Año de publicación: 2018 (2021 en Mr. Griffin)
Valoración: muy recomendable
La primera vez que oí hablar de Ana Flecha, quizás como mucha otra gente, fue por culpa de aquel lamentable twit de Bernardo Domínguez, el dueño del grupo Malpaso, en que la llamaba "ridícula" por reclamar una deuda de "poco menos de 4 mil euros" por trabajos realizados para las editoriales del grupo. Con ese twit, y la reacción que provocó, muchos descubrimos también la campaña #MalpasoPagaYa, que lamentablemente todavía está vigente, porque, en fin, Malpaso todavía no ha pagado (¡Malpaso paga ya!).
Así que, qué forma tan fea de saber de la existencia de Ana Flecha, pero qué bueno haber llegado a saber que existe, porque resulta que Ana Flecha es mucho más que lo que decía ese twit infame: es también, y sobre todo, escritora, traductora (especialmente del noruego al español; uno de sus últimos trabajos es la traducción de Los inquietos, de Linn Ullmann), intérprete, ilustradora, editora y, ojo a esto, reescritora de jotas tradicionales con perspectiva feminista en el proyecto Ajuar, como se puede leer en su página web pesonal.
Y a su faceta de escritora para adultos (porque también tiene obra infantojuvenil), pertenece este Piso compartido, una novelita que reedita la editorial Mr. Griffin después de que se publicase originalmente, en 2018, en Bombas para Desayunar. (Uso el término "novelita" sin las connotaciones despectivas que a veces tiene el término, en atención a su extensión, unas 100 páginas, y porque Ana Flecha usó ella misma el término en el título de otra publicación, Dos novelitas nórdicas, que espero leer también en breve).
Piso compartido comienza como comienzan muchos sueños: la protagonista se encuentra, sin saber muy bien cómo ni por qué, en un piso que no es el suyo pero que es casi idéntico al suyo, rodeado de cinco señoras a las que no conoce de nada, que hablan por los codos y que parecen aceptar con naturalidad su presencia. De hecho, cuando llega la noche la acompañan amablemente hasta "su habitación", en la que, nuevamente como pasa en los sueños, ya están recogidas y ordenadas todas sus cosas, sin que tampoco se sepa muy bien cómo ni por qué. A partir de ese momento y a partir de ese día tan extraño, la narradora irá conociendo a las cinco señoras, sus diferentes historias y acentos, las particulares reglas de un apartamento que nunca abandonan, y también su propio papel en un escosistema tan peculiar como acogedor.
Creo que hay dos características que hacen que esta sea una lectura no solo agradable sino cálida, reconfortante. La primera es que las excentricidades de las señoras, su personalidad y sus vivencias son descritas con respeto y cariño, con un toque poético, rozando a veces lo fantástico. Uno de los ejemplos más memorables es "la caja" en la que las señoras guardan, en papeles y cintas, aquellas palabras que no quieren que se pierdan, las que más les gustan a cada una de ellas (y que recuerda a aquella otra escena de Bilbao-New York-Bilbao, de Kirmen Uribe, en que un señor lleva al banco papelitos con palabras para que se las guarden).
La segunda característica es un sentido del humor delicado, sutil y nunca dañino. Un humor que nace a veces de lo absurdo de las situaciones, o de la contradicción entre lo que las señoras dicen y lo que dice la realidad, o también en la agilidad verbal de los personajes y/o de la escritora. Es fácil imaginar que en otras manos (las de un señoro cualquiera, por ejemplo), una trama semejante hubiera degenerado en un humor de brocha gorda sobre las "abuelas" que no saben conectarse a internet y que se dedican a hacer yoga y a jugar al scrabble, ya ves tú qué ridículas. En cambio, con esta idea Ana Flecha construye una historia basada en el respeto mutuo, la amistad, la solidaridad o, también, la sororidad femenina y feminista, que se plasma por ejemplo en el encuentro de las mujeres en torno a las agujas de bordado para contar historias (en "El filandón"), o en la peculiar forma de ordenar su biblioteca, por el apellido de las madres de los/as autores/as, y no por el del padre.
Portada de 'Piso compartido' en ed. Bombas para desayunar |
Esta es, en fin, una novela bonita. Diría que es deliciosa si no fuera porque parece que eso hay que decirlo con una taza de té en la mano y estirando mucho el dedo meñique ("es una novela de-li-cio-sa", dijo Lady McShattenshire-Smith); diría que es entrañable, si esa palabra no estuviera contaminada de connotaciones odiosas ("en estas fechas tan entrañables, la Reina y yo..."). Es, en fin, una novela bonita, buenista, buenrollista si se quiere. Dicen que ahora está de moda el malismo, el cinismo, el canallismo a lo Trump, Bolsonaro o (ejem) Ayuso. Pero a pesar de eso, o quizás precisamente por eso, hay que defender la capacidad de inventar historias que nos muestren el camino para ser mejores y para ayudarnos los unos a los otros (y las unas a las otras, en este caso), que hablen de tejer redes y de construir comunidades y no de la lucha del "elegido" por salvar el mundo; algo que también aprecié, y mucho, en La hija única de Guadalupe Nettel o en Los últimos románticos de Txani Rodríguez.
Como diría Benedetti (otro autor buenista y quizás por eso muy denostado por cierta crítica), es importante defender la alegría, sin ingenuidad pero con firmeza, como una trinchera, un principio, una bandera, un derecho. Leer, recomendar y regalar Piso compartido podría ser un buen principio.
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