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miércoles, 28 de octubre de 2020

Colaboración. Luis Landero: El balcón en invierno

Idioma original: español

Año de publicación: 2014

Valoración: recomendable

Seamos honestos: El balcón en invierno, de Luis Landero, no es recomendable para todos los públicos. Debería lucir una visible advertencia en la portada que anunciara: No apto para los heridos del tiempo. No apto, sobre todo, para nostálgicos. ¿Qué resultado podría salir de algo que nace del desesperado intento por salvar la vida del abismo del tiempo, que es lo mismo que decir la insondable sima del olvido? Solo puro dolor ofensivamente mezclado de felicidad.

O sea, El balcón en invierno, de Luís Landero.

Para aquellos que ya hayan sentido el zarpazo del paso del tiempo, esta peligrosa lectura no les será una experiencia superficial de esas que pueden sobrellevarse con facilidad. No me refiero solamente a personas mayores: acaso tenga tan solo dieciséis años aquel pobre desgraciado que de repente, por obra de una implacable intuición que le habrá de condenar, se haya dado cuenta de que, REALMENTE, lo que se va, se va para siempre. Esto son palabras. Son solo palabras. La realidad a la que se refieren se escapa a las palabras. Es demasiado para una cabeza humana. Al fin y al cabo, tal vez sea sabio, y por ende más seguro, acercarnos al tiempo de este modo, mediante las palabras, que amortiguan, que se quedan cortas, que no por vía del propio cuerpo. Hacerlo, sin duda, sería devastador.

Pues bien, Landero, pese a interponer la distancia de las palabras mediando entre la realidad y nosotros, logra devastarnos. Y es por eso que, de nuevo, no recomiendo en absoluto esta lectura. Su desesperado intento por asir lo que irremisiblemente habrá de irse inspira ternura y terror, porque su intento es el nuestro. Estamos en las mismas, Landero, maldito seas.

El autor, en apenas 250 páginas, se abisma con una honestidad total, a corazón abierto, en su pasado y el de su familia. Le guía el simple y milagroso método de la palabra oral bien combinada con la escucha activa. Landero emplea lo que a lo largo de su vida ha escuchado deboca de sus mayores. No hace uso de fuentes bibliográficas para aludir a lugares o antiguos aperos de labranza; desde la tambaleante atalaya de su memoria, le basta para reconstruir el pasado de una familia de labradores originarios de Extremadura, luego emigrados a Madrid, y que se erige, por supuesto, como la familia de todos. Por eso es francamente difícil no identificarse, no ser rasgado por estas páginas, y por eso, digo, no lo recomiendo en absoluto a aquellos que prefieran la anestesia antes que la lucidez.

Como tampoco le recomendaría a nadie sensible que cometiera la osadía de abrir este libro, porque de hacerlo sentiría, y a veces sentir, ya no digamos sentir demasiado, se lleva mal con la vida cotidiana. Es perfectamente comprensible: no se puede vivir el día a día siendo consciente de que te vas a morir, de que esa muerte será un punto y final tan rotundo como no se ha puesto nunca un punto y final en libro ninguno. Hablamos del punto final total y definitivo, un punto final inconcebible desde la vida, como un agujero negro, que con terrible indiferencia todo lo traga y no deja salir nada.

El acercamiento de Landero al tema del pasado (que en realidad es el único tema, porque todo terminará siendo pasado, pero sobre todo esto; lo que aún ha de pasar, que es más que lo que ya ha pasado, se convertirá en pretérito), es de una valentía que a ratos parece sobrehumana.

Por eso se lo agradecemos y compadecemos al autor, por haberse sacrificado él en hacer ese arriesgado ejercicio, que bien puede acabar con uno: el atrevimiento de mirar a la cara a lo que no tiene cara, a la realidad misma, que a la mayoría lleva a enloquecer de tristeza, a ser arrasado por el dolor del tiempo: a enloquecer de historia.

No quiero imaginar cómo debe de haber sido el proceso de escritura de este libro. ¿Una suerte de despiadado autoanálisis sin paliativos? ¿Sabía Landero lo que implicaba escribir algo así?¿Sobrevivió, o el Landero que conocemos ahora es solo un buen imitador, y el valiente Landero que escribió El balcón en invierno pereció, como pareciera que debería hacerlo cualquiera que intentase semejante empresa suicida no apta para humanos, sino más propia de dioses? Y es que ya lo decía Nacho Vegas: el tiempo no se puede detener. Lo siento, Landero. Pero lo sabías, claro, y aun así lo intentaste. Es algo encomiable, desde luego, pero no para todos los públicos. Tal vez en esto, en verdad, consista el más grande de los heroísmos, en intentar algo sabiendo que no lo lograremos. Es imposible, vistas así las cosas, no recordar al punto una cruel definición de Bolaño sobre la literatura: subir al ring sabiendo que vas a perder. Todo intento será en vano, pero todo intento debe intentarse. Escribir algo que escapa a las palabras: un fracaso anunciado. Y así la vida se vive sabiendo que moriremos. No creo que haya muchos otros libros que admitan un paralelismo tan fiel y doloroso con la vida que el presente: El balcón en invierno, la anti lectura ligera de verano.


Guillem Borrero

6 comentarios:

  1. Gracias por la reseña, a mí me despertó la curiosidad. Aunque el "recomendable" de la valoración general se queda muy frío ante lo que expones después con tanta pasión.
    Me lo apunto.

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  2. Para mí Landero es uno de los mejores. He leído casi todo de él. Incluso releído, que es la prueba para mí de que está más allá.

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  3. Una vez lei un libro de landero y me encantó... Juegos de la edad.. Hace mil años... Estaba en la estación de chamartin


    Mayor Thompson

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  4. A mí me encantó ese libro... y como dicen en la radio, es un señor remajo

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