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jueves, 23 de septiembre de 2021

Fernando Vallejo: Memorias de un hijueputa


Idioma original: español

Año de publicación: 2019

Valoración: cascarrabias

Fernando Vallejo cumple con el tópico: o se le ama o se le odia. Una virtud, desde luego, lo de no despertar indiferencia. Y sus obras siempre disponen de esa extraña cualidad en estos tiempos: primorosamente escritas y llenas de frases que son puñaladas. Ni un ápice de miedo a meterse con quien sea usando desde el más afilado eufemismo hasta el más directo insulto. Su coartada puede ser el registro autobiográfico, la pura creación o, como en este caso, una especie de jugueteo levemente paródico donde parecen convivir, de forma algo excesiva y desquiciada, pura mordacidad con una especie de autoparodia que combina elementos clásicos de la literatura del boom - esta es una novela, o un trasunto de novela de dictador con una muy actualizada puesta en escena. En Memorias de un hijueputa Vallejo demuestra ser un escritor de su tiempo y no hay pocas apelaciones al mundo digital.

Pero a Vallejo también se le puede volcar el tintero en la mesa o llenársele de bilis en exceso. Como si de un alter-ego se tratara, y convirtiéndose en una especie de Houellebecq centroamericano (o de Thomas Bernhard vivito y coleando con  la libido desbocada) ese es el tono dominante en esta novela, que casi podría definirse como un monólogo con muy poco aderezo externo o hasta, parafraseemos, una especie de dictado, que para eso están los dictadores y así se enorgullecen (en la intimidad) de ser calificados. Poca puesta en escena es necesaria: le explica a Peñaranda, supuesto biógrafo en la sombra, sus caóticas decisiones una vez en el poder, consistentes básicamente en un ajuste de cuentas continuo y cruel. Ordena ejecuciones a mansalva, incluyendo las de todos los anteriores mandatarios de su país, Colombia, en una especie de sueño enajenado al que no le falta aderezo alguno. Incluso cierta curiosa promoción: la guisa que crea Vallejo no deja de aludir a otro texto del autor, La puta de Babilonia, que toma como punto de partida para diatribas sin respiro, con varios focos muy concretos: Colombia como país y los colombianos como colectivo; las religiones monoteístas, los Estados Unidos, España y en especial el rey emérito (el cazador de elefantes). Ni una de esas gallinas (o gallos) deja Vallejo sin desplumar a base de prosa juguetona y ácida, una especie de martillo percutor que apenas descansa sino para tomar fuerzas. Lo cual es a la vez lo peor y lo mejor de la novela. Una obra para incondicionales, pues a cualquier no iniciado en la obra del de Medellín estas ciento ochenta páginas podrán hacérsele cuesta arriba. Vallejo emplea párrafos como mero apuntalamiento de otros. Casi se diría que resulta algo grotesco en su necesidad de mostrar (con personaje interpuesto) su rabia, por momentos desesperanzada, y sus pullas pueden agotar, aunque el mensaje vaya calando en el lector, aunque sea por las malas artes usadas. Prosa precisa y descarnada, gota malaya que penetra y ya sabemos lo que pasa con la gota malaya. Quizás lejos de ser su mejor obra, pero plenamente coherente con una evolución, vuelvo a referirme a Houellebecq, en que edad y condición personal deben pesar lo suyo. Y estas memorias mentirosas no son siempre fácilmente digeribles. Pero si lo fueran, no hablaríamos de ese outsider a su pesar que es Vallejo. 

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