderot, que en la segunda mitad del siglo XVIII concibió Jacques el fatalista.
Imaginaos, en plena Ilustración, a una obra empeñada en subvertir esquemas tanto formales como conceptuales. Una obra que no es sino el resultado de un mestizaje de géneros, cuya estructura desafía a cualquier molde establecido, cuyas caprichosas digresiones sabotean al argumento, que presenta a un narrador que interactúa constantemente con el lector, que exuda erudición pero al mismo tiempo no se toma en serio a sí misma. Una obra que adelanta multitud de estrategias metaliterarias, preñada de reflexiones morales y filosóficas, permeada por un ingenioso sentido del humor. Imaginaos, en suma, a «una insulsa retahíla de hechos reales e imaginarios, escritos sin gracia y distribuidos sin orden ni concierto» (Diderot dixit), que consigue, pese a todo, cautivarnos.
En fin, ojalá os haya interesado en Jacques el fatalista. Sus defectillos, estoy seguro de que intencionados, no pueden eclipsar su modernidad y audacia. Con esta reseña me sumo a sus reivindicadores incondicionales, entre cuyas filas se encuentran nombres de la talla de Italo Calvino, José Saramago y Milan Kundera. Debéis conocer este texto; en especial, aquéllos que se creen innovadores.
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