Idioma original: Español
Año de publicación: 2020
Valoración: Bastante recomendable
El paseo de una mujer con su hijo de 5 años por el cementerio de la Recoleta tratando de conjurar un recuerdo perturbador y su posterior encuentro con alguien que, en vez de salir del cementerio, se gira y camina hacia las tumbas es el pórtico de entrada a una novela en la que Yuszczuk combina géneros y tiempos para hablar, fundamentalmente (aunque no solo), de nuestra relación con la muerte. Y si bien el texto se divide en dos partes perfectamente separadas en lo temporal, en lo que respecta a lo "genérico" las fronteras son mucho más porosas.
Así, en la primera mitad de la novela, ambientada en el Buenos Aires del XIX al que la llega la protagonista huyendo de la persecución que los vampiros sufren en Europa, predomina lo que podríamos llamar "terror gótico" y los clichés asociados al mismo (fantasía, (homo)erotismo, violencia, enfermedad, sexo...). Pero esta primer mitad tiene un importante componente "costumbrista", especialmente en lo que se refiere a la recreación de un mundo salvaje en formación y/o cambio en el que la vida apenas vale nada.
Por su parte, la segunda mitad de la novela transcurre en el Buenos Aires del siglo XXI y tiene, en su mayor parte, un componente intimista. En este caso, la protagonista es Alma, la mujer que comentaba en el primer párrafo de la reseña, y la narración, en forma de diario, se centra en la enfermedad incurable que padece su madre. El progresivo deterioro físico de esta será paralelo al progresivo alejamiento del mundo de Alma y al descenso a un mundo ajeno entre la angustia y la locura. Esta segunda parte, por lo tanto, podría definirse, sin miedo a equivocarme demasiado, como "novela psicológica" (y aquí me ha recordado por momentos a "Sobre héroes y tumbas", con su descenso a los infiernos y su paseo por el Parque Lezama incluidos. Cosas mías, supongo). Como es de prever, ambas historias acaban confluyendo y dando pie a un final de lo más potente.
En cuanto al "tema" de la novela, decía inicialmente que este sería el de nuestra relación con la muerte (quizá la perfección para ocultar la muerte sea la victoria más contundente de este siglo), a medio camino entre la fascinación y la repugnancia, que nos lleva a visitar cementerios dentro del city tour al tiempo que optamos por asépticos tanatorios para despedir a nuestros muertos. Pero además de esa relación con la muerte, "La sed" nos habla de relaciones materno-filiales, del ser humano ante la enfermedad, el dolor y la soledad, de mundo extraños, de lo más oscuro del alma humana.
Para terminar, quisiera mencionar los aspectos positivos del libro, entre los que destacan la ya citada recreación del sórdido ambiente de una Buenos Aires asolada por la peste, la potencia de algunas de las imágenes de la primera parte de la novela (hay una escena que transcurre en una iglesia que...) y la solidez de la narración de una vida en derrumbe que ofrece en la segunda mitad del texto. En el lado menos positivo, únicamente alguna que otra reiteración que hace que el ritmo se resienta un poco y que podría haberse solucionado con una pequeña "poda".
En resumen, "La sed" es una novela situada en la línea de otras narradoras como Mariana Enriquez o Mónica Ojeda, que aúna entretenimiento y profundidad y que resulta altamente recomendable para todo tipo de lector. Y es que, como suelo decir por ahí, el "nuevo boom latinoamericano" será femenino o no será.
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Una vez comentado el libro, y gracias a la amabilidad de Paula (prensa Blatt & Ríos España) y de la propia Marina Yuszczuk, reproducimos una breve charla que mantuvimos vía mail con la autora de "La sed".
ULAD: Encontramos en “La sed” dos tiempos perfectamente separados y diferentes “géneros” en cada uno de esos tiempos. ¿La novela fue así desde un comienzo o se fue convirtiendo en algo diferente a medida que ibas escribiéndola? ¿Cómo fue el proceso de creación de “La sed”?
M.Y.: La idea inicial era que toda la novela fuera narrada por la vampira y que ella fuera atravesando el tiempo hasta la actualidad. Me imaginaba que finalmente se encontraba, sí, con la protagonista de la segunda parte, pero el punto de vista seguía siendo el de ella. Después escribí algunos fragmentos de la segunda parte con la voz de la narradora contemporánea y me gustó mucho, así que decidí darle lugar a esa voz. Es un experimento muy interesante probar qué cosas se pueden decir con cierto tipo de voz y cuáles no; en este caso me gustó mucho escribir una experiencia de la muerte más bien macabra a través de la vampira, pero a eso quise contrastarle el costado humano y la ternura de la hija que está por perder a la madre. Me resultó más potente que cada una de las dos mitades modificara y tensara a la otra.
ULAD: Más allá de los tiempos y los “subgéneros” que encontramos en la novela, el núcleo principal de la misma son las diferentes formas de relacionarnos con la muerte, la enfermedad, el dolor, etc. ¿Crees que nuestra relación con estos hechos es diferente a la que podía ser, por ejemplo, a finales del XIX?
M.Y.: Sí, por supuesto, me parece que en esa época la gente sabía que iba a morir, no sé si nosotros lo sabemos (por eso esta pandemia fue un golpe tan fuerte). Hay una relación muy distanciada con la muerte, a diferencia de una época en que muchas veces las personas eran veladas en sus propias casas, era probable ver o acompañar a morir a alguien, preparar el cuerpo, y también había todo un sistema de creencias cristiano muy vivo que demandaba cuidar cada paso del velorio y entierro porque se trataba de asegurar el mejor paso posible al otro mundo. En nuestra época, más bien laica, los criterios son prácticos, por algo se está difundiendo tanto la cremación, pero me pregunto qué efectos tiene todo esto sobre nuestra idea de la muerte y cómo nos prepara para morir. En general siento que no nos prepara, que todo es pura negación. Y las ficciones de terror son un lugar posible para enfrentarnos con eso que no queremos ver pero está ahí.
ULAD: Hay una frase en el libro que dice algo así como “quizá la perfección para ocultar la muerte sea la victoria más contundente de este siglo”. En este sentido, ¿cómo ves esa contraposición entre los cementerios como lugares de atracción turística y los modernos tanatorios que más parecen tener por objetivo esconder la muerte?
M.Y.: No creo que se pueda volver atrás ni que sea deseable, pero me impresiona mucho visitar un cementerio del siglo XIX y notar cómo se trataba de dejar un testimonio imborrable —esculpido en piedra, de hecho— del paso de una persona por la vida, y que el arte tuviera un papel tan importante en ese deseo. Yo creo que los escritores también queremos dejar algo, con poca esperanza pero queremos. Y en ese sentido pienso que la literatura conecta necesariamente con un mundo bastante perimido, ahora que todo es más volátil, más efímero. Pero eso me encanta, me parece romántico.
ULAD: También la relación materno-filial y la relación de Alma con su propio cuerpo son parte fundamental de la novela. Anteriormente ya habías explorado estos temas a través de la poesía (igual también desde otras ópticas, pero yo solo he leído los poemas de “Madre soltera”). ¿Cuáles son las principales diferencias a la hora de reflexionar sobre estos asuntos según una óptica u otra?
M.Y.: No es tan diferente. De hecho en Madre soltera, que es un libro de poemas sobre mi maternidad, recurrí a la ficción en algún punto; hay un texto en prosa por ejemplo donde para explicar el dolor y el estado salvaje del amamantamiento se habla de una mujer que tiene un hijo lobo. Es que decir de manera directa no funciona, ni en narrativa ni en poesía, y yo veo en ese libro el germen de lo que serían mis intereses mucho tiempo después al escribir novelas. Creo que en una obra hay una continuidad, temas y formas que se ensayan, se prueban y se transforman. También me parece que mi manera de escribir narrativa es muy de poeta; privilegio lo sensorial, las imágenes, por sobre las acciones. En La sed, más que narrar las peripecias de los personajes, me interesaba que los lectores pudieran estar ahí, en el mundo que cada una de ellas convoca.
ULAD: La novela, sobre todo en su primera mitad, me parece tremendamente sensorial (huele a muerte, a sexo, a opio, presenta imágenes de una fuerza tremenda,…), pero, al mismo tiempo, tiene una parte “costumbrista” más que interesante. ¿Cómo fue ese proceso de documentación sobre la epidemia de cólera de fines del XIX?
M.Y.: Sobre la epidemia, que fue de fiebre amarilla y fue realmente impactante, hay bastante información, así que no fue tan difícil documentarme. Sí fue difícil investigar sobre el Cementerio de la Recoleta; yo buscaba detalles muy específicos y a muchos los encontré en artículos académicos de urbanismo, sociología, costumbres funerarias del siglo XIX, etc. En cuanto a la ambientación de Buenos Aires, usé relatos de viajeros y de narradores argentinos de la segunda mitad del siglo XIX como Eugenio Cambaceres, Lucio V. López, Eduarda Mansilla.
ULAD: Por último, y es pregunta obligada en vista del auge de las narradoras latinoamericanas en estos últimos tiempos. Aunque pueda sonar a “meter todo en un mismo saco”, cosa que no sería del todo cierta, sí que se observan una serie de rasgos comunes en textos de autoras como Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Liliana Colanzi o tu misma. ¿Se puede hablar de una “generación interconectada” con un imaginario y unas inquietudes comunes o puede ser fruto de la casualidad?
M.Y.: Sí, por supuesto, no sé si es una generación pero en literatura los fenómenos no vienen de a uno (supongo que en ninguna disciplina artística), y nos nutrimos de lecturas de contemporáneos. En mi país es muy importante la figura de Mariana Enriquez y el papel que ella cumple con respecto a la literatura de terror porque, si bien hay una tradición de fantástico y algunos relatos de terror más bien aislados, con Mariana es la primera vez quizás que el terror es tanto prestigioso como masivo. También es cierto que mi generación, y tantas generaciones de mujeres antes que yo, crecimos leyendo literatura gótica o con fuerte presencia del gótico. Jane Eyre, por ejemplo, es un libro de cabecera. Sin embargo se nos hizo sentir de diversos modos que esas lecturas eran “femeninas” (usando el término para restarle importancia), cosas de chicas, de segundo orden. Yo por lo menos siento que al escribir un relato de vampiros en el siglo XIX aparece la niña y adolescente lectora que fui, también espectadora de cine, por supuesto.
ULAD: “Bonus track” (y esto es mera curiosidad): ¿De dónde viene ese Yuszczuk? ¿Tiene su origen en los territorios en los que se sitúa el comienzo de la novela? ¿Hay entonces algo de “vampírico” en Marina Yuszczuk y algo de memoria familiar en “La sed”?
M.Y.: No, ¡ojalá! Tiene más que ver con corrientes inmigratorias de Europa del Este que llegaron a Argentina entre fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Mis abuelos y abuelas llegaron en barco desde Europa, igual que mi vampira. Mi abuelo, Fiodor Yuszczuk, vino de Bielorrusia. Y siempre me fascinaron las historias de inmigrantes, por eso algunos personajes de la novela lo son. Ellos iban a otro mundo de verdad, a lo desconocido.
Lo de visitar cementerios en los "city tours" sé que lo dices por mí, pero lo hice sólo para enviarte una foto de la tumba del tío Marcel, mal amigo!
ResponderEliminarBueno, vale, y que de paso busco sitios para mis misas negras, pero eso es otro tema...
Hola Koldo:
ResponderEliminarBuen trabajo. Leí sobre el libro por primera vez hace poco en el suplemento literario de un diario de Buenos Aires.
Muchas novelas toman como punto de partida o referencia la época de la peste del siglo pasado. Diferentes autores con temáticas disímiles vuelven allí una y otra vez......
Saludos
Porque eres un friki, Juan (y anda que no me gustó lo de la foto)! Por cierto, estoy casi seguro de que a ti este libro te gustaría.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de la época de la peste que comentas, Gabriel, ¡recomiéndame alguno! Por cierto, no sé si eras tu o el Puma el que hablaba de una abuela rusa, no? Menudas historias que tenían que tener detrás!
Abrazo!!
De abuelos rusos nada: eran asturianos y gallegos 😊
ResponderEliminarTe recomiendo “Las esferas invisibles” de Diego Muzzio. Son tres novelas cortas que están muy bien.
Abrazo
Pues me sonaba lo de la abuela rusa de algún seguidor habitual del blog. Quizá El Puma, no sé.
ResponderEliminarMe apunto el libro! Gracias, amigo
Era el Puma, cuyo apellido completo es Pumarovsky...
Eliminar(Es broma, amigo Puma, sabemos que en verdad te llamas José Luis Rodríguez ; )
Empiezo respondiendo las dudas y las bromas. Soy yo el de los abuelos paternos rusos. Que vinieron de un pequeño pueblo de lo que hoy es Ucrania. También en barco, como los abuelos de Marina. Salieron del puerto de Le Havre, en Francia. Mi abuela nunca me quiso contar cómo habían llegado hasta alli. Dejaron atrás una historia de persecuciones (pogromos) y desilusiones (mi abuelo comunista rompió su carnet del PC al conocer las revelaciones de Kruschev sobre el Tio Stalin). Por vía materna tengo sangre calabresa, gallega y vasca. Una combinación que podría calificar como vampírica.
ResponderEliminarSobre el libro y su autora. No los conocía, pero me resulta muy atractiva la propuesta. El cementerio de la Recoleta lo visité varias veces, desde pequeño. Alberga innumerables historias y leyendas, varias de ellas macabras. Ambito ideal para este tipo de novelas, al igual que la epidemia de fiebre amarilla de 1853, que cambió la demografía de la ciudad de Buenos Aires para siempre.
Como apostilla, desde mi punto de vista la literatura de terror en Argentina tuvo como mayor exponente a Horacio Quiroga, algunos de cuyos cuentos son escalofriantes. Aunque es cierto que no tuvo el género un mayor desarrollo hasta la aparición de esta camada de escritoras.
Un saludo afectuoso!
Eduardo Golijow (El Puma) (en respuesta a la malicia de Juan)
Nos afanan el invento del mate y el dulce de leche.
EliminarNos afanan a Gardel y ahora también nos afanan a Horacio Quiroga...
¡¡Argentino tenías que ser!!
Algo me sonaba a mi!! Confieso que tb visité la Recoleta (como todos los lugares de rigor, aunque alguno sea algo prescindible) cuando estuve en BA y la verdad es que el cementerio es bien chulo. Y vaya historia, amigo.
ResponderEliminarA ver si os animáis a leer el libro, que merece mucho la pena, y nos contáis qué os parece. Abrazos!!!
Ja Ja Ja!!! Diego, creeme que fue sin mala intención! Es que Horacio Quiroga era misionero por adopción! Y Gardel era francés, ya no quedan dudas después de décadas de debate,
ResponderEliminarQuerido Gabriel:
ResponderEliminarConseguí el libro de Muzzio!!!! Habrá reseña en este sacrosanto blog.
Abrazos!!
Hola Koldo:
ResponderEliminarBravo! Espero la reseña a ver si coincidimos.
Abrazo