Idioma original: inglés
Título original: Parable of the Talents
Traducción: Silvia Moreno Parrado
Año de publicación: 1998
Valoración: recomendable
Título original: Parable of the Talents
Traducción: Silvia Moreno Parrado
Año de publicación: 1998
Valoración: recomendable
Si ya la ficción es un campo adecuado para narrar historias que, de una manera u otra, nos interpelen y nos hagan reflexionar sobre ciertos aspectos o episodios vitales en los que nos podamos sentir identificados, la ciencia ficción da un paso más allá y permite profundizar en ello al aumentar las posibilidades situando la narración en escenarios no únicamente conocidos sino, simplemente, posibles. Y Octavia E. Butler, sabe moverse perfectamente en estas esferas y nos ubica, de nuevo, en un futuro cercano marcado por el cambio climático, la pobreza, la desigualdad social y la lucha de clases.
En este segundo volumen de lo que debía ser una trilogía pero que, por un bloqueo creativo de la autora, quedó en únicamente dos libros, Butler nos sitúa nuevamente en Bellota, el lugar donde terminó el primer volumen «La parábola del sembrador», aunque cinco años más tarde. La narración parte de la voz de Larkin, la hija de Lauren Oya Olamina quien, recuperando los antiguos diarios de su madre, nos narra lo sucedido años atrás y nos devuelve a 2032, en el poblado levantado y erigido por ella y su necesidad de crear en él el lugar base a partir del cual extender «Semilla Terrestre», su religión, su credo. Así, Larkin ejerce únicamente como nexo entre la historia contada y su final y sirve también para explicar el distanciamiento hacia su madre, una separación física, pero también emocional, que evidencia al afirmar que «he intentado quererla y creer que lo que paso entre ella y yo no fue culpa suya. De verdad que lo he intentado. Pero, en lugar de quererla, la he odiado, temido, necesitado»; ese intento parte de ella misma, pues «para entender quién soy, debo empezar a entender quién era ella. Ese es el motivo que me lleva a escribir y armar este libro».
De esta manera, y con el claro propósito de enlazar ambos libros, la autora hace en el inicio un breve repaso a lo sucedido en «La parábola del Sembrador» (quien sabe si pensando en lectores que no leyeron el primero) a partir de los diarios de Lauren y de las reflexiones de su padre Bankole, y nos habla también de los demás miembros de su familia, recordándonos a su vez la hiperempatía que ella sufre y cómo tuvo que irse de su casa cinco años atrás tras una oleada de violencia, pillaje e incendios, aunque, afortunadamente, «en los últimos años, la cosa ha ido calmándose. Sigue habiendo delincuencia, claro: atracos, allanamientos, secuestros para obtener rescates o para el tráfico de esclavos. Lo peor es que a los pobres los siguen deteniendo y condenando a servidumbres forzadas por impago de deudas, vagabundear, deambular y otros delitos».
A partir de un episodio de violencia en la que un grupo de armados vestidos con una túnica y cruces blancas arrasan, matan y saquean a una familia del poblado, la autora nos introduce la figura de Jarret, un senador de Texas candidato a presidente que «representa una época anterior, “más sencilla”. El ahora no es lo suyo. La tolerancia religiosa no es lo suyo. El estado actual del país no es lo suyo», alguien que pide «ayudadnos a hacer que América vuelva a ser grande» (¿de qué me sonará esto?). Y claro, su comunidad formada por cincuenta y nueve personas, «los raros de las colinas», «los locos esos que le rezan a una especie de dios del cambio» suponen un problema, un impedimento, un obstáculo, porque «Dios es cambio» y «Semilla Terrestre es la aportación de Olamina a lo que según ella debería ser un esfuerzo de toda la especie para evitar o al menos prolongar el ciclo evolutivo de desarrollo-crecimiento-muerte al que se enfrenta la humanidad, al que se enfrentan todas las especies».
La voz narradora transmite, a través de los diarios de Olamina, la esperanza (no exenta de dificultades y obstáculos) en la posibilidad de conseguir el cambio así como el pesimismo y desconfianza ante el mismo a partir de las anotaciones de Bankole, pues «parece que mi padre, quizá decido a su edad, era un pesimista convencido. No veía muchas cosas buenas en nuestro futuro (…) Mi madre, por otro lado, era una optimista algo reticente. La grandeza de Semilla Terrestre, de la humanidad, siempre parecía ir justo por delante de ella. Solo ella la veía, pero eso bastaba para atraerla y seducirla, igual que ella seducía a otros». «Semilla Terrestre (…) ofrecía recompensas inmediatas: una auténtica comunidad (…) un lugar en el que criar a los hijos».
Con un ritmo mucho más pausado que en la novela anterior, Butler sigue incidiendo en los mismos temas pero, en la primera mitad del libro pocas cosas de calado suceden y la narración se centra en arraigar el escenario en el que quedó la primera novela y darle cierta continuidad. Así, la narración ya no sorprende en temática ni tiene su endiablado ritmo, con lo que su lectura pierde fuelle respecto a un relato que se afrontaba con unas expectativas bastante altas. Sí cabe decir, que aporta algún elemento nuevo, como una clara crítica hacia los vientres de alquiler y su práctica cada vez más extendida, sobre el hecho de que sea un paso previo a la fecundación completamente artificial eliminando la necesidad de que exista el otro sexo, y también nos habla sobre el popularismo y su peligro, o cómo ve la carrera espacial como algo necesario para mejorar y también descubrir otras vidas. Aun así, y además de su ritmo lento, la sucesión de nombres de otros personajes que conviven con ellos y sus pequeñas historias son tratadas de manera casi anecdótica con lo que uno no empatiza con los personajes más allá de los que principales protagonistas y la primera mitad del libro no aporta demasiado a la historia.
Hay que esperar a llegar a la mitad del libro para que las buenas sensaciones retornen. Ahí otra vez se incrementa el ritmo y la tensión y la lectura se vuelve rápida y apasionante con la llegada al poder de Jarret y con ello las leyes autoritarias y restrictivas, pues «las leyes sobre vagabundeo estaban muy extendidas, y los vagabundos con niños podían perder la custodia de sus hijos si no conseguían un hogar para ellos en un plazo determinado» y «las vagabundas solían acabar de empleadas domésticas o de vientres de alquiler mal pagados». Jarret, ejemplo capital y estandarte de los populismos totalitaristas, alguien «capaz de asustar, dividir y a acosar a los estadounidenses, primero para que lo eligieran presidente y luego para que le permitieran arreglar el país por ellos» y hacerlo «con el apoyo de muchos ciudadanos normales y asustados que sólo querían orden y estabilidad». Es en torno a su figura donde la autora construye sus pilares denunciativos, contra el populismo, contra la opresión, contra las desigualdades, pues Butler nos habla de secuestros, de esclavitud, de lucha, de supervivencia, de resiliencia, de torturas. Poniendo el foco siempre en las mujeres, como líderes y como luchadoras, rodeando el relato de la sororidad nacida de la necesidad y la convicción en ser la única manera posible de afrontar adversidades mayúsculas, Butler combate con las palabras los dictámenes totalitarios y patriarcales que habitan en sus libros. Con fragmentos y cargas ideológicas que pueden recordarnos a «Parentesco», pero también al «Cuento de la criada», el libro que ha escrito nos sitúa en un mundo distópico donde el fanatismo religioso se impone por la fuerza, donde los ideales políticos seguidos por la masa acrítica llega al poder y somete y abusa, domina y aterra, uniformiza e iguala una sociedad para tenerla bajo control sin que nadie que levante la cabeza deje de merecer una reprimenda o castigo.
Lamentablemente, más allá del potente trasfondo ideológico que supone la principal (y nada menospreciable) aportación de la autora en este libro, el ritmo narrativo, el enfoque en exceso hacia la religión y el excesivo reparto de personajes a los que no se les da la personalidad suficiente, deja sensaciones encontradas. De todos modos, sí hay que reconocerle a Butler el mérito en narrar la vida de alguien volcado íntegramente a llevar a cabo una idea, una concepción visionaria de la sociedad y del mundo. La autora sabe ponernos en la piel de Olamina y acompañarla en el viaje que lleva a sus sueños, a pesar de todas las adversidades. La creencia en una idea y la energía con el solo hecho de soñar con la posibilidad de llevarla a cabo convierten a la protagonista en alguien especial, carismático y fiel a sus principios.
A pesar de volverse una lectura algo monótona en ocasiones, la potencia de los mensajes lanzados a través de los propios salmos u oraciones de «Semilla Terrestre» hace que se trate de una lectura recomendable, pues critica de forma clara y sin paliativos el populismo y la ignorancia que arrastra a la población a creer en ellos porque «la ignorancia alimenta la desconfianza. La desconfianza engendra el miedo» y «cuando solo gobierna la emoción, destrucción… destrucción». Son esas múltiples doctrinas o cantos de la Semilla Terrestre destacadas las que hacen de la lectura una lección de vida y exigen a la vez una revisión de la misma, pues «la Calamidad se debió a la coincidencia accidental de crisis climáticas, económicas y sociológicas (…) se debió a nuestra negativa a abordar problemas evidentes en esos ámbitos. Nosotros causamos los problemas y luego nos sentamos a ver cómo crecían hasta convertirse en crisis». Y esta visión del “futuro”, escrito a finales del siglo XX, no se trata ya de una mera especulación de una autora atrevida, sino de la triste realidad de una sociedad condenada.
También de Octavia E. Butler en ULAD: Parentesco, La parábola del sembrador, Hija de sangre y otros relatos
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