Año de publicación: 2013
Valoración: Recomendable
A pesar del título, pocas cosas me han chocado en este volumen de doce relatos –cada uno dedicado a un mes del año– que, además de situarse en la etapa anual correspondiente, hace coincidir estas con los diferentes períodos de la vida. Ausencia de extrañeza que juega a su favor, pues se debe a la coherencia que se da entre las piezas que componen el volumen y a la elección de personajes comunes, lugares cotidianos, conflictos reconocibles y situaciones que cualquiera ha vivido en algún momento. Todo ello sin recurrir a escenas trilladas, al contrario, indagando más allá de lo evidente para encontrar motivos, rasgos, conclusiones que, no obstante, solo se insinúan: debe ser el lector quien complete lo narrado con su particular interpretación. Para ello, es preciso comprender en cada caso a los personajes, a todos ellos pero fundamentalmente a ese alter ego del autor que muestra en primera persona las circunstancias de un momento muy concreto de su vida. Y ahí sí encuentro ese cada cual que parece aludir a una forma de ser determinada, perfectamente descrita en cada relato, que condiciona por completo las incidencias de este. Dicho de otra forma, cada personaje presenta unos rasgos que vamos conociendo a medida que leemos y que acabaran dando forma a unos argumentos, por lo general bastante sencillos formalmente hablando aunque con implicaciones que van más allá de lo aparente.
Con el que más he disfrutado, y que posiblemente quedará fijado en mi memoria, es también el más extenso, se titula El crucero y todo lo demás, como es de suponer, se encuadra en el verano y narra las vicisitudes de un matrimonio que emprende la travesía con la incierta esperanza de resolver un crisis no menos incierta, uno de esos baches de pareja que se suelen atribuir a la rutina. Atentos al marido, ese marido es un hallazgo: incapaz de resolver nada, dando vueltas por el barco como animal enjaulado (valga el tópico) mientras nos lo muestra a la vez que a algunos de sus ocupantes, no menos peculiares que él mismo. Benitez Reyes nos empuja sin marearnos de un lado a otro, de la cubierta al camarote, del salón X a la discoteca Y o al restaurante Z, de un interlocutor a otro, de una ida de olla a una reflexión sensata. Y mientras tanto nadie se entera de qué es lo que ocurre entre ellos, qué ha hecho o ha dejado de hacer ese pobre hombre que, a pesar de todo, tampoco nos despierta una gran lástima. Personalmente, he renunciado a entender gran cosa y me he concentrado en disfrutar del viaje, que ha sido delicioso, excepto ese final, no sé si previsible pero sí algo decepcionante, al menos para mí.
Por orden de importancia, tengo que mencionar Noviembre, el mes del Tenorio, y una buena ocasión para paliar el desempleo de un actor con poca suerte a quien contratan para dirigir dicha obra junto a los ancianos de una Residencia. Este protagonista tiene nervios de acero, se inmuta por muy poco, no es de extrañar que no le contraten, ya que sufre perrerías sin cuento por parte de todos los implicados y sigue adelante sin queja. Quien destaca de veras es el elenco completo, en primer lugar los presuntos actores, pero también algún secundario cuya falta de empatía por el pobre director en funciones es paradigmática. Este sí me ha dado pena, pero cada cual que aguante con lo que le toque, ¿no? Haber tenido más agallas. (Esta retranca no es mía, o lo es ahora pero aflora cuando la provoca alguien como el autor, con la ironía que le caracteriza y que amaga sin dar, insinúa sin afirmar y se ceba con todo quisque –el “cada cual” del título– siempre que se ponga a tiro).
Aunque bastante corto para abarcar toda una vida, destacaré ahora Los dueños de las fortunas, un acelerado viaje por la carrera meteórica de una coleccionista de maridos viejos y millonarios. Aquí el narrador no aparece hasta el final, la protagonista absoluta es Genoveva que, ya es mala suerte, abandona el barco justo cuando podía empezar a recoger los frutos de su carrera. Pero alguien los recogerá en su lugar, la vida es así y, a pesar de ser otra derrotada más en esta competición de perdedores, tampoco nos despierta mucha lástima.
En competencia con el anterior, por su dosis de intriga y su sustancia, encontramos Las vueltas del futuro, un relato que, quizá hubiese debido ser novela corta. Es también el que presenta un mayor alarde estructural al estar narrado desde tres puntos de vista encargados de que avance el argumento en estricto orden cronológico: en primer lugar, el novio ilusionado que espera reunirse con su amada en casa de los suegros donde se va a celebrar una fiesta, luego la susodicha, misteriosa a la vez que perversa, que cuenta la historia a su modo dejándonos un poco in albis, por último, la madre de esta, que desvela lo que ocurrió finalmente aunque tampoco acaba de explicar nada. En algún sitio he leído que la clave del asunto se encuentra en una sola frase. Creo que sé cual es y a qué se refiere, pero quizá ustedes encuentren otra explicación.
En Octubre, un jubilado viaja en tren, diariamente y en secreto, para matar el desasosiego. El niño de Enero descubre que el rey mago es su padre y de ahí surge una distancia entre ellos que se mantendrá hasta el desenlace final. En Diciembre, un marido descubre que se ha separado y vuelto a casar solo porque estaba aburrido de sí mismo. Segundas rebajas, puede que el más autobiográfico de todos, muestra cómo un adolescente que vive en Rota –cuna del autor– descubre la atracción sexual a la vez que su vocación por la música, pero esta acabará frustrándose a favor de la escritura, tal como le ocurrió a él mismo. Queda alguno más, pero estos los deberán descubrir por su cuenta.
Otras obras del autor: El novio del mundo
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