Traducción: Jacinto Pariente
Año de publicación: 10 (más o menos) Edición de 2019
Valoración: Bastante recomendable
Ya imaginaba que en cuanto alguien viese en la mesilla el título del libro que estaba leyendo habría cachondeo, en plan eso sí que te hace buena falta, apréndetelo de memoria, etc. Es verdad que es un título sugestivo, algo que tirando de topicazo diríamos perfecto para estos tiempos actuales estresantes y enloquecidos. En realidad no es un libro como tal, sino una especie de extracto para consumo rápido del más extenso Sobre la ira, que Séneca escribió a principios del siglo I. El filósofo cordobés había convivido pocos años antes con el reinado de Calígula y, claro, hablando de la ira, esa debe ser una experiencia que marca bastante. De hecho el emperador ordenó acabar con su vida, pero afortunadamente para Séneca hubo quien se adelantó y liquidó al tirano. La relación de nuestro sabio con los emperadores no fue después mucho mejor, y de hecho terminó por suicidarse antes de que Nerón se tomase la molestia de mandarlo al otro mundo.
Si a todo ello añadimos que don Lucio Anneo fue protagonista activo de la política romana (senador, consejero de emperadores y gobernador de hecho durante un tiempo), con su rica historia de conjuras, traiciones, dagas y venenos, se entiende bien que el hombre conociese de muy primera mano lo que es la ira y sus destructivas consecuencias.
El texto parece dirigirse a Novato (también conocido como Galión), hermano del autor, aunque esto no deja de ser una excusa retórica bastante utilizada en la literatura clásica (y no tan clásica), y resulta bastante evidente cuándo Séneca se esfuerza por utilizar esa segunda persona del singular y cuándo se extiende en reflexiones personales en torno, por ejemplo, a la muerte. Como se espera de un buen manual, se examinan por una parte las pésimas consecuencias de la ira y, por otra, los posibles remedios o fórmulas para evitarla.
En el primero de los aspectos se refiere el autor a los desmanes producidos por esa ausencia de control que permite desbordarse la furia por encima de cualquier reflexión: de ahí derivan injusticias irreparables y la pérdida de los más elevados atributos del ser humano (‘no hay mayor signo de grandeza que permanecer imperturbable ante las adversidades’, no en vano este señor fue uno de los mayores representantes del estoicismo nuevo), además de las desagradables consecuencias para la propia imagen que define con gracia al principio del libro (imaginemos a alguien fuera de sí, el gesto desencajado, la voz sin modulación, la mirada furiosa). Insiste Séneca una y otra vez en presentar esa patética escena de quien ha abandonado la razón y se envilece dejándose llevar por la ira, escena a la que sin duda habrá asistido con frecuencia, aunque solo fuese en el ámbito político.
La verdad es que en este punto el libro resulta un tanto repetitivo (más aún debe ser el original completo), y deja poco espacio a la segunda perspectiva, que parecía más interesante: cómo combatir esa terrible tara. Aparte de algunas generalidades, Séneca apenas nos deja unas pocas recetas entre las que destaca ‘la demora’, eso a lo que, actualizado, llamaríamos contar hasta diez, obligarnos a una pausa para frenar el primer impulso y hacer hueco a la razón. Lo ilustra con unos cuantos ejemplos notables y algunos realmente terribles, como el de Praesepes, o el del general Harpago, siempre en la corte persa, y finalmente lo puso en práctica el autor con su propio ejemplo, o al menos eso cuentan las crónicas sobre su decisión de suicidarse, adoptada con toda calma y sangre fría. Hay también algunos consejos para inculcar la templanza en los niños, que sorprenden por su absoluta vigencia en nuestro tiempo:
‘Los niños a los que nunca se niega nada, esos cuyas lágrimas enjugan las madres sobreprotectoras, esos a los que siempre se les da la razón por encima de sus maestros, nunca aprenden a desarrollar estrategias contra la frustración’ (espero que al traductor no se la haya ido la mano interpretando el texto)
Realmente llama la atención la plena actualidad de las reflexiones de Séneca, porque tampoco se detiene ahí. Refiriéndose a algunos de los episodios más estremecedores en los que puede desembocar la ira dice nada menos:
‘Muchas veces, en plena crisis de furia, un hombre asesina a sus seres queridos y después se suicida sobre sus cadáveres’
Da que pensar, supongo, porque se diría que en estos dos mil años de civilización en algunos aspectos fundamentales no hemos avanzado nada en absoluto.
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