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lunes, 30 de agosto de 2021

Alejandra Costamagna: El sistema del tacto

Idioma original: español 

Año de publicación: 2018

Valoración: Se deja leer



Tras leer la promoción, contenida tanto en el propio libro como en su web correspondiente, no salgo de mi asombro. Sé de sobra que siempre se exagera pero ¿de verdad están hablando de lo mismo que acabo de leer? Una editorial prestigiosa puede confundirnos cuando se deshace en elogios sobre cualquier producto que haya puesto en el mercado, sobre sus premios (finalista del Herralde 2018) y sobre la excepcionalidad de una autora que encabeza, según la publicidad, la nutrida y excelsa nómina de escritoras latinoamericanas contemporáneas. Sobre los méritos de Costamagna no puedo pronunciarme –aunque conociendo la excepcionalidad del grupo suena, como mínimo, a exageración–, pero sobre la novela como tal, una vez terminada, incluso antes, salimos de dudas. O me gusta o no me gusta, y como conozco las razones no me dejaré impresionar por todos los elogios del mundo, vengan de quien vengan. Si lo pensamos bien, se trata de las leyes del mercado: ¿conocen alguna marca que confiese en el envase los defectos de su producto? Claro que, tratándose de cultura, esperaríamos mayor sinceridad, al fin y al cabo, solo hace falta leerlo para saber a qué atenerse.

A ver si me explico. Una personalidad que se desintegra es algo que podemos reconocer en el mundo real si contamos con información suficiente. Pero sobre el papel, antes de desintegrarse, el personaje tiene que construirse, si quieres deshacer algo primero tienes que hacerlo, digo yo. Y previamente a poner una palabra tras otra, nadie es nadie todavía, no puedes presentarlo al lector exclusivamente a base de dudas, vaguedades, contradicciones y rasgos imprecisos. Si yo encontrase un cuaderno en el que alguien hubiese escrito, renglón por renglón, el contenido de esta novela, si contemplase esas fotos y –muy importante– conociese bien al que haya volcado allí sus pensamientos más íntimos, lo leería con avidez; por el contrario, si no sé nada de la autora del manuscrito y ni siquiera hay relato, me aburriré a las primeras líneas. Una mujer chilena que de niña pasó en Argentina algunas temporadas es enviada por su padre para que, en sustitución suya, acompañe a su tío en sus últimos momentos. La simpatía que sentía el susodicho por la chica en aquellos tiempos se refleja también en un flujo de conciencia sin ninguna justificación literaria. Se recogen, pues, dos épocas y dos puntos de vista, el de la sobrina y el del tío, pero no encontramos relación entre lo que cuentan la una y el otro. Ella se dedica a curiosear objetos y cuadernos, pero sus recuerdos no muestran qué tenían en común, qué les unía, qué pensaba ella de su tío. Idas y venidas sin objeto, imágenes deslavazadas, propósitos que cambian por momentos, nombres, fogonazos del pasado sin demasiada coherencia…  Y las fotos que no falten, parece que se han puesto de moda últimamente, lo bueno que tienen es que rellenan un montón de espacio. Pero aún así el volumen es mínimo, hay  que engordarlo como sea y nada mejor que la técnica del collage, que está tan de moda, y de la forma más aleatoria posible, no hay que justificar nada, párrafos muy cortos ocupando una página entera y colocados al buen tuntún. Mejor así, y que cada lector encuentre la explicación que más le guste, a poco que nos esforzásemos el sinsentido quedaría en evidencia.

Sabemos que el material es auténtico (fotos del archivo familiar, personas que existieron realmente) y que los hechos son autobiográficos. Originalmente, Costamagna quiso contar la historia de su familia centrada en la inmigración y el desarraigo, pero le faltaban datos y, en vez de novelar, lo dejó tal cual, con sus lagunas, que queda muy posmoderno y, desde luego, da mucho menos trabajo. Por otra parte, mi impresión es que el texto forma parte de un verdadero diario íntimo un poco retocado, por eso va sembrando pistas sin preocuparse de que el conjunto sea legible pues por su propia esencia nunca estará al alcance de nadie: el cuaderno, su dueño y nadie más, no hay que concretar ni informar de nada previamente, es más, por si acaso, cuantas menos pistas, mejor. Si esto fuera así, me parecería una tomadura de pelo; si en cambio se tratase de ficción auténtica, hay que reconocer que se ha conseguido el efecto de privacidad pero a costa, todo hay que decirlo, de la comprensión del argumento y, sobre todo, del placer de la lectura.

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