Título original: El verí del teatre
Año de publicación: 1978
Valoración: entre recomendable y está bien
Resumen resumidillo: en el siglo XVIII, en París, hizo furor el barón de Bidet, famosísimo inventor... no, perdón, que se me ha ido la pinza, ¿cómo era? Ah, sí: en el siglo XVIII, en París, un marqués aficionado al teatro convoca en su palacio a Gabriel de Beaumont, afamado comediante, para proponerle que interprete para él una obra que ha escrito sobre la muerte de Sócrates. Situación un tanto peculiar, es cierto, pero dentro de la normalidad... hasta que la cosa se pone chunga (aunque, siguiendo con las referencias setenteras, dada la fecha de estreno de esta obra de teatro, no es que tenga que ver con alguna canción de Los Chunguitos... o quizás sí).
En realidad, se diría que el título de esta obra del dramaturgo valenciano Rodolf Sirera hace alusión a una expresión hecha y asentada en nuestro acervo lingüístico: se habla de "el veneno del teatro" (o el veneno de las letras, la música o cualquier otra actividad artística que puede no llegar a reporta ningún tipo de éxito a quien la practique, pero sí poner en riesgo su patrimonio económico, su paz familiar y hasta su salud mental) de una forma ya casi tópica o al menos así es, creo, entre las gentes que se dedican al oficio y arte de la actuación. Seguramente por eso, supongo que esta obra sea bastante peculiar entre el gremio, habiéndose representado, de hecho, en multitud de ocasiones desde 1978, incluyendo alguna que otra adaptación televisiva. Aunque también se deberá, para que engañarnos, a la facilidad de su puesta en escena; sólo son necesarios dos actores y una escenografía que puede ser muy detallista, si se quiere, pero también mínima; apenaas un par de muebles y unos juegos de luces para crear ambientes. Tampoco es una obra larga -e incluso yo diría que se hace un poco corta, al menos como lectura-, algo que también ayuda a su representación.
Como ya he mencionado, el tema principal o más evidente de la obra es la naturaleza de la labor actoral, aunque entendiendo ésto no sólo como la que se representa en los escenarios o platós, sino también la que ejercemos todos nosotros, de forma más o menos consciente, en nuestra vida diaria, y que cambiamos, además, dependiendo de quien tengamos como público en cada momento; puede ser que el único asomo de sinceridad que tengamos sea en el instante de nuestra muerte... O quizá tampoco; eso es algo que también se trata de dilucidar en esta obra.
Una pieza dramática interesante y original, aunque, como suele suceder con el teatro (o debería), sin duda ganará sobre las tablas con rspecto al papel, en elque , en mi opinión, tal vez le falte un poco más de desarrollo, algún giro argumental más -y tiene varios- para resultar redonda. aunque en un escenario eso se siple con las expresiones, las inflexiones de voz o los silencios de los actores, algo que a los meros lectores, por desgracia, nos falta.
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