Título original: Das Muschelessen
Año de publicación: 1990
Traducción: Marisa Presas Corbella
Valoración: Muy recomendable
Mejillones para cenar es una primera novela que se alzó en 1990 con el Premio Ingeborg Bachmann, el más prestigioso en lengua alemana. No es de extrañar puesto que esta obra sorprende por su concisión —apenas cien páginas— y su intensidad. En su forma es todo un ingenio de control narrativo y en su fondo, una bomba de relojería que se lee en una tarde con la respiración contenida.
Resumen resumido: Familia clase media en el marco de la RFA. La madre y los dos hijos esperan con cierta tensión la llegada del padre para sentarse a cenar. Es un día especial porque probablemente le hayan concedido el ascenso por el que tanto ha luchado y por ese motivo han preparado mejillones, su plato favorito. Pero el atraso del padre actúa como revulsivo en cada uno de los miembros de la familia; que a ninguno de ellos les gusten los mejillones solo es la punta del iceberg.
Tengo predilección por las historias que, como esta, hablan de cosas pequeñas para reflexionar sobre cosas grandes: un pequeño percance en el orden cotidiano (el retraso del padre a la hora de la cena) destapa la caja de los truenos y pone en evidencia una cuestión estructural: que la autoridad y la disciplina paterna ha convertido a esa familia en un feudo en el que el resto de miembros no se sienten respetados ni reconocidos. Y dentro de ese caldo de cultivo afloran, como no podía ser de otro modo, actitudes machistas y maltrato, sobretodo psicológico. Sin embargo, y contra lo que pueda parecer, el tono de la obra no resulta en absoluto dramático ni oscuro.
Conocemos las vicisitudes de esta familia a través de la voz narrativa de la hija mayor que emplea el monólogo interior sin puntos y aparte, e integrando los diálogos de forma indirecta con una técnica impecable. De ese modo, la narración fluye sin obstáculos y permite que la tensión vaya in crescendo página tras página. Y uno de los grandes logros, como decía, es el tono aparentemente luminoso y desenfadado con el que nos llega la información: la voz tiene muchísima retranca e ironía. Por momentos resulta engañosa puesto que tiene ecos de El pequeño Nicolás, donde la gracia reside en el hecho de que Nicolás, que tiene unos seis o siete años, relata inocentemente lo que sucede a su alrededor sin tomar plena conciencia de lo que significa. Pero no es ese el caso de Mejillones para cenar donde vamos deduciendo que la hija es una adolescente muy vivaz y, por tanto, el relato que está construyendo es un artefacto altamente corrosivo ya desde la primera página. La gracia y la sutileza con la que se siembra la duda nada más empezar se mantiene a lo largo de toda la narración empleándose recursos como la repetición y el pensamiento circular:
«Aquel día había mejillones para cenar, pero eso no era ni una señal ni una coincidencia. Cierto que era algo inusual, pero está claro que no era ninguna señal, aunque más tarde alguna vez hemos dicho, aquello fue un mal agüero, lo hemos dicho alguna vez, pero seguro que no lo era, como tampoco era una coincidencia.»
Esa inocencia impostada, sin embargo, no nos hace dudar de la veracidad del narrador, no es un falso narrador sino todo lo contrario, es una voz que con su ironía enfatiza todavía más la gravedad de la situación de opresión que está viviendo esa familia. En ese sentido hay que aclarar que probablemente las cuestiones machistas y de maltrato que se narran nos llegan hoy con mucha más impacto de lo que debió resultar para los lectores de hace treinta años, precisamente porque en aquellos momentos esas cuestiones estaban bastante normalizadas y se percibían más como una concesión a la convivencia que como una agresión grave.
Sin embargo, hay otro aspecto de la novela que por cuestiones de distancia temporal y mental, a los lectores de aquí (signifique eso lo que signifique) se nos puede pasar más por alto. Se trata de todo el subtexto en relación a la historia de Alemania, ya que los padres huyeron de la RDA hacia la RFA con los niños aún muy pequeños (pasando incluso por un campo de refugiados) y con el sueño —patológicamente idealizado por el padre— de prosperar al máximo de sus posibilidades. Ese tránsito debió ser común en muchas familias e individuos y probablemente forme parte del substrato cultural de buena parte de la población alemana aun hoy.
En ese sentido, la voz narrativa de la hija hace eco de las dificultades vividas por sus padres y de algún modo ilustra —sin justificar— la evolución de su padre que se crió en unas condiciones muy precarias de las que se avergüenza y que está obsesionado con medrar y proyectar una imagen de éxito bajo la que enterrar sus penurias de infancia y juventud; esa imagen patológica y sesgada de éxito que él idealiza debe hacerse extensiva a todos los miembros de su familia, con las consecuencias que ya sabemos.
Por lo tanto, Muy recomendable. Mejillones para cenar es un ejercicio brillante que se ajusta a lo mínimo en extensión y en recursos para cumplir con su objetivo, sin que por ello se pierda fuerza o belleza literaria. La única pega es que está descatalogada y que para conseguirlo hay que recurrir a bibliotecas o al mercado de segunda mano.
Pues me ha parecido muy interesante, así que pasa a esa lista de pendientes ya reseñados que probablemente tarden siglos en ser leídos.
ResponderEliminarEnhorabuena por la estupenda reseña, compi.
Gracias, Carlos.
ResponderEliminarSi tienes ocasión de hacerte con él, te lo leerás en un par de horas.
Un saludo, compa.
He estado intentando comprar el libro pero no lo encuentro en ningún sitio. Me puede decir dónde lo encontró?
ResponderEliminarGracias de antemano
Montse
Tal como advertía al final de la reseña, el libro está descatalogado. Hay que recurrir al mercado de segunda mano o a la biblioteca, como fue mi caso.
ResponderEliminarHola, Beatriz:
ResponderEliminarEsta mañana me he terminado el libro, que es ideal para leerse del tirón y no perder el hilo de la voz narradora. En mi caso no pudo ser porque me quedé dormida (jeje), pero en dos ratitos me lo he "zampado"
Al leer tu reseña tenía la sensación de haber leído el libro y ,efectivamente, lo había leído antes, pero no recordaba qué pasaba en él y me ha dado igual, porque lo he disfrutado mucho.
Hay en esta historia mínima tantísimo detrás que podríamos hablar horas: la tiranía del padre, la mujer educada para agradar, los roles de género, la megalomanía, y un largo etcétera; sin embargo ¿sabes lo que me venía a la mente todo el tiempo?, pues la frase que oíamos continuamente a nuestro alrededor en la infancia: "verás cuando venga tu padre" El padre era la figura de autoridad de las casas, que llegaba para poner orden, castigar e intentar solucionar en un momento lo que en horas no había hecho la otra parte de la pareja. En el caso del libro es un opresor con el resto de la familia, que ven ensanchado su mundo en cuanto desaparece, y que, además, no tiene la capacidad de aceptar que las cosas puedan ser de otro modo que el suyo, el perfecto para él. Por suerte, no era así siempre, pero la idea de que el hombre llegaba de trabajar a su centro de descanso y todo era para él, era la que predominaba, y el padre de la historia la lleva al límite.
Una lectura muy recomendable, que he disfrutado mucho. Viendo que te gustan este tipo de historias pequeñas con enjundia detrás, me permito aconsejarte una obrita de Natalia Ginzburg que he leído hace poco: "Me casé por alegría". Creo que puede gustarte tanto como a mí.
Saludos
Lupita
Lupita, por algún motivo sabía que esta obra no te resultaría ajena.
ResponderEliminarCreo que toda nuestra generación ha vivido con mayor o menor gravedad el peso de "la figura paterna". Ahora me parece inconcebible.
Aprovecho para agradecerte tu implicación y buen talante en nuestro blog, incluso cuando no estás conforme con lo que decimos. Siempre es un gusto leerte y disfrutar de tu buen rollo. Eres casi como una más de nosotros. Un abrazo.
Por cierto, a Carmina le gustaría comentarte algo, si fueras tan amable de contactar con ella...
;D
Yo pensaba, al empezarlo, y aunque fuera corto, que iba a ser un bodoque, y la verdad me sorprendió, porque es bastante fluido y me gusta cómo desarrolla un montón de historias a partir de ciertos objetos o acciones y luego lo trae a esos minutos del presente.
ResponderEliminarGracias por la reseña.