Título original: The Strange Order of Things. Life, Feeling, and the Making of Cultures
Año de publicación: 2018
Valoración: Apasionante para interesados
“Gracias a la necesidad de enfrentarse a
las contradicciones del espíritu humano, la humanidad se lanzó a interrogarse sobre
el mundo y a asombrarse ante él, y descubrió la música, la danza, la pintura y
la literatura. Continuó con sus esfuerzos creando esas epopeyas que son las
creencias religiosas, la indagación filosófica y la política”,
Cuando se tiene curiosidad por los
fenómenos que afectan al planeta, que se encuentran en el origen de la vida o que
explican nuestra naturaleza y la de otros seres vivos, siempre es buen momento
para acercarse a teorías e investigaciones más o menos recientes llevadas a
cabo por quienes pueden considerarse pioneros en el campo que les atañe. Antonio
Damasio es un destacado neurocientífico portugués, residente en Estados Unidos,
autor de varias obras divulgativas y con un currículum impresionante. El
extraño orden de las cosas se ha etiquetado como de divulgación unas
veces y de investigación otras. Pienso que esta última describe mejor un
contenido que no es siempre fácil de seguir para el profano -sobre todo en lo
relativo al sistema nervioso y al cerebro- y porque parte de sus afirmaciones
son hipótesis sin confirmar u opiniones personales sobre todo tipo de asuntos.
Lo que Damasio pretende demostrar aquí es
la influencia de los sentimientos -entendidos en un sentido amplio, y que
yo llamaría “sensaciones”- en la sociedades y culturas humanas, y no solo la
inteligencia, el lenguaje y las habilidades sociales como se ha creído hasta
ahora. Para ello se basa en un concepto, el de homeostasis (conjunto de
mecanismos reguladores de los seres vivos, del más primitivo al más
evolucionado, para mantenerse con vida y en las mejores condiciones posibles) y
en un rastreo de los organismos terrestres desde sus más remotos orígenes. La
homeostasis existe, pues, desde el inicio de la vida, se manifiesta en los primitivos
organismos unicelulares mediante reacciones químicas y eléctricas, y ha guiado
la selección natural dando prioridad a los genes más eficientes. A lo largo de
la escala evolutiva, estos mecanismos se van complicando, y cuando aparecen los
seres con sistema nervioso -600 millones de años atrás nada menos- tienen lugar,
según esta hipótesis, esos sentimientos primitivos: malestar y placer,
básicamente, hasta llegar a los vertebrados -y puede que hasta a los insectos de
forma rudimentaria- que cuentan con una mente y un sistema nervioso complejo capaces
de reconocer sus procesos internos, además de cinco sentidos corporales que les comunican con el mundo exterior. Esta complejidad culmina en el ser humano, que
no solo es capaz de identificar estados de carencia y bienestar (“sentimientos”)
sino que puede producir imágenes mentales muy precisas, comunicarse con un lenguaje articulado etc., y por
tanto responder a esos estados mediante pautas culturales, cada vez más sofisticadas
históricamente hablando, que optimicen sus circunstancias físicas y psíquicas. Sobre
esto, quizá anticipando susceptibilidades, se apresura a aclarar que:
“... haber descubierto que las raíces de las culturas humanas se encuentran en la biología no humana no disminuye en absoluto el carácter excepcional de la humanidad, pues la excepcionalidad de cada ser humano procede de la inigualable importancia que le otorgamos al sufrimiento y a la prosperidad en el contexto de nuestros recuerdos del pasado y de nuestra construcción de la memoria de un futuro que anticipamos constantemente”.
Por otra parte, ningún “sentimiento” es
neutro, todos tienen un valor (“valencia”) positivo o negativo, es decir,
producen disgusto o bienestar. En el primer caso, el efecto será saludable, en
el segundo, patológico. Damasio describe los procesos fisiológicos y evolutivos
con gran precisión y, a pesar de su tendencia a reiterar (suele ocurrir en este
tipo de trabajos) y a idas y venidas un poco irrelevantes, o quizá precisamente
por eso, el razonamiento general se sigue con relativa facilidad. Proporciona,
además, abundante documentación para apoyar sus teorías o ampliar algunos
contenidos.
Los últimos capítulos se centran en la
vida cultural humana, entendida como respuesta a los requerimientos individuales
y sociales. Primero, desde un punto de vista histórico, luego ciñéndose a los
hallazgos de la ciencia actual y, por último, anticipando un futuro más o menos
utópico (inmortalidad transhumanismo, ingeniería genética) y diferenciando los
proyectos realizables de las simples quimeras. Sobre el transhumanismo,
por ejemplo, explica que la mente humana no se compone simplemente de
algoritmos -no somos robots- necesita un cuerpo que interaccione con ella. [Los
organismos vivos] “no son líneas de código; son materia”. Por eso, se
puede construir inteligencia artificial sin necesidad de un sustrato biológico,
pero no fabricar seres humanos.
“… uno se estremece un poco ante la perspectiva de una sociedad que necesita robots para hacernos compañía. ¿No hay suficientes personas en paro como para cubrir estos empleos después de que los coches y camiones inteligentes les hayan quitado sus medios de vida?”
Finalmente, destaca el hecho de que los avances tecnológicos no están aportando la felicidad previsible, que la desigualdad social es cada vez mayor y que la sobreabundancia de información -que además está sesgada, priorizando intereses financieros, comerciales y políticos- conduce a una desconexión, bastante generalizada, de los usuarios con los problemas reales y sus posibles soluciones. No olvida mencionar la capacidad adictiva de los dispositivos y la constante vigilancia que ejercen sin que se les aplique ningún tipo de freno. Por desgracia, la homeostasis se produce en el interior de los organismos pero no en las comunidades humanas; parece que los conflictos forman parte de la esencia de nuestras culturas y no hay forma de eliminarlos.
Traducción: Joan Domènec Ros
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