Año de publicación: 2008
Valoración: Muy interesante
Mijas, 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkhof (19 años) sale de su casa y ya no se la vuelve a ver hasta que el 2 de noviembre hallan su cuerpo desnudo, quemado y desfigurado. La presión social y mediática afecta la investigación, errática y plagada de inconsistencias. La necesidad de resolver el caso hará que el foco se detenga sobre Dolores Vázquez, ex pareja de la madre de la víctima, que será declarada culpable y entrará en prisión en 2001.
No será hasta 2003 que se reconozca su inocencia, gracias a la resolución del caso de Sonia Carabantes, con una prueba de ADN coincidente con el de Rocío Wanninkhof, señalando sin discusión al autor material de ambos crímenes, Tony King.
Es evidente que estamos experimentando durante los últimos años un despertar insólito y muy revelador en relación a cómo los medios de comunicación, las instituciones y el poder legislativo han contribuido al mantenimiento y renovación de unos estereotipos patriarcales altamente lesivos para la mujer en todas sus facetas: la mala madre (Rocío Carrasco), la loca/trepa despechada (Nevenka) y en este caso, la lesbiana perversa (Dolores Vázquez). Y gracias a documentales, películas, crónicas y ensayos más o menos recientes hemos podido indagar en el funcionamiento de esos mecanismos silenciosos y torticeros que han confundido y manipulado a la opinión pública que es la que al final se encarga de hacer prevalecer esas etiquetas horribles e injustas que estigmatizan a tantas mujeres.
Resumen resumido: crónica del caso Wanninkhof focalizada desde un aspecto que resultó fundamental para su inconcebible desarrollo: el hecho de que Dolores Vázquez fuera lesbiana (ex pareja de la madre de la víctima). Y cómo a través de las noticias de algunos medios de comunicación «serios» de nuestro país: El País, El Mundo y ABC se reconstruye y se vislumbra el artefacto para la creación de un culpable (dotado de una monstruosidad sin precedentes) allí donde no lo hay.
La construcción de la lesbiana perversa está muy bien documentada en base a las noticias y los hechos de aquel momento, muy bien argumentada desde el conocimiento especializado referente a la cultura patriarcal, la violencia contra la mujer y la lesbofobia, y también está escrita de un modo sencillo y entendible que facilita cierto hilo conductor para la comprensión del proceso de creación del monstruo por parte de esos tres medios de comunicación.
Esta crónica no solo incide en los gérmenes histórico sociales que promovieron la creación de esa lesbiana perversa, si no que para llegar ahí antes tiene que poner sobre la mesa un sinfín de elementos que constituyen el nubarrón eléctrico de mitos y bulos que se cierne sobre las mujeres y la violencia que se ejerce sobre ellas. Un claro ejemplo es la presunción del crimen sexual como producto de una atracción erótica inevitable del agresor hacia la víctima, cuando en realidad es un tipo de violencia cuyo único objetivo es su quiebra y sometimiento, y ahí reside el placer para el agresor. A menudo se descarta el crimen sexual porque no se hallan signos evidentes en el cuerpo de la víctima pero eso no significa que no lo sea. De ahí que en este caso se descartara el crimen sexual de inicio y se barajara el móvil pasional con el que se pudo poner el foco en Dolores Vázquez.
Después la narración se adentra en los mecanismos de la construcción del monstruo-lesbiano mediante la exposición de una serie de mecanismos complejos pero que quedan perfectamente explicados, como es el caso de la invisibilización, que puede resultar contradictorio pero no lo es:
«(…) de qué manera comienza la representación de lo irrepresentable, de lo invisible: cómo se da forma a ese fantasma, a lo que no puede nombrarse, pero que sin embargo, al mismo tiempo, es necesario transmitir para que esa imagen difusa se vaya construyendo desde la negatividad, desde el odio (…)»
A partir de ahí, se nos explica cómo las diferentes noticias van aportando una serie de detalles sobre la personalidad y el físico de Dolores Vázquez que, por acumulación, consolidan esa imagen de asesina vengativa que el caso necesita. Lo más curioso es que a menudo son rasgos positivos o plausibles cuando se le atribuyen a un hombre. Algunos ejemplos:
- Ella solía salir a correr y tenía un cuerpo musculado, lo que se vendió como que era mujer monstruosa con una fuerza sobrenatural.
- Era directora de un hotel y ejercía su mando con firmeza: alguien soberbio y controlador.
- Mantuvo una actitud digna cuando la gente la abucheaba en la entrada del juzgado o a prisión: propio de una psicópata sin empatía.
- Soportó los intensísimos interrogatorios sin derrumbarse: fría y calculadora.
Lo cierto es que la reseña podría extenderse más que el libro y eso no tendría la menor gracia, así que concluyo con un Muy interesante porque aporta una enorme cantidad de reflexiones complejas acerca de cómo nuestra sociedad sigue blindada a todo lo que no sea «lo normal» y porque en el camino expone buena parte de las incoherencias e injusticias en los que nuestros organismos públicos incurren todavía a diario por falta flagrante de perspectiva de género y de reconocimiento de los derechos LGTBI.
También porque le hace justicia a una mujer a la que nunca se le ha llegado a pedir perdón por el calvario que tuvo que padecer.
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